Luego del bache sufrido en el 2020 (-12,4%, el peor resultado en tres décadas), el PBI minero regresaría a la senda de crecimiento este año. El BCR estima una expansión de 14,4%, reflejando una acelerada y sostenida recuperación de la actividad minera.
Esto respondería, principalmente, a dos factores. En primer lugar, al mayor volumen de producción de cobre, que de acuerdo con las proyecciones del Minem alcanzaría el récord de 2,5 millones de toneladas al cierre del año (16% más que en el 2020), impulsada por la entrada en operaciones de Mina Justa. La misma institución calcula que la ampliación de Toromocho y Quellaveco, actualmente en plena construcción, nos llevarían paulatinamente hasta una nueva marca de 3 millones de toneladas.
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En segundo lugar, los vientos de afuera son bien favorables. Las cotizaciones han registrado un fuerte repunte, luego de haberse desplomado por la pandemia, a tal punto que ya se escucha hablar de un nuevo “superciclo de los metales”.
El precio del cobre –la principal exportación del Perú– ha subido más de 100% desde su menor nivel tocado en marzo del año pasado, alentado, entre otros factores, por la mayor demanda de China, el principal consumidor del metal rojo. Este producto –por sí solo- representa el 50% de la producción minera nacional y un tercio del valor total de nuestras exportaciones por lo que ello tiene un efecto muy positivo a nivel macroeconómico.
Con ese impulso, las exportaciones mineras aumentaron un 29,4% en el primer trimestre del año. En tanto, las empresas del sector ven crecer sus ventas y utilidades (en 20% y 221%, respectivamente, en el cuarto trimestre del 2020), lo que tiene un impacto directo en la recaudación, que sigue mostrando signos de recuperación, incluso a un ritmo mayor de lo previsto. En lo que va del año, los ingresos por tributos internos de las empresas mineras se duplicaron, según la Sunat. A ello se suma la tendencia positiva de las cifras de empleo en minería, que registran un alza de 16,5%.
Mirando hacia adelante, sin embargo, no todo pinta bien. Aunque se espera que la inversión minera crezca un 30% este año, tras caer un 60% en el 2020, ese avance se soportaría básicamente en grandes proyectos que vienen de años anteriores (como Quellaveco). Después de eso no hay otros de esa envergadura en el horizonte. Solo proyectos detenidos o con graves problemas de viabilidad (como Conga o Tía María).
Y, para remate, la exploración va en retroceso. En el 2020, la inversión en la búsqueda de nuevos yacimientos cayó por tercer año consecutivo (un 37,5% con respecto al 2019, descendiendo de US$357 millones a US$223 millones). Para poner esta mala racha en perspectiva, en el año 2012 se llegó a un pico de más de US$900 millones.
Pero, de lejos, el mayor peligro que enfrenta el sector en este momento es el de la nacionalización de los yacimientos mineros. La preocupación que esta amenaza despierta ya se está viendo reflejada en los precios de las acciones de las principales mineras del país en la bolsa de valores, que vienen registrando una caída histórica. Si ese opaco panorama se materializa, podemos despedirnos de la inversión minera y perderemos la oportunidad de aprovechar la coyuntura de buenos precios de los metales para impulsar nuevos proyectos y reactivar nuestra alicaída economía.
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