Un señor viejo —pero no tan viejo— me paró en la calle y me dio los siguientes consejos que apunté para ustedes.
1. Rinde homenaje a quienes ya no están.
2. Cocina mañana, tarde y noche: tu peor fracaso en la sartén será, por alguna mágica razón, más satisfactorio que el más exquisito delivery. (Y, eventualmente, mejorarás).
3. No veas Dark solo porque no entender una obra de arte es hoy un gesto artístico prestigiado.
4. Ve a un parque y aprende los nombres de los árboles que te rodean. Disfruta, fresno a fresno, ceibo a ceibo, cómo se crea en tu espíritu un sentido de comunidad.
5. Adopta un perro y sácalo a pasear. O adopta un gato y hazle cariño hasta que ronronee. Pero no busques que el perro sea hombre; ni el gato, perro. Uno necesita atención; el otro, espacio.
6. Toca un instrumento: solo la música da sentido al mundo. (Vas a pasar bastante tiempo en casa o, al menos, deberías).
7. No busques consuelo en el infortunio ajeno —el morbo es un refugio inútil— ni te detengas demasiado en tu desgracia personal —la frontera entre la profundidad y el patetismo es difusa—. Contemplar la tristeza es un ejercicio reservado para aquellos que pueden convertir esa atención en arte, como C. S. Lewis o William Styron.
8. Si has respetado el confinamiento, imagina cómo será una pena de 8, 12 o 25 años de cárcel. Ahora piensa en lo siguiente: el avance de toda sociedad se mide por cómo trata a sus presos.
9. Una parte de lo que ocurre —una fracción de las decisiones gubernamentales, incluso una pizca de los contagios— tiene que ver con tus decisiones personales. Hazte cargo de ellas.
10. Aprende un idioma. El lenguaje modela la realidad.
11. Ante la duda, beneficia al desfavorecido.
12. Cede el paso.
13. Lee poesía.
14. Protesta.