Una radiografía de la industria editorial independiente en nuestro país, donde solo el 15,5% de la población se considera lector habitual. [Foto: AP]
Una radiografía de la industria editorial independiente en nuestro país, donde solo el 15,5% de la población se considera lector habitual. [Foto: AP]

“Una microempresa creada por amor al libro” puede ser la definición de una editorial independiente. Sobre todo en el Perú, país en el que la lectura es un hábito cotidiano tan solo para un 15,5% de sus habitantes, según un estudio del Instituto de Opinión Pública de la Universidad Católica realizado en setiembre del 2015. Apostar, entonces, por un negocio editorial, es visto por muchos como un acto de valentía. O de locura, según cómo se vea.

El mercado editorial independiente del Perú ha crecido irregularmente. Pedro Villa, director de contenidos de la Cámara Peruana del Libro (CPL), retrocede a los años ochenta y recuerda que fue la crisis económica del gobierno de Alan García, primero, y las medidas tomadas por Alberto Fujimori, después, las que prácticamente cerraron el mercado a las editoras emergentes. A esto podemos sumarle la poca diversidad en la oferta de librerías y lo difícil que era mantener una compañía del rubro en medio de la noventera escasez de papel.

Claro que hubo algunos esfuerzos que aguantaron y sobrevivieron. Está, por ejemplo, Peisa, bajo la dirección de Germán Coronado. En su libro La balada de Rocky Rontal, el escritor peruano Daniel Alarcón cuenta, en el episodio titulado “La vida entre piratas”, un poquito de su historia: “Coronado está entre quienes han peleado duro para proteger los derechos de los autores en el Perú, y ha pagado un precio alto por sus esfuerzos. Fundada en 1968, Peisa alguna vez publicó a Mario Vargas Llosa y a Alfredo Bryce Echenique —los novelistas mejor vendidos y más respetados de nuestro país— por lo que debería ser ahora rico. No lo es”.

Son muchas las muestras de que en el Perú no se puede vivir del amor al libro. Aun así, la década del 2000 significó la aparición de un aire nuevo en los predios editoriales.

                                   — Generación XXI—
Si nos ponemos rigurosos, el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), organismo intergubernamental bajo los auspicios de la Unesco, define una editorial independiente como “la persona jurídica o natural con negocio que ejerce como actividad económica labores de edición de libros y/o productos editoriales afines, que no tiene vínculos de dependencia con empresas o corporaciones de capitales multinacionales o transnacionales. En este sentido, sus decisiones editoriales son autónomas y parte o la totalidad de su catálogo está construido sobre la base de la bibliodiversidad. Además, se trata de microempresas o de pequeñas empresas”.

Bajo este criterio, Villa marca los primeros años del siglo XXI como el punto en el que las nuevas editoriales independientes llegaron al mercado. Víctor Ruiz, cabeza de Lustra, fundada en 2005, señala en un texto publicado en La Mula que es el 2003 cuando sucede la llamada eclosión de las editoriales independientes peruanas. “Muchas de ellas provenían de intentos por generar un gremio fuerte que tuvieron antes los nombres de Punche Editores y, luego, Alianza Peruana de Editores (ALPE)”, dice.

Han pasado 15 años desde la fecha que marca Ruiz y, al parecer, ya podemos hablar de la consolidación de la industria editorial independiente. Tras la desarticulación de Punche y ALPE nació, el 2014 y con el apoyo de la también desaparecida Fundación para la Literatura Peruana, la Asociación de Editores Independientes Peruanos (EIP). Su presidenta, Silvia María Gonzales —directora de Madriguera—, asegura que EIP no correrá la misma suerte que sus antecesores, y resalta que se pueden señalar logros importantes tras su fundación.

La producción de libros de nuestro país (alrededor de 6.000 títulos al año) representa el 3% del total latinoamericano. [Foto: EFE]
La producción de libros de nuestro país (alrededor de 6.000 títulos al año) representa el 3% del total latinoamericano. [Foto: EFE]

“Ahora las editoriales son más maduras. Contamos con sellos como Paracaídas o Estruendomudo, que ya han cumplido más de diez años; o Altazor o San Marcos, que tienen una experiencia larguísima. Esto ya permite pensar en empresas constituidas que van a seguir adelante, y ya no en iniciativas que aparecían y desaparecían”, dice. EIP está formada por 30 editoriales. “Al inicio éramos 15 sellos, pero a raíz de la primera edición de La Independiente (2017), conocimos empresas de otras regiones, sobre todo del sur, y así logramos crecer, trabajando por una real representatividad nacional para ya no solo ver las cosas desde Lima, sino también ferias y otras actividades en Arequipa, Cusco, Loreto, etc.”, explica.

EIP, siguiendo el legado de ALPE, pertenece a la Alianza Internacional de Editores Independientes, una organización que reúne a más de 550 editoriales de 52 países. Creada como una asociación el 2002, está pensada en seis redes lingüísticas: anglófona, arabófona, francófona, de habla castellana, lusófona y persanófona. Gonzales explica que pertenecer a la Alianza ayuda al desarrollo de la industria local porque los conecta con una red hispanoamericana que maneja bases de datos de asociación, de editoriales y de coediciones. “Además, compartimos experiencias profesionales, pues nos orienta cómo proceder en aspectos que en otros países de la región están más avanzados. Por ejemplo, al momento de armar los estatutos de EIP, nos asesoraron colegas de Chile y de Argentina, donde manejan un movimiento muy fuerte de asociaciones”, añade.

              — El sueño, el mercado, el Estado—
Silvia Gonzales alimenta la definición de editoriales independientes añadiendo un matiz emotivo del que Cerlalc, evidentemente, carece. “La mayoría son pequeñas empresas impulsadas por las ansias de sus cabezas por ver publicados los libros que sienten que son necesarios. Sean estos de poesía, narrativa, arte, ensayo o cómic, de pequeño o gran formato; el interés principal de sus artífices es compartir la experiencia del libro, la visión particular del mundo que este enarbola con sus lectores, y con este acto de entrega se hace realidad el ideal que buscamos como independientes: la bibliodiversidad. La bibliodiversidad es la diversidad cultural aplicada al mundo del libro y se plantea como un acto de resistencia ante la creciente concentración y la frecuente adquisición de las editoriales latinoamericanas por parte de los grandes conglomerados transnacionales que, en pos de lograr un mercado globalizado, centra sus esfuerzos en encontrar y consolidar las fórmulas que harán posible el próximo gran bestseller”.

En el Perú cada año se publican alrededor de seis mil títulos, según los datos registrados en la agencia peruana del ISBN; se han mapeado 336 editoriales (entre comerciales y fondos universitarios), según el boletín Infoartes del Ministerio de Cultura (Mincul); y se calcula que existen más de cien editoriales independientes en el país (según el estudio Diagnóstico del sector editorial del Perú, publicado el año pasado por la CPL y el Cerlalc).

Esto no significa que las independientes la tengan fácil. No. En un momento en que las iniciativas culturales intentan ser sostenibles, los editores peruanos tienen múltiples barreras. No acceden a compras públicas por parte del Ministerio de Educación o la Biblioteca Nacional; las cadenas de librerías, tratando de resolver sus propios problemas, no siempre aceptan la exhibición de títulos que no sean de transnacionales o de sus propias importaciones. La FIL Lima se hace cada vez se hace más inaccesible, con una política en donde la ubicación preferencial de los stands y la cantidad de presentaciones por editorial o librería se encuentra relacionada a la inversión. La Ley del Libro está próxima a vencer y, a pesar de contar con un borrador de lo que sería la nueva Ley de la Lectura, el Libro y las Bibliotecas (trabajada en conjunto entre el Mincul, la CPL, EIP y la BNP) siempre se corre el riesgo de que el Congreso o el mismo Poder Ejecutivo le reste importancia y no llegue a aprobarse.

Un problema con la calidad de las publicaciones es que hay autores, cuyo trabajo no siempre es de calidad. [Foto: El Comercio]
Un problema con la calidad de las publicaciones es que hay autores, cuyo trabajo no siempre es de calidad. [Foto: El Comercio]

Aunque hace falta un apoyo más visible, poco a poco el Estado se ha acercado más a estas empresas. Además de organizar la segunda feria de editoriales peruanas independientes, que se realizará del 20 al 29 de abril en las instalaciones del Mincul, el Ejecutivo tiene previsto brindar mil UIT —poco más de cuatro millones de soles— para las industrias culturales y las artes, y dentro de este presupuesto está incluido el fomento de la lectura, el libro y las bibliotecas. Ezio Neyra, escritor y cabeza de la Dirección del Libro y la Lectura del Mincul, señala que el trabajo que se ha ido haciendo para ayudar a los editores ha sido sobre todo a través de capacitaciones. “La feria tiene por un lado el componente comercial, que es importante, pero también tiene los de formación y de asociatividad. Así, el gremio participa de diferentes procesos que estamos liderando, como la nueva Ley del Libro, o la política nacional de la lectura, el libro y las bibliotecas. Para nosotros es importante tenerlos de actores políticos, y que vengan a la mesa para estas negociaciones”.

                         — Profesionalizar el sueño —
La profesionalización ha sido siempre el gran reto de las editoriales independientes. Al respecto dice Neyra que “los directores de editoriales pequeñas, independientes, son personas que, por lo general, tienen un gran amor por la literatura, grandes lectores, gente que ha disfrutado del mundo de los libros, pero que no vienen con una lógica comercial o empresarial. Apuestan por el libro, pero no apostarían por vender zapatos porque su lógica no es ganar dinero, sino producir buenos libros”.

El reto de la profesionalización está presente desde siempre. Hay editoriales que no cuentan con un organigrama, por lo que sus integrantes suelen duplicar funciones. La idea de la profesionalización es que los sellos manejen bien sus procesos de producción, tengan más espacios de circulación para sus títulos, paguen correctamente a sus autores, financien las ediciones que publican en su totalidad, y que publiquen mejores libros, porque no todas las editoriales independientes tienen la misma calidad”.

Un problema con la calidad de las publicaciones es que hay autores, cuyo trabajo no siempre es de calidad, que pagan por servicios editoriales. Los editores, ante un mercado que no les genera las ganancias necesarias para subsistir, trabajan, seguramente lo mejor posible, en una edición en la que no invertirían. Silvia Gonzales señala que esta es una práctica que EIP desalienta. “La idea es que el catálogo sea uno por el que el editor apueste. Existen los servicios editoriales, y tenemos que aprender a establecer la diferencia entre ambos. Entiendo que es una necesidad, que es una industria no tan dinámica, está el tema de las librerías, de las liquidaciones que no siempre son rápidas, y demás; pero hay que hacer, repito, la diferencia entre el catálogo de la editorial y los servicios editoriales. La labor del editor independiente recae muy fuertemente en apostar por nuevas voces. Los independientes, al apostar capital propio, no se arriesgarían a sacar cualquier cosa en cualquier estado. Es cuestión de qué es lo que quieres tú que forme parte de tu catálogo”, explica.

Es bonito pensar que apostar por publicar es un acto de amor —que lo es—, hasta que uno se choca con el mercado. Sortear sus vicisitudes es complicado, sí, pero eso no amilana a los cientos (¿miles?) de escritores —y editores—que intentan crear frases y palabras que valgan la pena para entregárselas al mundo, reunidas en la forma de un nuevo libro.

LANZAMIENTO EN PARACAÍDAS

Juan Pablo Mejía, editor de Paracaidas
Juan Pablo Mejía, editor de Paracaidas

“Para no causarse heridas la flor del jazmín se lanza en paracaídas”, escribió, con la gracia que lo caracterizaba, el poeta Arturo Corcuera. Juan Pablo Mejía tomó este poema de ejemplo e incursionó en el mundo editorial con el sello Paracaídas. Era diciembre del 2006, y estaba terminando la especialidad de Comunicación en San Marcos. El primer libro que publicó fue Cosmigonía, del poeta Jaime Jiménez. Lo que al inicio fue un proyecto empujado en equipo, se convirtió luego en un esfuerzo solitario, pues los demás miembros tomaron otros rumbos, dejando a Mejía solo. Aferrado a su Paracaídas, siguió adelante en el camino. A poco de cumplir 12 años de fundación, el sello ha editado más de 150 títulos de poesía, contando entre ellos trabajos Cristhian Briceño, Karina Valcárcel o Victoria Guerrero; y de los canónicos Rossella Di Paolo, Abelardo Sánchez León o Mario Montalbetti. Al constituirse como Paracaídas Soluciones Editoriales, y reservar Paracaídas para publicaciones de poesía, se crearon sellos especializados: Álbum Bicolor, que publica temas peruanos ilustrados para público infantil; Caballito del Diablo, un sello LGTB que maneja dos líneas: ilustrado y ensayo; y Narrar, que se distribuye en el Perú y Argentina, dedicado, a la narrativa de jóvenes peruanos con proyección. Se puede llegar lejos, lanzándose en paracaídas.

¿QUIÉN PENSÓ EN LOS NIÑOS?

Gabriela Ibáñez, directora editorial de Polifonía. [Foto: Archivo personal]
Gabriela Ibáñez, directora editorial de Polifonía. [Foto: Archivo personal]

La historia de Gabriela Ibáñez es una apuesta perpetua por el trascender de las letras. Estudió Filosofía en San Marcos y Literatura en la Católica. El 2010 se embarcó en una aventura tildada por muchos de peligrosa: dirigir una editorial especializada en libros ilustrados para niños y jóvenes. Su afición por estos le hizo notar rápidamente que dicho espacio no se había desarrollado adecuadamente en el país. Así nació Polifonía. La editorial tiene como objetivo difundir el libro-álbum en el Perú y Latinoamérica y promover el trabajo de autores nacionales. “Nos especializamos en un tipo de libro que experimenta con el lenguaje visual y literario. Nuestros álbumes están dirigidos a los niños, pero también a los adultos, pues creemos que un buen material para niños puede y debe ser disfrutado por todo tipo de público. Buscamos que los lectores se acerquen al arte de una manera lúdica y creativa. Para ello nos hemos propuesto que cada proyecto trascienda a diversos espacios como la galería, el parque o la escuela”, dice. En su nutrido catálogo cuentan con exitosos trabajos de autores como Micaela Chirif, Issa Watanabe, Gabriel Alayza, Fito Espinosa o Michela Casassa. El mundo ilustrado para niños y jóvenes sigue siendo un espacio poco explorado en las ediciones independientes. Un hermoso vacío por llenar.

SIMPLIFICADO EL CORAZÓN

Álvaro Lasso, fundador de Estruendomudo. [Foto: Alessandro Currarino]
Álvaro Lasso, fundador de Estruendomudo. [Foto: Alessandro Currarino]

Es cierto que los editores independientes son personas que aman la literatura. Álvaro Lasso, fundador de Estruendomudo, se inspiró en el famoso verso de César Vallejo (¡odumodneusrtse!) para nombrar lo que él llama “su primer hijo”. Esta historia empezó el 2004, en la sala de su casa, cuando era estudiante de Literatura en la Universidad Católica. Hoy, Estruendomudo es conocida por ser una de las más grandes editoriales independientes del Perú, que ha sobrevivido al paso del tiempo y a las vicisitudes del mercado. Cuenta entre sus autores a escritores como Gabriela Wiener, Alejandro Neyra o Daniel Alarcón. Además, apostó por la creación de sellos especializados, como Mitin (línea de política y periodismo), donde han publicado Carlos Meléndez, Eduardo Dargent o José Ragas; y Help! (línea de emprendimiento y desarrollo personal). Su catálogo, en total, supera los 200 títulos. Lasso cuenta que, en este momento, la editorial se encuentra en reorganización, pues ha asumido nuevos retos profesionales, pero afirma que de ninguna manera va a desaparecer. “Una editorial independiente no es la que vive de espaldas al mercado, sino la que apuesta por editar y publicar las cosas que le salen del corazón”, dice. Catorce años después, la ilusión no se ha perdido.

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