No hay quien dude que la figura del crítico literario es una de las más vapuleadas dentro del campo literario. Ser crítico implica, inevitablemente, recibir agravios, amenazas, insultos y hasta ser representado ficcionalmente como un infame al que se debe destruir a como dé lugar. En el ámbito de la crítica literaria peruana son muy pocos los nombres que han logrado generar consenso entre lectores y escritores. Quizá Alberto Escobar o Luis Jaime Cisneros lo hayan logrado. A esta breve lista, sin duda, habría que sumar a Abelardo Oquendo, cuyo trabajo crítico ha sido reconocido por todos sus lectores.
Hoy, afortunadamente, una parte significativa de su labor ha sido recopilada y ordenada por Alejandro Susti en el libro “A.O.: La crítica literaria como creación”, (Fondo editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 329 p.p.). Los textos que lo componen son estudios, reseñas, prólogos, conferencias, homenajes, notas preliminares y polémicas, todos ellos publicados en diarios (a través de sus columnas), suplementos dominicales, revistas y libros a lo largo de cincuenta años. No son trabajos generados a partir de la sumisa dependencia a una teoría o marco conceptual que, como sucede en muchos casos lamentables, termina opacando al libro objeto de análisis.
EL HUMANISTA QUE ACERCA EL LIBRO AL LECTOR
Su obra no incurre en el mal gusto de utilizar trabalenguas semióticos, ni galimatías lacanianos (que solo consiguen ahuyentar al lector). No. Abelardo Oquendo toma el camino contrario. ¿Cuál? El del humanista que busca acercar el libro al lector y que, en ese propósito, atiende a la obra en dos aspectos fundamentales: el manejo que el autor hace del lenguaje en busca de un estilo y el modo en que es capaz de crear un mundo propio.
Al inicio de sus textos, aunque de manera breve, Abelardo Oquendo se ocupa de hacer una evaluación del estado de la poesía o narrativa referidos. De ese modo, busca situar al libro en la tradición textual a la que pertenece. Luego, da paso al análisis formal. Abelardo parte del supuesto de que la literatura es forma. En esta dirección atiende, entre otros aspectos, al modo en que el autor selecciona las palabras, a la forma en que adjetiva, al ritmo de la prosa, a la manera en que logra una sintaxis personal, al sentido y pertinencia de una determinada técnica.
UN UNIVERSO IDEOLÓGICO
En un segundo momento, trabaja con un principio importante para él: un texto es una sensibilidad y un universo ideológico que debe ser construido con rigurosidad y mucha autoexigencia. En principio, Abelardo Oquendo establece un sistema de referencias literarias que nos permite conocer las relaciones del texto con otros afines, como también las de la obra analizada con respecto a la obra anterior del autor. Lo central, sin embargo, en este nivel de análisis, es explorar en la naturaleza de los personajes y sus relaciones con el poder y con los otros, lo que buscan y el modo en que lo hacen, aquello que, después de todo, construye su moral. Así, comprendemos mejor el aporte y el significado del texto.
A sus análisis, Abelardo siempre acompaña breves reflexiones sobre la ficción y sobre la obra literaria como objeto autónomo, reflexiones que revelan en él a un crítico poseedor de un horizonte conceptual que sustenta sus opiniones, pero que nunca pone por delante a la hora de aproximarse al texto; reflexiones claras como la siguiente: “Toda creación de una realidad exterior a la literatura es, en literatura, engañosa: el texto es la única realidad y la ficción es su proyección mental, variable en cada mente”.
EL MAESTRO SECRETO
Para terminar, anotemos que el libro está ordenado en cinco secciones. La primera recoge el testimonio de los amigos cercanos de Oquendo. Destacan los textos de Mario Vargas Llosa, Mirko Lauer y Alonso Cueto. Todos ellos coinciden en reconocerlo como un gran prosista, un hombre cultísimo y discreto; en suma, un caballero que siempre supo guardar la compostura hasta los últimos momentos de su vida. La segunda sección ordena sus textos de crítica sobre literatura peruana; la tercera sobre literatura latinoamericana y española; la cuarta recoge textos varios; la quinta algunas entrevistas que dio, entre ellas la que concedió a Federico de Cárdenas y Peter Elmore para “El observador”, y la última recupera algunas fotos que nos permiten hacer un recorrido por la vida del autor.
Para los que consideramos a la crítica un acto de fe en el arte y, por ende, en la vida, este libro es esencial no solo porque nos acerca a ese maestro secreto, que fue Abelardo, según palabras de Vargas Llosa, sino porque salda una deuda con nuestra propia tradición crítica en la que representa uno de los momentos más altos.