"Proyectos y leyes que se saltan el mínimo criterio económico, y en muchos casos violando abiertamente la Constitución", señala Tuesta. (Foto: GEC)
"Proyectos y leyes que se saltan el mínimo criterio económico, y en muchos casos violando abiertamente la Constitución", señala Tuesta. (Foto: GEC)
David Tuesta

¿Cómo llegará el Perú el próximo 28 de julio? ¿Qué perspectivas tendrá el país en el nuevo quinquenio? Viendo la forma en que nuestros líderes políticos nos han venido guiando, ya no sólo este año sino en la última década, es difícil no ser pesimista sobre el futuro. En este contexto, la pandemia no ha sido sólo un golpe brutal sobre la , sino también un acelerador de nuestra pendiente decreciente en el potencial, desnudando a la vez los errores cometidos e incitando a otros a cometer varios “horrores”.

En efecto, ya la economía venía en senda decreciente desde comienzos de esta década. Varios cálculos sobre crecimiento potencial, particularmente los que han hecho miembros del staff del Banco Central en diferentes publicaciones lo confirman. Es cierto que el escenario coincide con uno de menores precios de las materias primas, del cual somos dependientes; pero, lo que se hace más patente es una clara desmejora en las ganancias de productividad.

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Así, se observa que luego de que en el período 2001-2010 nuestro crecimiento potencial llegara a 5,6% con ganancias de productividad del 2,4%, estos descendieran, respectivamente, a niveles del 4,8% y 0,6% en el quinquenio 2011-2015, y al 3,7% y 0,2% proyectado (previo al COVID-19) para el período 2016-2020.

Luego de las reformas estructurales de los 90s –que permitieron la estabilidad macroeconómica básica que requería el país– y las que se hicieron a inicios de siglo –orientadas a consolidar las anteriores con políticas hacia mayor competitividad y apertura comercial–, la última década ha sido de una renuncia absoluta a continuar con la larga agenda pendiente de transformación que el país requería para continuar creciendo con sostenibilidad.

Así, nuestros políticos decidieron tomar el camino fácil de apalancarse sobre lo ya ganado, a través de la implementación exclusiva de políticas redistributivas. Lo anterior no estaría mal, por supuesto, si por otro lado se hubiese continuado con las reformas que apuntalen el crecimiento, porque al final, como lo señala la literatura, la disminución de pobreza y desigualdad en un país descansa en más de un 70% en el crecimiento económico. Y cuando uno mira la enorme mejora que tuvieron ambos indicadores sociales en el Perú a la par del crecimiento sostenido, uno no puede dejar de decir que aquello es una verdad monumental.

Sobre esa desidia reformista del 2011-2020, nos explotó en la cara la corrupción gigantesca que vivió tapada bajo la alfombra durante un buen tiempo y que no dejó a gobernante ni partido sin verse salpicado, lo que paralizó de una manera soberana al funcionamiento del Estado.

Por un lado, decisiones relevantes en el plano del gasto público, inversión pública y privada se detuvieron cuando todo entró bajo sospecha. En otro tanto, la situación sacó a relucir el máximo oportunismo político de unos y de otros que llevó a que el Perú se convirtiera en el “lejano oeste” sobre todo en el último quinquenio donde las palabras crecimiento y productividad quedaban bien enterradas bajo los muertos y heridos que dejaba la guerra política desatada. Cuatro presidentes en un quinquenio es un buen resumen de nuestra realidad.

Y ya para redondear el asunto, la pandemia además de empujarnos hacia una de las peores crisis económica y social de nuestra historia republicana se ha encargado de confirmar la putrefacción generalizada de nuestra clase política. Así, las decisiones que se vienen tomando en el , estamento que ostenta hoy el verdadero control del país, han revestido una irresponsabilidad monumental. Proyectos y leyes que se saltan el mínimo criterio económico, y en muchos casos violando abiertamente la Constitución, son el reflejo del mercantilismo abierto de mafiosos enquistados en varios de los partidos políticos mezclado con el populismo exacerbado por las elecciones generales de abril. Darle un buen futuro al país no está en sus planes.

Viendo el desastre económico y político en el que vive el Perú, no puedo dejar de pensar en ese famoso pasaje de la Divina Comedia de Dante Alighieri, donde se hallaba una inscripción en la puerta del infierno que decía: “Por mí, se llega a la ciudad doliente/Por mí se llega hasta el dolor postrero/al rechinar, al llanto, al desespero. /Por mí, se va tras la perdida gente”. ¿Está el Perú camino al infierno o ya ha cruzado ese umbral?

Si el país quiere virar hacia el camino de la productividad se requerirá sin duda alcanzar un serio consenso entre nuestros líderes políticos; escenario que hoy lamentablemente no veo posible. Y tengo realmente pocas esperanzas de que algo mejor salga del próximo proceso electoral bajo el mismo sistema político vigente que seguirá permitiendo que cualquier presidente sea fácilmente vacado. Pero como la esperanza es lo último que se pierde confiemos que la inspiración surja y que nuestros próximos líderes se animen a empujar el carro de la productividad. Pues como señala el Nobel de Economía Paul Krugman: “recesiones severas, inflaciones galopantes o una guerra civil pueden hacer a un país pobre, pero solamente la productividad puede hacerlo rico”. Amén.

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