Aunque existe un debate sobre si ya es hora de llamar “nueva normalidad” a la época en la que vivimos o si aún tenemos que esperar hasta superar la pandemia para colocarle esa etiqueta a nuestro tiempo, algo no se puede negar: la vida ya no es la misma.
No es solo la mascarilla que llevamos hoy a diario —y que antes pensábamos que era cosa de países asiáticos— o el recordaris de la necesidad de lavarse constantemente las manos lo que ha modificado nuestras costumbres. El confinamiento nos ha cambiado, aunque aún no todos seamos totalmente conscientes de ello. La cuarentena trajo consigo la distancia social, el fin de los abrazos. ¿Por qué? No solo por órdenes de los gobiernos de turno, sino, también y, sobre todo, por un instinto de supervivencia cuya frontera con el temor a veces se difumina y hasta desaparece.
Mientras, en España, según un estudio realizado por el Grupo de Investigación en Procesos Electorales y Opinión Pública de la Universitat de València, una de cada tres personas declaró tener miedo de salir a la calle tras el confinamiento, en el Perú, un estudio de Activa Consultores mostró la variación de los sentimientos que primaron durante la cuarentena en marzo y mayo, respectivamente: reflexión (61 % y 55 %), esperanza (52,4 % y 51,1 %), solidaridad (39,3 % y 39,9 %), miedo (37,2 % y 37,8 %) y tristeza (27,7 % y 37,4 %).
Aunque, a primera vista, pareciera que hasta mayo la esperanza vencía al miedo, otro estudio de la misma consultora, presentado a inicios de julio, da una pista distinta. Este último trabajo mostró que el 88,3 % de la población está muy de acuerdo o de acuerdo con la suspensión de clases presenciales para evitar el contagio masivo del coronavirus, y un 45,8 % declaró estar muy seguro o seguro de que no visitará ningún centro comercial. Y aquí pisamos la delgada línea entre la precaución y el miedo: ambos completamente normales, comprensibles y hasta necesarios en estos tiempos.
Aquello que no controlamos
“Los temores son tan variados como variada es la gente, pero hay una cuota de elementos comunes; entonces, sí podemos hablar de temores que dominan. La desconfianza en el otro es lo que domina”, sostiene María-Paz Sáenz, profesora de la Facultad de Psicología de la UPC. “Sin querer, estamos llevándoles un seguimiento a los contactos de nuestros contactos porque las relaciones empiezan a ser restrictivas. Entonces, sí hay códigos sociales nuevos: necesito saber con quién te juntas para ver si me junto contigo”, añade.
María-Paz Sáenz comenta que hoy la gente vive la nueva normalidad en su propio modo, y es cierto: se están volviendo a ver con los amigos... o no. Se están volviendo a ver con la familia... o no. Están saliendo al parque... o no. Y se ven con algunas personas con mascarilla y con distancia, y con otras sin mascarilla y sin distancia. ¿De qué depende? “De la confianza que le tienes al otro sobre si cuidó su salud o no”.
Sin embargo, hay espacios en los que esos temores pueden verse amplificados, como el transporte público u otros lugares también públicos, pues ahí nos encontramos con otro sobre el que no tenemos control. Al respecto, Víctor Casallo Mesías, director de la Escuela de Filosofía de la UARM, considera que el temor adquiere un nuevo rostro: el del otro extraño que me puede contagiar. “Ya tenemos experiencia etiquetando como sucios o indeseables a migrantes peruanos o extranjeros, a personas homosexuales, etc. Cuando el temor no se comparte para escuchar razones y acompañarnos, puede ahondar los prejuicios que nos enfrentan hace décadas”, refiere.
¿Una nueva (a)normalidad?
Entonces, ¿estamos o no en una nueva normalidad? ¿O la nueva normalidad no es tan nueva? Víctor Casallo ve que los temores adquieren rostros específicos en cada grupo social. “Para quienes tuvimos recursos para aislarnos o tratarnos médicamente, esta nueva forma de relacionarnos tiene que ver con recordar algo que aprendimos a ignorar: que somos vulnerables a enfermedades que no podemos controlar ni curar. Para quienes han visto morir a sus familiares y vecinos sin recibir atención, puede ser el temor a que nada cambie en el futuro inmediato y que sigamos en la vieja normalidad que lamenta los muertos, pero no se atreve a cuestionar el sistema que los dejó morir”, afirma.
Katherine Mansilla, filósofa y docente en la PUCP y la UARM, mira este momento con un filtro igual de crudo: “El país ha vivido en una histórica desigualdad social e injusticia, y ahora la estamos pagando, unos más que otros y de la peor manera: con la vida”. Y, en esta nueva normalidad, vemos personas y grupos que, a pesar de los temores con los que conviven, jalan la cuerda de la vieja normalidad todo lo posible. Por ello, la académica no quiere hablar de nueva normalidad. Así, no. “La ‘normalidad’ no era buena, era desigual, injusta, corrupta. Yo quiero hablar de transformación social, de emancipación. El miedo a la muerte y al hambre es, desde tiempos inmemoriales, una emoción humana y social con la que, a veces (algunas generaciones más que otras) aprendemos a convivir dándole sentido concreto, haciendo existir algo nuevo que nos permita pensar en un futuro vivible”, comenta.
El miedo paraliza, pero también ofrece, antagónicamente, fe. Y, al parecer, el ser humano siempre prefiere transitar por esas razones esperanzadoras, aunque no tengan garantía. Añade Kati Mansilla: “Me gustaría pensar que el miedo a la muerte nos une para luchar por más igualdad, por tener los mismos derechos (por ejemplo, derechos laborales, derechos universales de salud), por saber que necesitamos pensar en libertades comunitarias, en reconocimientos de culturas distintas que han sido discriminadas”.
Es esta desigualdad la que arrastró a muchos peruanos a exponerse al virus en las calles y muchos, miles de ellos son parte de la cifra de muertos por COVID-19, que, según estimaciones del Ministerio de Salud, alcanza los 43.000 muertos al cierre de esta edición.
En lo que va del estado de emergencia en nuestro país, se ha criticado severamente a más de un(a) influencer por haber hecho público su incumplimiento de la distancia social. Más allá del ambiente que puede ser muy agresivo en las redes sociales, es cierto que promover la transgresión de las normas durante una emergencia sanitaria no parece muy sensato. Esta irresponsabilidad se relaciona, como sostiene María-Paz Sáenz, con la falta de la cultura del cuidado instalada en nuestra sociedad. Y no se trata solo del cuidado personal, sino, sobre todo, del cuidado y del respeto del otro.
Ya lo dijo hace unos día el poeta Marco Martos: “La nueva normalidad tendría que ser solidaria o no sería nueva”.