Un repartidor de marihuana ronda las calles de Nueva York y nosotros lo acompañamos.
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Un repartidor de marihuana ronda las calles de Nueva York y nosotros lo acompañamos.
Podríamos describirlo como un flâneur reconvertido en hipster, pero quizá sería estirar demasiado la idea de un vagabundeo que sí tiene un propósito, aunque desdibujado por el estatus comercial intermedio: el consumo de hierba está normalizado, pero la venta no es legal; hay una suerte de programa de reparto basado en un sistema de referencias, pero el antojo y el despacho es más bien espontáneo y repentista; las relaciones que tejen dealer y consumidor no son de amistad, pero hay cierta intimidad, una complicidad al menos, que se le asemeja; la mirada que propone la serie pareciera depender de un personaje (el repartidor, al que solo se conoce como “el Chico”), pero este no tiene nombre y su función recuerda más a una excusa casual, a la manera de Vidas cruzadas, que nos permite navegar por una galería de personajes extremos. La serie que cobija esta idea se llama High Maintenance (Alto mantenimiento) y se transmite por HBO.
Tiene interés por varias razones. Una de ellas es que es la producción nació bajo un concepto fresco: una pareja hoy separada, Ben Sinclair y Katja Blichfeld, decidieron producirla de manera amateur para la plataforma Vimeo, lo que les produjo una valiosa sensación de libertad que ha continuado: no hay bromas cada cinco segundos, no se siguen las reglas del guion de comedia industrial, no están atados a un formato de tiempo estándar ni se deben a una dramaturgia consistente.
El resultado es variopinto, pero los hallazgos exceden a los fallos. En un singular homenaje al Bresson de Al azar, Baltasar, el episodio “Grandpa” mantiene la visión subjetiva de un perro, Gatsby, enamorado de su cariñosa paseadora. En “Globo”, el protagonista se despierta solo para saber que ha ocurrido una catástrofe (no sabemos cuál): lo que sigue es un tenso deambular por los restos emocionales de unos personajes sacudidos por una conmoción que son incapaces de digerir.
En “Namaste”, una pareja de artistas accede a una vivienda subvencionada de ricos solo para darse cuenta de que, en el edificio, a pesar de la aparente cordialidad vecinal, los servicios están restringidos para ellos. En “Steve”, un eclipse de sol se convierte en la metáfora del divorcio más dulce del mundo. En “#goalz”, una mujer madura busca romper el récord de más tiempo bailando sola online, lo que de alguna manera recuerda a ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy, pero también a la destrucción de la vida privada vía el deseo de autoexplotación que critica el filósofo Byung-Chul Han.
Podríamos continuar, pero comentar cada episodio de High Maintenance no ofrece una idea adecuada de una serie cuyas posibilidades están tan abiertas que identificar los recursos de sus partes es un ejercicio ocioso. Lo que corresponde es verla, mejor aún si encuentran los episodios originales que no están disponibles por ahora en esta parte del mundo. Aunque la pandemia convierta los recorridos citadinos en un deseo prohibido, los desplazamientos refrescan, aligeran, y acaso animen a mirar y enfrentar de otra manera las neurosis diarias.
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