(Foto: Reuters)
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Carlos Ganoza

El Perú debe abrir sin limitaciones sus fronteras a todos los venezolanos ya. Quienes se preocupan por los efectos económicos de la migración pueden revisar el influyente y pionero estudio de David Card, de la Universidad de Berkeley, que estudió el Éxodo del Mariel que en 1980 permitió que 125.000 cubanos emigraran a Miami, aumentando su en 8%, y concluyó que el efecto sobre salarios y empleo fue casi nulo. 

Hay razones para pensar que en el Perú podría ocurrir lo mismo. Para empezar, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones, el 65% de los migrantes venezolanos al Perú tiene estudios superiores, el doble que en la población ocupada nacional. 

Este influjo de personas con alto es complementario para el local. Durante años el Perú ha sufrido por la fuga de cerebros y la baja calidad educativa. La migración de venezolanos ayudaría a resolver la severa escasez de personal calificado (según datos de Manpower, cerca del 70% de las firmas peruanas tiene dificultades para contratar el talento que necesita). 

Además, el capital humano tiene una particularidad (externalidad positiva, le decimos los economistas): quienes trabajan con otras personas calificadas aprenden y mejoran su propio capital humano. Edward Glaeser, de la Universidad de Harvard, ha estimado que el aumento en la población educada en una ciudad está fuertemente asociado con el crecimiento económico de esa ciudad.

El problema es que la regulación laboral peruana es muy rígida y obstaculiza la contratación formal de extranjeros. Pero el problema ahí es nuestra normativa, no la migración. Una razón más para cambiarla.

Preocuparse por el efecto de la migración venezolana sobre el trabajo es como preocuparse por el ingreso de las mujeres a la fuerza laboral. Si siguiésemos las premisas que usan los antiinmigración, el ingreso de las mujeres al mercado de trabajo también debería limitarse.

Ese razonamiento absurdo no solo contiene una falacia económica (porque más mujeres en el mercado de trabajo expande el PBI potencial, al igual que más venezolanos), también ética. Tanto la ética igualitaria como la de la eficiencia deben llevar a favorecer la entrada de venezolanos. 

¿Acaso la preocupación por la ine-quidad termina en las fronteras de un país? La preocupación por la condición de un ser humano no cambia en función de su lugar de nacimiento. La misma ética igualitaria que lleva a pedir impuestos redistributivos para los ricos se puede aplicar para permitir la entrada al país de personas que vienen escapando de la pobreza y la injusticia.

Del mismo modo, la ética de la eficiencia que favorece el libre comercio se aplica igual al libre movimiento de personas. Facilitar el ingreso de venezolanos no nos hará menos prósperos, y sí nos hará un país más justo.