El Perú es un país acostumbrado a lidiar con la tragedia, el conflicto y la tensión. Toda la historia de la república está constituida por violencia accidental, como golpes y masacres, pero también por violencia estructural, como pobreza, desigualdad e injusticia. Sin embargo, este paisaje social nunca impidió que el peruano pudiera tener en el humor no solo un refugio, no solo un espacio de crítica y revancha contra el abuso y el ejercicio bruto del poder, sino también un recurso con el cual sobrellevar las contradicciones y sinsentidos que nos promete cada día la peruanidad. La risa, dice Scott Weems, es un producto derivado “de poseer un cerebro que se basa en el conflicto”.
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