Los primeros 20 años de su vida, César Moro (Lima, 1903 - 1956) fue Alfredo Quíspez Asín Mas, y no le gustó serlo. Desprenderse de su nombre de nacimiento, sin embargo, no hizo que perdiera de vista aquello que desde sus inicios lo caracterizó como hombre melancólico y enigmático. Aunque pintó y dibujó toda su vida, retrospectivamente, su vocación pictórica no es tan reconocida como la poética.
Moro no fue el único artista plástico de la familia Quíspez Asín Mas. Su hermano mayor, Carlos, estudió en Madrid en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, enseñó en la escuela de Bellas Artes de Lima, y alcanzó un reconocimiento en el medio por su obra, y por introducir en el Perú la técnica del mural al fresco.
La gran diferencia entre ambos radica en que Moro siempre fue un artista experimental, alejado de las escuelas, aunque cercano a los movimientos de vanguardia. La verdad es que siempre estuvo lejos de cualquier disciplina académica. Fue expulsado del colegio La Inmaculada, y no volvió a las aulas nunca más… salvo para enseñar. Para Moro, Lima no solo era horrible, sino también era un charco. Su charco natal. Su sueño era viajar a Francia. En el libro César Moro. Obra plástica, editado por la Academia Peruana de la Lengua, se cuenta que viajó a París con la intención de estudiar para bailarín y pintor, pero una enfermedad (no se especifica cuál) le impidió cumplir su sueño danzante. Entonces se dedicó a trabajar en lo que podía, a escribir, a dibujar y a pintar, y a acercarse al movimiento surrealista, encabezado por André Breton.
—Juntar las piezas—
El doctor Fernando Villegas, historiador del arte y coautor del libro mencionado junto a Daniel Lefort, lamenta que el trabajo plástico de Moro haya quedado en un segundo plano, pero cree que esto se debe, por un lado, al hermetismo del artista y a que fue un incomprendido, adelantado a su tiempo. Sin embargo, su trabajo sí se llegó a exhibir en vida. “Participó en una muestra con Jaime Colson en la Asociación de América Latina, en París, y luego en otra exposición, en Bruselas. Cuando volvió a Lima se encargó, en 1935, de organizar la primera muestra surrealista en América Latina, en la Galería Alcedo, y cuando viajó a México logró hacer en 1940 una exposición surrealista con la colaboración de artistas como Wolfgang Paalen y André Breton”.
La obra de César Moro se caracteriza por la necesidad de siempre buscar una libertad creativa, por realizar un proceso de experimentación constante. Por eso pasa por varios estilos. “Su primera etapa, que está vinculada al modernismo y al simbolismo, dialoga mucho con Eguren. Después, en la época de París, hay un encuentro con el cubismo y la geometría, muy relacionado con Jaime Colson, un pintor dominicano, más o menos en el año 26. En el 28 se decanta por la figuración lírica española, que era un intento de superar el cubismo con un trazo sencillo, un poco imitando los dibujos de los niños. Después se entrega por un tiempo a su afición al surrealismo, del cual se disocia luego para apostar por una geometría cubista en los pasteles de su última época, en los que se haya geometría; pero, al mismo tiempo, color”, explica Villegas.
El libro sobre la obra plástica de Moro reúne más de 200 piezas, incluidas las dos colecciones que se conocen. Una pertenece a André Coyné, uno de los últimos amantes del artista y quien se dedicó a difundir su obra póstumamente, que se encuentra repartida entre Tenerife, Espacio de las Artes (España), y la Fundación Getty (Estados Unidos. La otra pertenecía al poeta Emilio Adolfo Westphalen, gran amigo de Moro, y fue vendida por sus herederos también a Getty. Sin embargo, como dice Villegas, Moro regaló muchos dibujos a sus amigos, así que, probablemente, haya obras dispersas imposibles de hallar y catalogar. “También sabemos que cuando vino de México a Lima, un baúl con sus obras se perdió, y ahí se fueron algunas de su período mexicano”, añade.
Obra plástica
Fernando Villegas y Daniel Lefort
Editorial: Academia Peruana de la Lengua
Páginas: 347
Precio: S/100,00
—Plástica poesía—
Fernando Villegas encuentra una clara relación entre las diferentes facetas artísticas en las que se desenvolvió Moro. Tanto la pintura como la escritura fueron para él partes de un proceso creativo en libertad y que se evidencia en el análisis detallado que se realiza en el libro que da origen a esta nota. Por ejemplo, tenemos el cuaderno “Raphael”, en el que los dibujos se mezclan con palabras ornamentadas con bucles y circunvoluciones. O en los collages que tienen el mismo título que los poemas, que establecen, así, una especie de alteridad entre las partes textual y gráfica. Sin embargo, el estudio introductorio del libro muestra que, más allá de sus correspondencias, cada medio de expresión tiene su especificidad. Cuando los textos llevan la imagen poética hasta sus límites, se alejan totalmente de la imagen plástica porque las posibilidades del lenguaje verbal no son las mismas que del pictórico.
Moro no se mueve en el óleo. Según Villegas, los artistas peruanos experimentales suelen evitarlo porque se asociaba a la pintura “de los consagrados”, de los artistas que iban a la Academia. “Esta necesidad de hacer pasteles, acuarela, tinta, la tienen también José María Eguren y Jorge Eduardo Eielson, lo que refleja una práctica constante en el arte peruano de vanguardia. La verdad, necesitamos todavía escribir la historia de ese arte”.
Este esfuerzo para revalorar la versatilidad de la obra de César Moro ha empezado desde su recuperación como poeta, y con quienes reconocen su papel fundamental en el arte surrealista latinoamericano. Villegas considera que sin Moro no podemos entender a Jorge Eduardo Eielson ni a Fernando de Szyszlo. “Hizo que esta generación bebiera de las prácticas experimentales y de la relación entre literatura y arte, y eso es fundamental para nuestra historia”, dice.
César Moro tuvo la necesidad de expresarse toda su vida por medio del arte. En Lima, cuando era joven, siempre buscó salas para exponer de manera individual, y la respuesta siempre fue negativa. No le daban espacio porque no entendían su obra, los años treinta eran los de la hegemonía de José Sabogal y sus discípulos. La capital era demasiado conservadora para entender sus procesos. Cuando se fue a México, ese país miraba más al muralismo y no tanto a los surrealistas que estaban exiliados en Francia. Las exposiciones colectivas que logró hacer en Latinoamérica no tuvieron ni mucho menos el impacto que hubiese deseado.
Tal vez, en su tiempo, el mundo no estaba preparado para Alfredo Quíspez Asín. Mucho menos para César Moro. Tal vez ahora lo esté.