La formalización es como un matrimonio, pero entre la empresa o el dueño de la empresa y el Estado. La decisión de casarse le tiene que convenir a ambas partes. El Estado estará encantado de sumar otra esposa, porque aumentará su capacidad de recaudación. Pero ello no significa que las empresas le presten atención.
El Estado puede recurrir a muchas palancas para incentivar a que las empresas tomen la decisión de formalizarse. De lo que se trata es de usar aquella combinación que haga imposible –o al menos muy difícil– para la empresa a rechazar al pretendiente.
Como la empresa puede dudar, el Estado puede usar una combinación de palo y zanahoria. Es decir, influir en la decisión por las buenas o por las malas. Por ejemplo, podemos hacer lo mismo que en Ecuador: al empresario que se le descubra en falta se le encarcela. O se puede ofrecer una serie de incentivos.
Pero este no es un matrimonio normal, aunque estos días es difícil decir qué es lo normal. Aquí, uno de los involucrados tiene hijos, a veces muchos. Me refiero a que estas empresas tienen trabajadores, quienes pueden ser los primeros en decir enfáticamente que no les interesa el matrimonio con el Estado. Son los trabajadores los que muchas veces piden a su empleador permanecer fuera de la formalidad porque no valoran el paquete que viene con el cónyuge estatal.
La tarea de formalizar no se reduce a convencer al empresario, sino a sus trabajadores. Al dueño le puede convenir pagar menos impuestos, tener una Sunat que no sea extorsiva sino educativa, o tener obligaciones laborales menos costosas; pero esos temas no le tocan la billetera o el corazón al trabajador.
El trabajador formalizado recibe un paquete de beneficios que incluye vacaciones, CTS, servicios de salud y protección de pensión, ya sea por invalidez, muerte o jubilación. Hoy, la mayoría de trabajadores está dispuesta a cambiar este paquete por una mayor remuneración cada mes. Esto es el resultado de una combinación de necesidades de corto plazo y una percepción de que el servicio ofrecido es deficiente o que nunca será gozado.
Por ejemplo, es impresionante ver lo poco que ha cambiado el gasto de las personas en seguros médicos a pesar de que en el 2008 se estableció el aseguramiento universal. El servicio es tan malo que siguen poniendo de su plata cuando quieren atender una urgencia de salud. Igualmente, si la percepción de los trabajadores con respecto a la pensión es que es un beneficio que nunca llegarán a disfrutar o no aprecian tener una cobertura frente a una muerte anticipada o una invalidez repentina, su voto será por ignorar al pretendiente estatal que no pone un centavo para esos beneficios.
El gobierno debe entender que hay muchas maneras de lucir como un mejor pretendiente y que sus esfuerzos no solo deben ser con la novia, sino con sus hijos, si es que realmente está interesado en formalizar esa relación.