[Ilustración: Manuel Gómez Burns]
[Ilustración: Manuel Gómez Burns]

—Ay, Conde, ay, Conde, por Dios y la Virgen
La desfachatez alegre o la tristeza dramática que en los encuentros anteriores se habían alternado en el rostro de Bobby habían sido sustituidas por la expresión visible del miedo. Y la voz suplicante acentuaba la percepción visual.

Urgido por sus certezas, Conde había viajado de Regla hasta la casa del excompañero. Ni siquiera había tenido la precaución de comer algo en el camino y las horas de espera por el regreso de Bobby se habían convertido en un tormento gástrico que estuvo a punto de hacerlo desistir de su propósito: abordar al hombre todavía caliente, recién salido del horno del interrogatorio al cual debían estar sometiéndolo sus persistentes excolegas policías.

Al verlo llegar y escuchar su súplica, Conde decidió que había acertado. Ese era su momento y se lanzó a aprovecharlo.

—¿Te apretaron mucho? —le preguntó cuando Bobby, sin dejar de invocar divinidades, se desmadejó en uno de los sillones de hierro fundido del portal.

—¿Mucho? ¡Casi me ponen en el potro de torturas y me sueltan al perro sin dientes!... Esos tipos son unos salvajes... ¿Tú eras así cuando fuiste policía? —quiso saber Bobby.

Conde sonrió.
—Dependía...
—¿De qué?
—De si sabía que la persona a la que interrogaba me decía la verdad o era un mentiroso de mierda manipulador hijo de puta del coño de su madre... ¡Como tú, cacho de cabrón!

Bobby saltó en el asiento al oír los alaridos de Conde, que se había inclinado hacia él para soltarle la andanada de improperios lo más cerca posible de la cara. Conde comprobó que su reacción había logrado el efecto deseado y volvió a la carga.

—Estás metido en la mierda hasta el cuello. Te soltaron, pero no te soltaron. Ni te lo creas. Te tienen en la mirilla, pues en la rifa del asesinato de Raydel, o como coño se llame ese chiquito, tú tienes noventa y nueve de cien papeletas de estar metido por algún lado... ¡o de haberlo hecho tú mismo! Y hoy nada más calentaron el brazo contigo. Cuando empiece de verdad el juego..., te vas a cagar en los pantalones.

Bobby se llevó las manos al pecho y comenzó a llorar. Conde lo dejó desahogarse, solo lo suficiente para que pudiera volver a hablar.

—Así que dale, suelta la lengua...
—Yo no lo maté, Conde...
—Ya lo sé, y por eso estoy aquí.
—Ayúdame entonces, viejo, ayúdame, por los años, la amistad...
—¿Tienes miedo, Bobby?
Bobby miró a su excompañero y de sus ojos cayeron otras lágrimas, pero de un origen y un grosor diferentes.
—¿Miedo? No, chico, terror... Esto es distinto... Miedo he tenido toda mi vida. Siempre he vivido con miedo. En este país de mierda el miedo es un estado permanente y tipos como yo somos el material de estudio preferido... Pero esto es otra cosa, otra cosa...

Conde asintió. Aunque no era el momento de dejarse conmover y aflojar las clavijas, sino de recuperar al personaje más útil. Sacó entonces las fotos de Bobby y la Virgen y se las lanzó al otro.

—¿Qué coño de cuento chino... o negro... es este de la Virgencita de Regla de tu abuela?...

Bobby saltó como si le hubieran tirado ácido encima. Sus sollozos y lágrimas desaparecieron.

—¿De qué me estás hablando?
—Bobby, no te hagas... Estoy hablando de la verdad. Y si no me dices la verdad, no puedo ayudarte y...

.
.

NARRATIVA

La transparencia del tiempo
Leonardo Padura
Edición: Tusquets
Páginas: 438
Precio: S/49,00

Bobby sollozó otra vez y miró hacia su impoluto jardín. Un rosal de príncipes negros tenía el sitio de privilegio, y lucía sus flores de sangre oscura en todo su esplendor. Conde recordó como un flechazo que cruzara su memoria la mata de aquellas rosas, tan exóticas en Cuba, que alguna vez habían adornado el pequeño jardín de su casa, pues eran las preferidas por su madre. ¿Cuántos años hacía que el propio Conde había cortado el ya envejecido príncipe negro con el cual había sostenido una intensa relación de amor-odio pautada por la belleza de las flores y la fea agresividad del espinoso tronco que tantas veces lo agredió sacándole sangre del mismo color de los pétalos? El suspiro de recomposición de Bobby le devolvió al tórrido presente.

—Es una Virgen, Conde, y mi abuela la veneraba como si fuera la de Regla. Pero había venido de España, con el catalán que se casó con ella, el hombre que casi fue mi abuelo. Josep Bonet, se llamaba, pero aquí todo el mundo le decía José, aunque en realidad no se llamaba ni Josep ni José: por algo que nunca supe se había cambiado el nombre cuando llegó a Cuba, o antes de llegar y yo nunca supe el verdadero. El caso es que José la trajo de allá.

—Bobby, ¿no me estás metiendo otro cuento?
—No, viejo, te juro que no... José vino para Cuba cuando todavía estaba andando la Guerra Civil, y nunca quiso exhibir la Virgen ni contar bien de dónde la había sacado... Lo mismo decía que de Andalucía que de Cataluña... A lo mejor alrededor de la Virgen había alguna historia oscura. Quizás,no. No sé... De lo que sí estoy seguro es de que José sí tenía una historia oscura. Pero, bueno, eso a nadie le importaba cuando veía la Virgen, ¿no? Era una Virgen, era española y era negra: ¿qué otra cosa puede ser en Cuba una Virgen negra sino la Virgen de la Regla? ¿O hace falta que el Vaticano lo certifique para que alguien adore a una Virgen negra como la Virgen de la Regla?
—Pero tú sabes bien que no es una Virgen de Regla. A lo mejor otra gente no, quizás Raydel no..., pero tú sí sabes, Bobby: esa imagen es otra cosa... Y muchas veces nada de eso importa, pero con esta Virgen, sí. Y también importa que no me lo dijeras desde el principio.

Bobby se pasó varias veces la mano abierta por el pecho, como si se ayudara con el gesto a hacer bajar las tensiones acumuladas para expulsarlas por algún orificio inferior.

—Sí, claro... Averigüé y sabía... El modelo es catalán o vasco o del sur de Francia... Por esas zonas hay varias Vírgenes parecidas a la mía, del mismo estilo... Algunas son muy antiguas, medievales. Y en ese modelo románico estaba inspirada la que trajo José, el marido de mi abuela. Pero es una estatua corriente, una reproducción, incluso es más chiquita que la mayoría de las originales.
—¿Cómo sabes que era una reproducción corriente y no una Virgen medieval auténtica?
—Porque José contaba que la había comprado en un mercado callejero de un pueblo que se llama Camprodón. Y era la Virgen que tenían en su casa... Su moreneta propia, como él decía.
Conde suspiró:
—Bobby, ¿cuándo coño sé que no me estás tupiendo?
—Coño, viejo, es la verdad. La verdad que yo sé. Te lo juro por mi abuela. ¡Por la Virgen, vaya!

Leonardo Padura
Leonardo Padura

VIDA Y OBRA

Leonardo Padura (La Habana, 1955)


Leonardo Padura ha vivido toda su vida en Cuba, y dice no imaginarse la vida, ni su literatura, fuera de La Habana. Se graduó de sus estudios en Literatura Latinoamericana en la Universidad de la Habana con una tesis en la que analiza la obra del Inca Garcilaso de la Vega. Ha escrito más de una decena de novelas, muchas centradas en la figura del detective Mario Conde. El año 2015 recibió el premio Princesa de Asturias.

Contenido sugerido

Contenido GEC