“Yo tenía dieciséis años… / en el corazón, pero no tenía / ni un solo lugar donde colocar / el sentimiento de mi inocencia”, fue el epígrafe que eligió Oswaldo Reynoso para ingresar a Los inocentes. Estos versos de Jean Genet abrieron la puerta del mundo Reynoso, un espacio de ficción pero también de mucha realidad, de esa que nos enrostra lo que somos como sociedad y no queremos ver.
Relatos de ‘collera’
Publicado en 1961 con la editorial La rama florida de Javier Sologuren, Los inocentes remeció el curso de la narrativa peruana y causó rabietas en una Lima todavía cucufata que acusó de pornográfico a este conjunto de relatos con personajes adolescentes que descubren y refuerzan su masculinidad y sexualidad. La riqueza de sus páginas es infinita y no solo por su prosa, Reynoso recoge el habla popular, el barrio, y logró construir personajes emblemáticos y queridos, los mismo que aún se pueden ver caminando por las calles de Lima ‘con las manos en los bolsillos y siendo más hombres que nunca’, parafraseando al autor.
En una entrevista en el programa Presencia Cultural, Reynoso contó que este libro se originó del relato “El muchacho del geranio” que él mismo había escrito y olvidado que existía. Fue cuando lo volvió a leer que rescató el aire del que sería uno de sus mejores y más queridos libros, el mismo que en algún momento tuvo otro título: Lima en rock. ¿De dónde salió? Cuenta Reynoso que fue una propuesta editorial. El escritor Manuel Scorza, director de Populibros, se interesó en publicar una edición masiva de Los inocentes pero con la condición de cambiarle el nombre. Esta situación creó un conflicto en el autor pues el título representaba el espíritu de los relatos, no quería cambiarlo, sin embargo, podría perder un tiraje de 10 mil ejemplares prometidos por Scorza. El editor quería un nombre comercial y encontraba en Los inocentes uno muy intelectual. Reynoso, después de discutirlo con sus amigos en el bar Palermo del Centro de Lima, fue a ver a Scorza y, entre idas y venidas, Reynoso cedió y propuso Lima en Rock. En las siguientes ediciones conservó su título original.
Con Los inocentes Reynoso provocó un “terremoto” como escribe Alberto Fuguet en su prólogo a la edición ebook de la editorial Penguin Random House: “un terremoto literario que no destrozó edificios ni arrasó con puentes, pero que sí removió pisos y alteró hormonas porque, desde el principio, su propuesta fue considerada radial, colérica, rockera, homoerótica, grosera y poco literaria. ¿Hay algo más literario que aquello que es considerado no-literario? […] Me hubiera gustado leerlo antes de lo que lo leí. A veces pienso que lo leí en otra vida o que lo leyó mi madre cuando estaba en gestación”. Como al chileno, este libro ingresó en la vena de escritores y, especialmente, de un público lector diverso. Se estableció en la radiografía de la literatura peruana marginal convirtiendo al escritor en un ‘rockstar’ de las letras o el “best seller clandestino del Perú”, como solía decir Reynoso.
Los milagros de Reynoso
El mismo escritor que emocionó a José María Arguedas y Martín Adán, se acercaba a la gente, sin prejuicios y con humildad. Esta es una de las cualidades que más se recuerda de él. No tenía reparos en asistir como invitado y viajar a ferias y festivales de Lima y provincias. Se lo podía ver conversando con jóvenes amigos en los bares del Centro de Lima y pasando tiempo en los colegios que visitaba para hablar sobre sus libros y contar, a los estudiantes, algunas de las cientos de anécdotas sobre su vida, relatos y amistades. Todos lo miraban y escuchaban con admiración por su erudición e ingenio.
Además de Los inocentes, En octubre no hay milagros (1965) es uno de los libros que ha llegado a más lectores de colegios. Su radiografía de la sociedad limeña exprime a una capital ferviente y emocionada por la fiesta del Señor de los Milagros. Reynoso expone la decadencia social, a su estilo y con un lenguaje exquisito, nuevamente retador y con una nueva protagonista: la Lima migrante. Para la narradora argentina Mariana Enríquez, En octubre no hay milagros es la “gran novela urbana”. En el prólogo a su edición del 2018 publicada por PRH, la novela “refleja el momento de cambio de la ciudad, un cambio demográfico y simbólico. Lima recibe las grandes migraciones de la sierra y empiezan a consolidarse los cinturones de pobreza. Este éxodo del campo a la ciudad obliga a Lima a aceptar un nuevo perfil social, mucho más coherente con el resto del país. Esa Lima es narrada por Reynoso con el estilo que los críticos después llamarían ‘Realismo urbano’, pero que es bastante más: un apasionado lirismo se contrapone con diálogos en la más cerrada jerga limeña juvenil ––a la manera de la irónica Los inocentes–– y le siguen pasajes secos, narrativos, de belleza austera. Reynoso exhibe su virtuosismo en cualquier registro, pero jamás parece ostentosos o arrogante”.
El escritor amigo
Décadas después de la primera edición de ambos libros queda claro que todavía tienen mucho qué decir. Sus amigos y lectores lo saben, es por ello que invitamos a 3 de ellos para que nos den sus testimonios y experiencia con ambos íconos literarios:
“Y de pronto me encontré con Colorete”, Alessandra Tenorio, poeta y gestora cultural
Oswaldo Reynoso es un maestro. Leer Los inocentes fue mi primer encuentro con un lenguaje poético diferente. Había leído a otros autores (poetas en su mayoría) cuyo lenguaje me gustaba, pero no sentía que me hablara directamente: era el lenguaje de otro tiempo. Y de pronto me encontré con “Colorete”. Un cuento que mezcla palabras como alabastrina con expresiones como “te han comido la sin güeso” y “chupa y di que es menta”, y aunque no era el lenguaje de mi época, lo sentí actual. Me gustó saber que en otros tiempos los entonces jóvenes también hablaban “como nosotros”. Me sentí maravillada, porque la forma como presentaba Reynoso esas jergas juveniles era purita poesía. La lectura de Los inocentes me regaló una gran verdad: que la narrativa también puede ser poética. Todo eso quedó grabado en mí, con fuego, así como las palabras de Cara de Ángel: “El semáforo es caramelo de menta: exquisitamente. Ahora, rojo: bola de billar suspendida en el aire”. Desde entonces, nunca he vuelto a ver un semáforo igual. Tampoco pude concebir con la misma inocencia y fe católica la procesión del Cristo Morado desde que leí En octubre no hay milagros, ni pude seguir viéndole a Lima solo la cara bonita de los valses. Esta se convirtió también en una capital que margina, que empuja a las personas a realizar acciones contra sus deseos, que puede ser violenta y triste. Eso hacen los buenos libros (y los grandes autores): cambian tu visión del mundo de una vez y para siempre.
“Fue un disidente”, Enrique Planas, narrador y periodista cultural:
Reynoso cambió el panorama de la literatura de su país con Los inocentes. Publicado en 1961, el libro no solo incorporó el lenguaje de los jóvenes callejeros de Lima, sino que hizo irrumpir el deseo y la ambigüedad sexual. En Los Inocentes, golpearse es la única forma lícita de tocarse. Un tocamiento que confunde, pues esconde en el fondo la ternura. El comportamiento de todos los personajes obedece al abandono y la soledad. Hombre de izquierda, incorrecto y polémico ––de los pocos que no se sumaron a la condena generalizada a Sendero Luminoso–– vivió en China, escribió sobre esa experiencia en la extraordinaria novela Los eunucos inmortales, hizo retratos arriesgados de Lima y sus contrastes en novelas como En octubre no hay milagros. Fue un disidente, un escritor que intencionalmente se corría del centro de la escena literaria y justamente por eso atraía a los más jóvenes. Recuerdo cuando me contó que un día en que estaba en el bar Palermo, vinieron a decirme que Arguedas, que ya había leído el libro, le estaba buscando. Fue a verlo a la Casona, donde trabajaba, algo intimidado por lo que pueda decirle. Y cuando le vio le abrazó. “Has escrito un libro estupendo”, le dijo.
“Reynoso es escritor de calle”, Luis Rodríguez Pastor, investigador de la literatura peruana.
Bar Palermo, el rincón de siempre, un día de 1970.
De pie sobre una mesa, el escritor sostiene una botella tibia, se proyecta, blande un flamante ejemplar de El escarabajo y el hombre y grita: “¡Señores, me cago en todos los críticos del Perú y sin ninguna excepción!”.
Oswaldo Reynoso siempre dijo la verdad frente a una cerveza, a una grabadora y a una hoja en blanco.
Y es que Reynoso tiraba la piedra y no sacaba la mano. No eludía: desafiaba. Defendía ardorosamente lo que consideraba justo, bello, necesario; atacaba lo inicuo, lo mezquino, lo caduco.
Con ese desparpajo impetuoso irrumpió —el 26 de agosto de 1961—Los inocentes fue la chispa que incendió la pradera de la narrativa peruana: “Reynoso ha creado un estilo nuevo: la jerga popular y la alta poesía reforzándose, iluminándose”, celebró José María Arguedas en “Un narrador para un nuevo mundo”, publicado el 1 de octubre de ese año en “El Dominical” de El Comercio. Arguedas concluía de manera profética: “Creemos que con Los inocentes empieza un ciclo de una obra que puede llegar a ser tan importante para la literatura como para el estudio de los problemas sociales de la capital”.
El recibimiento no fue unánime. Las alarmas se activaron, estalló el debate: ¿Eran una pandilla de chiquillos vagos, escaperos, vulgares y desterrados aptos para la literatura? ¿Eran palabras como “arrecha”, “pendejo” o “maricón” apropiadas para un cuento? ¿Se trataba de habla popular o de jerga del hampa? Brotaron de las páginas de Reynoso la esquina, la peluquería, la cantina, el billar y su fauna, donde lo procaz y lo tierno dialogaban de igual a igual. Como en la vida. Es que Reynoso no es escritor de biblioteca: es escritor de calle. Creador de cinco sentidos: olfato aguzado, oído esponjoso, manos sin apuro a penetrar la vista, listas a saborear la vida.
En noviembre de 1965 publicó su primera novela, En octubre no hay milagros. Algunos críticos precisaron que se trataba de una novela valiente, pero esquemática. Los reparos más sonoros la acusaron de pornográfica: si los profesores se habían escandalizado con su anterior libro, en este fue el mismo Ministerio de Educación el que censuró la novela y prohibió su circulación por considerarlo inmoral. La pradera seguía ardiendo.
Desde París, Vargas Llosa azuzó el fuego con una columna llamada “¿Pero qué diablos quiere decir pornografía?”: “No, la novela de Reynoso no es pornográfica ni obscena. Es un libro de una crudeza fría y áspera como la realidad que la inspira y tiene los altos méritos —raro entre nosotros— de la insolencia y de la ambición”. En Lima, lecturas diversas hicieron lo propio. Washington Delgado: “En octubre no hay milagros puede horrorizar o seducir al lector, no lo dejará indiferente; es una novela que, al enfrentarse, valerosa, noble y sinceramente a la realidad que nos rodea, abre un nuevo camino de verdad y belleza en la literatura peruana”. Alfonso La Torre: “Aconsejo a Reynoso que hable sobre lo que conoce. Su novela lo muestra capaz de mover, con soltura e intuición, a los adolescentes proletarios y a la clase media”. Luis Alberto Sánchez: “Reynoso penetra en un mundo de contradicciones y de sortilegios frustrados”. José Miguel Oviedo no escatimó adjetivos, definió a Reynoso como “un autor fascinado por la abyección, la morbosidad y la inmundicia en que se revuelca el hombre de esta misma pudibunda ciudad. Ese tipo de narrador escandaloso y coprolálico que apenas si asoma en nuestra literatura”, y concluyó que esas “páginas hediondas deben arrojarse, sin más, a la basura”. Martín Adán, después de leer el libro, le advirtió a Reynoso: “Un escritor como usted va a sufrir mucho en el Perú”. Años después, él sostendrá: “Yo solamente puedo considerar a uno escritor cuando arriesga todo su destino vital”.