Antipatías
Se sabía antipático para la abrumadora mayoría de las gentes, a tal punto que en su propia oficina sus compañeros de trabajo habían optado por evitarlo o simplemente dejar de saludarle.
Pero aquel día escuchó comentarios sobre su persona más hirientes y despectivos que de costumbre, que se hacían en una oficina contigua. Por eso, ni se tomó la molestia de saludarse cuando, más tarde, se cruzó consigo mismo en la calle.
El funeral
Aunque nadie nunca había podido atestiguar antes lo que se siente o se ve en ese instante terminal de la cariocinesis que se denomina científicamente la telofase —el sarrillo o estertor del moribundo para decirlo en lenguaje del vulgo—, él sí lo logró aprovechando ese centésimo quincuagésimo millonésimo de segundo cuando, allí de pie al lado de su lecho, esquelética y apoyada en su guadaña, Ella se tomó un respiro —es un decir— antes de proceder.
Le preguntó entonces:
— ¿Cuál es la última petición que recibes de los mortales?
Y Ella le respondió:
—Solo una, que bien puedes suponer.
—La intuyo. ¿Pero si yo te pido algo que no sea dispensarme del fin?
Ella sonrió una sonrisa cadavérica y le dijo:
—Acepto el desafío. Pero ya sabes: cualquier cosa menos dejarte con vida, porque tu hora ha llegado.
Entonces él se reclinó sobre su almohada y le dijo:
—Solo te pido que me dejes asistir a mis propias exequias.
Desconcertada, Ella tuvo que concederle la gracia. Y es así como ambos presidieron sus honras fúnebres.
El retrato de Dora Gris
Ella creyó que cincuenta años —¡medio siglo!— no habían pasado en vano y que todo había sido borrado de la memoria por el tiempo. Pero él parecía no haber olvidado jamás pues, ni ahora, al momento de culminar el retrato y estampar su famosa rúbrica, tuvo una sonrisa y ni siquiera aceptó el champán que, para festejar la feliz ocasión, el esposo de Dora había descorchado.
El retrato era, en verdad, espléndido: el maestro la había pintado de cuerpo entero en toda su dulce, garbosa y apacible ancianidad, una digna matrona de la más rancia sociedad como las que ya no se ven ni, menos aun, se perennizan en óleos de tamaño natural.
Más tarde, hijos, nietos y hasta biznietos se hicieron presentes en la mansión para la magna ceremonia de entronizar el cuadro en un lugar escogido de la galería de retratos de la estirpe familiar. Y por fortuna que así fue, porque esa madrugada fallecía su entusiasta y amoroso esposo, último sobreviviente del linaje que amasó la fortuna de los Gris.
Dora se impuso un luto cerrado en memoria de su difunto marido, aislándose por completo de la vida mundana y hasta de la familiar pues, por mucho tiempo, permaneció encerrada sin hablar ni con la servidumbre. Hasta aquella mañana cuando decidió vestirse y salir, perfumada y acicalada, a recorrer de nuevo sus espaciosos jardines privados.
Fue entonces que recordó el óleo que le habían entregado hacía tanto tiempo, horas antes de la muerte de su esposo. Regresó entusiasta a la finca y ordenó al mayordomo abrir la galería. Pero cuando miró su lienzo quedó petrificada: ¡era ella, sí, jovencita, lozana, pero vestida con andrajos, exactamente con los mismos harapos mugrientos que tenía cuando, más de medio siglo antes, había abandonado a su primer esposo, un miserable artista empeñado en solo pintar y no trabajar, como ella se lo recriminaba, y se había amancebado con su furtivo pretendiente, un joven adinerado que la galanteaba en secreto!
Un coágulo en el cerebro la fulminó en ese instante. Y en ese mismo instante, pero sin saber por qué, un renombrado artista decidió colgar para siempre los pinceles, sintiendo que su misión como pintor había culminado.
Vida & obra
Tiene una larga y exitosa carrera diplomática que ha combinado con el ejercicio literario, centrado sobre todo en la ficción fantástica. En 1975 publicó con la editorial Tusquets el libro de relatos "Escuchando tras la puerta" (de cuya segunda edición hemos extraído estos tres cuentos). Posteriormente vinieron "La piedra en el agua", "Fuegos artificiales", "Una muerte sin medida" y "Cuentos de bolsillo". Mención aparte merece su ensayo "Teoría de lo fantástico".
Título: Escuchando tras la puerta
Autor: Harry Belevan
Editorial: Animal de Invierno
Páginas: 184
Precio: S/.49.00