Hay cosas que no son tan fáciles de explicar. Este mes, por ejemplo, durante la feria Art Basel en Miami, dos coleccionistas pagaron 120 mil dólares cada uno por un plátano pegado a una pared con cinta adhesiva gris. La instalación, obra del italiano Maurizio Cattelan, es parte de una serie limitada a tres piezas (tres plátanos). La última de las frutas está reservada para un museo o entidad cultural (y para el final de la feria, más de uno se peleaba por ser el propietario).
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“Es arte”, podría decirse para justificar la propuesta. . . e indudablemente lo es. Pero en este espacio no se discute la irreverencia del artista ni el valor cultural de la obra. Menos aun el proceso creativo del autor (el galerista afirma que hasta el más mínimo detalle fue calculado y que tomó más de un año plasmar la elaboración de la pieza). En cambio, lo que debe quedar es otra pregunta fundamental: ¿Se está haciendo un buen trabajo en determinar la importancia de las cosas y asignarles un valor? Propuestas conceptuales aparte, lo que Cattelan nos ofrece son plátanos a US$120.000 la unidad.
La reflexión viene a cuento porque puede ser aterrizada en el Perú. En un país que no destaca por su calidad institucional, en el que la transparencia fiscal avanza a pasos cortos y en el que las funciones de gasto no parecen estar completamente definidas, no debería ser sorpresa encontrar varios plátanos pegados en las paredes del Estado. ¿Cómo se determinan las prioridades en el presupuesto público?
Curiosamente, quizá el más grande de estos plátanos se encuentra en una región chiflera por excelencia: el proyecto de modernización de la refinería de Talara. Recientemente, el presidente del directorio de Petro-Perú, Carlos Paredes, anunció que la empresa estatal aún requiere otros US$1.000 millones para finalizar este proyecto (con lo que su costo total, hasta ahora, llegaría a US$4.700 millones).
Lo más grave es que aquí cada dólar extra hace aun menos rentable un proyecto de inversión pública que actualmente es el más caro de la historia del país. No es solo que especialistas hayan cuestionado su necesidad, incluso desde antes de que se inicie su desarrollo, sino que la misma empresa petrolera ha estimado que las pérdidas ascenderán a poco más de US$1.600 millones.
Y así como Talara, existen tantos otros plátanos más pequeños. Según un estudio del BID publicado en el 2018, el país pierde 2,5% del PBI cada año por ineficiencias en el gasto público. Puesto en contexto, esto equivale a casi la mitad del presupuesto público asignado al sector Educación en el 2020. El problema, por supuesto, es que cuando se involucra el bolsillo de todos los peruanos, no se pueden justificar estos derroches con el argumento de que se trata de obras de arte conceptual.