Man Ray fue dadaísta, surrealista, fotógrafo, pintor, creador de objetos, cineasta, colaborador de diversas revistas, cronista excepcional. Todo esto gracias a su creatividad única y a la personal simbiosis que consiguió con los medios creativos de su tiempo.
Emmanuel Rudzitsky nació en Filadelfia, Estados Unidos, el 27 de agosto de 1890, en un hogar de inmigrantes judíos de Ucrania que se trasladarían luego a Nueva York. La familia cambió el apellido por Ray a causa de los crecientes sentimientos antisemitas de la época. El nombre de Man lo acuñó el propio artista, utilizando el diminutivo Manny, como lo apodaban en casa. Man Ray estudió en la Escuela de Bellas Artes. Muy joven se casó con la poeta belga Adon Lacroix, quien lo iniciaría en la lectura de Rimbaud, Mallarmé, el Conde de Lautréamont y Apollinaire. En 1913 pintó su primer cuadro cubista, un retrato de Alfred Stieglitz, el dueño de una galería de arte, a quien visitaba con frecuencia. En esa galería Man Ray entró en contacto con los modernos artistas europeos. Frecuentó también las tertulias en la casa del coleccionista Walter Arensberg, donde un par de años después conocería a Marcel Duchamp.
En 1915 compró su primera cámara fotográfica para registrar sus cuadros, sin sospechar que con el tiempo se convertiría en uno de los fotógrafos más influyentes del siglo XX. Ese mismo año Duchamp desembarcó en Nueva York, y se convierte en su entrañable cómplice de toda la vida. Su amistad fue instantánea, pese a la barrera idiomática; se cuenta que, al no poder hablar, se dedicaron al inicio solamente a jugar tenis y ajedrez. Ese mismo año expuso en la Daniel Gallery de la Gran Manzana, y junto con Duchamp y Francis Picabia fundó la Sucursal Dadá. Por esa época también comenzó a trabajar con aerógrafos sobre papel fotográfico, y en una serie de collages y objetos, alejándose de la pintura. Participó en experimentos fotográficos y cinematográficos y en la publicación del número único de la revista New York Dadá.
— La conquista de París —
A comienzos de los años veinte se mudó a la capital francesa, donde pasaría el resto de su vida, exceptuando los diez años —entre 1940 y 1951— que partió a Hollywood huyendo de la Segunda Guerra Mundial.
Desde su llegada a París se relacionó con las personalidades más importantes del arte y se convirtió en el retratista de su tiempo. Fotografió a André Breton, Paul Éluard, Tristan Tzara, Antonin Artaud, Salvador Dalí, Pablo Picasso, Henri Matisse, Joan Miró, Jean Cocteau, Alberto Giacometti, James Joyce, Ernest Hemingway, Ezra Pound. Incluso fue invitado al funeral de Marcel Proust para realizar la última foto del escritor. Trabajó también como fotógrafo de modas para el gran diseñador Paul Poiret, y alcanzó en este ámbito una inesperada fama.
Sus primeras obras experimentales fueron los rayogramas, imágenes fotográficas realizadas sin cámara, colocando un objeto sobre papel fotográfico y luego exponiéndolo a la luz. Publicó 12 de estos trabajos bajo el título “Les Champs délicieux”, en alusión al libro “Les Champs magnétiques”, de Breton y Philippe Soupault. Esta publicación lo catapultó dentro de los círculos de vanguardia. En 1924 se formalizó su vínculo con el surrealismo, al publicarse siete de sus fotografías en el primer número de la revista La Révolution surréaliste, que apareció en diciembre de ese año.
El trabajo de Man Ray se caracteriza por la búsqueda constante: para el artista la forma era solamente un medio al servicio de las ideas. Las innovaciones técnicas que desarrolló fueron producto de la necesidad de la época, al asumir que la tecnología y la industrialización eran las herramientas por donde debería transitar el arte moderno. Hay una clara crítica al academicismo en su trabajo, a la representación puramente estética. Dadá, el surrealismo y por supuesto Man Ray intentaron sabotear el concepto generalizado de arte, ideando nuevas maneras de abordar la creación. Una vez dijo: “¿Es la fotografía un arte? La cuestión es irrelevante. El arte está superado. Hace falta otra cosa. Hace falta mirar cómo trabaja la luz. La luz es la creadora. Me siento ante una hoja de papel sensible y reflexiono”.
Murió a los 86 años, en plena actividad creativa, el 18 de noviembre de 1976. Fue enterrado en el cementerio de Montparnasse. En su tumba se lee este epitafio: “Despreocupado, pero no indiferente”.
Cuarenta años después, el legado de Man Ray está vivo en las diferentes manifestaciones del arte contemporáneo. Fue uno de los precursores de la ruptura con el arte tradicional y experimentó con todo tipo de soportes. Se puede decir que buscó siempre provocar erotismo y escándalo. “La búsqueda de la libertad y el placer; eso ocupa todo mi arte”, dijo alguna vez.