Hondo pesar ha causado el fallecimiento de Lucho Repetto, infatigable gestor cultural y genuino amante del Perú. Si bien lo conocía de toda la vida, tuve la suerte de tratarlo intensamente durante los seis años en que me desempeñé como director del Instituto Riva-Agüero (IRA). Lucho estuvo vinculado al instituto casi cincuenta años. Entró primero como colaborador de Mildred Merino de Zela, directora del entonces llamado Grupo de Folclore, y su empuje fue decisivo en la creación del Museo de Artes y Tradiciones Populares.
Lucho se fue haciendo experto en ello por el contacto directo con artesanos, coleccionistas, artistas, danzantes e intérpretes musicales. Recorrió todo el país y contribuyó grandemente al logro de los fines del IRA, que tienen como norte el estudio del Perú en sus diversas facetas. Y su pasión, su simpatía y su tesón lograron forjar —a partir de donaciones de personalidades tan importantes como Elvira Luza o Rosa Alarco, entre muchas más— la mayor colección de arte popular del Perú.
Lo que más valoré en Lucho fue su sentido institucional. Fue un hombre de la casa y vibraba con todo lo que se hacía en el instituto. Uno de los logros más gratos del IRA durante mi gestión se lo debimos a él: se acercaba el centenario del viaje de Riva-Agüero a la sierra sur del Perú, que dio origen a su célebre libro Paisajes peruanos, y queríamos celebrarlo. Lucho tuvo la original idea de convocar un concurso de ensayos en la PUCP, cuyos ganadores —un grupo de ocho estudiantes— participarían en un viaje, con un grupo de profesores y con el propio Lucho, por la ruta de Riva-Agüero. El viaje fue un gran éxito, y cerramos las celebraciones con un congreso académico sobre Paisajes peruanos, 1912-2012. José de la Riva Agüero, la ruta y el texto, que fue también el título del libro que se publicó posteriormente, editado por Jorge Wiesse Rebagliati. Lucho repetía —con toda razón— que Paisajes peruanos era un libro que todo peruano debía leer.
Su sentido institucional lo llevaba a estar permanentemente preocupado por la conservación de la casa de la calle de Lártiga, y más de una vez me buscaba en la dirección para advertirme que el mausoleo de Riva-Agüero en el cementerio Presbítero Maestro requería de mayores cuidados para su mantenimiento. En efecto, se fijaba en todo: en lo grande y en lo pequeño. Si bien el instituto no será el mismo sin él, debemos proseguir su labor entusiasta y apasionada. Será el mayor homenaje a su memoria y el que más le gustaría.
*José de la Puente Brunke es Decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la PUCP