(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Inés Temple

Esta semana tuve la oportunidad de presentarme en eventos donde se discutió el impacto de la en el futuro del . Las habilidades blandas a desarrollar para mantenernos vigentes, relevantes y competitivos fueron como siempre los temas de mayor interés. La curiosidad, la creatividad y el manejo de la diversidad resaltaron entre ellas ante la imperiosa necesidad de que tienen todas las organizaciones.

Cuando se habla de diversidad, se piensa en los grandes beneficios de incorporar a los equipos a personas con factores demográficos, culturales y formativos muy diferentes. A más diversidad, más perspectivas y puntos de vista más divergentes. Todo eso contribuye a enriquecer el diálogo y la capacidad de los equipos para plantear soluciones novedosas y originales.


Existen, sin embargo, colectivos que en nuestro país no gozan de reconocimiento y valorización como el factor de diversidad que son. Uno de ellos es el de las personas ‘menos jóvenes’. Todavía se asume a priori que quienes tienen más años no tienen interés, curiosidad o capacidad para la tecnología, que no tienen energía o pasión para innovar o que están atados a paradigmas del pasado con modos de trabajar poco flexibles o difícilmente adaptables.

Esos son prejuicios enraizados en muchos, que así deciden prescindir o no seleccionar a personas solamente por su edad, sin siquiera detenerse a explorar a fondo sus características personales o su capacidad de aporte. Eso termina siendo tan discriminatorio y prejuicioso como lo era en el pasado pensar que las mujeres no podíamos ser exitosas profesionales ni directoras de empresas, o que personas de distintas razas no debían compartir ciertos espacios públicos.

Los prejuicios son modelos mentales muchas veces subconscientes pero absolutos. No admiten discusión ni excepciones. Lo mismo pasa hoy cuando arbitrariamente se asume, por ejemplo, que determinadas posiciones requieren de personas de no más de 40, 30 años o incluso 25 años. Y se discrimina por edad.

También se discrimina a otros por su juventud o falta de experiencia, sin tomar conciencia de que la edad define a cada quien solamente por lo que ha vivido y por la voluntad y pasión que han tenido para crecer y desarrollarse.

Las personas mayores o los más jóvenes no son todos iguales por el hecho de haber nacido en tal o cual año, en tal o cual generación. El talento no tiene edad.

Miremos a las personas por quienes son, por sus valores, su actitud, su capacidad de aprender más rápido; por su curiosidad, su voluntad de aporte y entrega; su pasión, su energía, su efectividad. No nos pongamos metas de edad prefijadas ni asumamos que la edad cronológica define a todos por igual. Abramos la mente y dejemos el factor edad únicamente como el factor demográfico que es, sin condicionamientos a rajatabla.

No permitamos esa exclusión ni esa discriminación, ambas injustas, limitantes y absurdas por donde se les mire.