“El historiador que más interés ha demostrado por el cine, tanto a nivel personal como académico, es Jorge Basadre”, sostiene el también historiador Jorge Valdez Morgan en un artículo sobre cine peruano y violencia. Cita, como prueba de ello, una serie de artículos y entrevistas que dan testimonio de su afirmación. Y todo apunta a que tiene razón.
En el libro Infancia en Tacna ( 1959 ), Basadre le dedica un breve capítulo al cine que conoció en su tierna infancia. Cuenta: “Mi primera visión del cinema debe haber surgido hacia 1910 o 1911, cuando en el bellísimo Teatro Municipal de Tacna se presentaron por primera vez algunas películas cómicas. Eran las de Cebollino, Max Linder y otros, a base de carreras, saltos y golpes. Si no me equivoco, se trataba de filmes franceses o italianos”.
La familia Basadre vivía en la Tacna aún en poder de Chile, por lo que el testimonio cinéfilo del joven Jorge se empapa también de los problemas que suponían su ubicación geográfica. Señala en el mismo texto: “Asistí también cierta vez a la exhibición de un noticiario que presentaba escenas de maniobras militares en Lima, especialmente de caballería, llevado a Tacna con indudable coraje por el empresario Aníbal Marchand, ese gran patriota a lo largo de toda su vida en nuestra ciudad y durante los largos años de su destierro en Lima. Tenía esta película como título Los centauros peruanos y, al exhibirla en el Teatro Municipal, hubo grandes aplausos de la concurrencia formada por los tacneños peruanófilos, mientras silbaba el auditorio chileno. A la salida no faltaron altercados y pugilatos callejeros”.
¿Será, pues, el arte nuevo?
En el libro Equivocaciones: ensayos sobre literatura penúltima, editado en 1928 y reeditado en 2003, Basadre incluye un artículo llamado “Anverso y reverso del cinema” en el que parte de la siguiente premisa: “Es la máquina lo que caracteriza la civilización desde el XIX. No solo invade la industria y la sociología, la vida familiar y social, la rotación entre los sexos: repercute también en el arte”. Y el cine, que reconoce como hijo de la fotografía, producto de la magia de la industrialización, hace que nazca en él la pregunta: ¿será, pues, el cinema, el arte nuevo?
Dicho artículo da la respuesta: lo es. Su admiración se desborda al señalar que el cine es una expresión artística sin fronteras frente a las demás artes, “hijas legítimas de las anteriores edades de exclusivismo localista y de vida más reposada”, y lo considera el alma de la época que le tocó vivir. “Su inmersión en el tiempo nos permite la aceleración de procesos lentos y, al mismo tiempo, espaciar el más pequeño gesto y las más huidizas formaciones del movimiento. Su inmersión en el espacio abarca lo microscópico como lo cósmico, incorporando a la vida escénica por primera vez a la ciudad, al mar, al cielo, al paisaje, a la molécula. Y así la fantasía tiene inauditas posibilidades de libertad y de orden (...) La importancia del detalle se relieva y se agiganta”, escribe. Un cinéfilo no puede sino leerlo con un emocionado nudo en la garganta.
Pero la pasión no nubló su lucidez. Su crítica al cine comercial es severa: “Producido por la industria, en pleno apogeo del capitalismo, era obvio que fuera guiado por finalidades utilitarias”. Hollywood, para Basadre, es “alimento espiritual para pioneers, que obligatoriamente ha de tener el sabor dulzón del optimismo”. Sin embargo, tras criticar la industria y la poca exigencia del espectador, Basadre se rinde ante un personaje mágico: “El público y los intelectuales se confunden en el entusiasmo ante un hombrecillo. Las revistas literarias lo estudian y comentan; un filósofo afirma que en él está refugiado el arte cristiano en nuestra época; y, al mismo tiempo, sus películas dan millones, regocijan a los niños, atraen a las multitudes. En el anverso y reverso del cinema, Chaplin ha grabado su cuño”. Tan contundente como vigente.