El Perú es uno de los países en el mundo cuyo gobierno impuso las medidas más radicales y tempranas para prevenir la expansión de COVID-19, estrategias reconocidas internacionalmente como acertadas. Asimismo, son notables los esfuerzos del Estado —con un sistema hospitalario precario— para salir de esta pandemia, y apoyar a quienes han caído en el desempleo y en una mayor pobreza. Sin embargo, los resultados han mostrado que el índice de contagio se ha producido de manera más acelerada e intensa.
La población se ha resistido a las disposiciones del Gobierno. Esta situación de emergencia sanitaria ha sido sagazmente aprovechada por la corrupción. Una mayoría de ciudadanos vive en condiciones precarias y sus decisiones, en esta situación de crisis, responden al “sálvese quien pueda y como pueda”, prefiriendo cubrir sus necesidades inmediatas de sobrevivencia y postergando el riesgo inminente de contagio.
Un estilo de vida
Entre los probables factores que influyen en este comportamiento, se encuentran una débil cultura preventiva y una fuerte cultura de riesgo. En este contexto, la corrupción debilita los esfuerzos del Gobierno. Sin controles efectivos, las denuncias involucran a funcionarios públicos de las diversas instancias estatales en actos delictivos por colusión agravada, concusión, peculado, negociación incompatible y cohecho en los contratos para la compra de material e instalaciones sanitarias, así como en la compra y distribución de víveres. Empresarios privados, en concierto con los primeros, también encuentran en la emergencia sanitaria su gran oportunidad. Han ocurrido cobros sobrevalorados de los test de laboratorio y de la venta del oxígeno medicinal, y se han fabricado y comercializado medicinas adulteradas.
La corrupción es un poderoso factor, causante de que, en esta lucha, pierdan la vida varios miles de peruanos, entre ellos, médicos y, en general, otros profesionales y trabajadores de la salud, así como policías y miembros de las Fuerzas Armadas. La corrupción es una cultura que ha penetrado a toda la sociedad y esa es su fortaleza. Es un modo de vida, con lenguaje y creencias propias que acompañan, y facilitan el logro de objetivos del corrupto.
El hecho de considerar que las relaciones interpersonales son iguales o más importantes que los méritos; que en los concursos para los puestos públicos —con anticipación— los resultados ya están decididos; o que frases como “la ley se acata, pero no se cumple”, “el carro anda con gasolina” y “no olvides el diezmo para el santo” estén vigentes son muestra de la cultura de la corrupción. Esta funciona como un sistema en todos los niveles sociales en que los actores se integran.
Desde tres frentes
El monto del soborno aumenta según el poder del funcionario público. Los grandes depósitos se transfieren a través de una secuencia de cuentas bancarias extranjeras procurando que se les pierda el rastro. Estas forman las grandes fortunas adquiridas bajo este sistema. Se crean organizaciones empresariales destinadas al lavado.
El Estado ha fracasado en la lucha contra este flagelo. Sus más altos representantes han resultado acusados de pertenecer a redes de corrupción o incluso de liderarlas. La pandemia ocasionada por el coronavirus ha delatado el abandono en que los diversos gobiernos han sostenido al sistema de salud. La precariedad de las instalaciones hospitalarias, la carencia de indumentaria adecuada, la ausencia de laboratorios y profesionales en número suficiente expresan la fuerza y la imposición de la corrupción.
La emergencia se combate en tres frentes: la pandemia del nuevo virus, la pobreza y el hambre, y la corrupción. El esfuerzo del actual gobierno para responder a la coyuntura puede servir de cimiento futuro. Sin embargo, la ciudadanía no cree en la autoridad y desacata las normas. Años de desprestigio político han generado ese descrédito. La combinación de debilidad institucional, desacato a las normas y emergencia sanitaria son oportunidades excepcionales para el corrupto. Mientras tanto, se fortalece la cultura de la corrupción que se recrea en una situación de crisis. El gran reto es no sucumbir ante ella, aunque pareciera que va ganando la batalla.
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