Ocho millones de estudiantes de educación básica regular sufrirían, debido a la pandemia, una pérdida educativa difícilmente recuperable en el corto plazo. Como el resto de sus compañeros, Marcela, una joven que vive en área rural, se mantiene en casa para no enfermarse y ha dejado de asistir a su colegio público. Probablemente, esto le genere un retraso frente a sus compañeros de la ciudad. Quizá se demore en comprender lo que lee o tenga que ponerse a trabajar. Su futuro ha entrado en riesgo con la llegada del COVID-19 al Perú.
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¿Cuáles son los problemas que enfrenta la educación de los jóvenes peruanos? Se espera una pérdida educativa, que se agrava cuando no todos tienen acceso a los contenidos de Aprendo en Casa, plataforma del Ministerio de Educación (Minedu), y los docentes no pueden mantener contacto con los alumnos. La pérdida puede ser incluso mayor si el ingreso familiar cae y fuerza a que algunos niños salgan a trabajar y dejen la escuela.
PÉRDIDA EN EDUCACIÓN
El problema para la educación de jóvenes como Marcela empieza con el cierre de las escuelas, que genera, como es previsible, un retroceso en su formación. Por ejemplo, según el Banco Mundial (2020), en Latinoamérica, los estudiantes perderían de 0,3 a 0,9 años de educación ajustados por calidad, partiendo de un escenario base de 7,7 años logrados en promedio durante su etapa escolar. ¿Cómo se define un año ajustado por calidad? Debido a que la educación no tiene los mismos resultados en todos los países, esta medida se ajusta por esta brecha. Entonces, cabe preguntarse cómo se materializa esta pérdida educativa. En términos monetarios, el retroceso reduciría los ingresos anuales de US$242 a US$835, los cuales, a lo largo de toda la vida, a valores del día de hoy, representarían una pérdida estimada de US$4 mil a US$15 mil. Es decir, muchos jóvenes verían afectados sus ingresos laborales, impactando de ese modo en su calidad de vida. La gravedad del impacto depende del porcentaje del año escolar en el que las escuelas se mantienen cerradas, la efectividad de la mitigación de contagios y la caída en la calidad de la enseñanza.
PRIVILEGIO
La pérdida no es igual para todos los jóvenes. Por ejemplo, en la casa de Marcela no tienen ni computadora ni Internet (ambos casi inexistentes en zonas rurales, con menos del 5% de hogares que disponen de ellas). Aprendo en Casa llega a ella gracias a su radio a pilas y el televisor. Por ello, no puede repasar los contenidos cuando lo necesita. Además, apoyar en su hogar suele coincidir con los horarios de transmisión. Esto se agrava más debido a la ausencia de docentes capacitados que puedan apoyarla en su aprendizaje. Marcela no recibe apoyo de los profesores de su escuela debido a que, según la ENDO 2018, solo tres de cada diez docentes en zona rural disponen de Internet y computadoras para preparar material de apoyo y hacer seguimiento a sus alumnos; mientras que en zona urbana, cinco de cada diez disponen de estas herramientas. Esto nos dice que no solo los alumnos están desconectados, sino también los profesores.
Por otro lado, un temor que se tiene es que la pérdida educativa sea total si el impacto económico en los hogares obliga a que los jóvenes abandonen su educación para trabajar. Un caso similar ocurrió con el brote de ébola en el 2010. Según el Banco Mundial, en Liberia y Sierra Leona, 13% y 25% de estudiantes, respectivamente, no regresaron a las aulas después del brote. En el Perú, se recibieron 110 mil solicitudes de traslado de colegios particulares a públicos de niños que sí pudieron continuar con su educación. Aquellos que sufrieron un impacto mayor tendrán que recurrir al trabajo infantil. Por ejemplo, Marcela iba a la escuela por la noche y de día ayudaba a su madre. En el 2015, uno de cada cuatro niños trabajaba en alguna actividad económica (INEI, 2015). En la zona rural, la situación es más preocupante con dos de cada cuatro niños trabajando.
* Este artículo fue escrito junto con Gonzalo Bueno
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