hubo un tiempo en que lo viejo era nuevo. Pasó con los objetos, con los inventos, con nuestras costumbres y afectos. Y pasó también con la forma de hacer periodismo.
En la era de la inmediatez y las redes sociales, cuando se discute la supervivencia del papel ante el poder de los medios digitales, cabe preguntarse si la corriente llamada nuevo periodismo, nacida en la década del 60, ha envejecido con dignidad. Esa forma de narrar, con técnicas literarias, historias reales, aquellas que surgen de la inmersión en las fuentes, en los hechos y en los protagonistas de sucesos que rompen con la rígida estructura noticiosa.
Uno de los mayores exponentes de este género fue Tom Wolfe, quien falleció el lunes pasado a los 88 años, y se hizo famoso —más allá de sus frases provocadoras— por sus magníficos reportajes. Sus historias fueron publicadas en medios estadounidenses, así como en libros como Ponche de ácido lisérgico (1968), El nuevo periodismo (1973) o Lo que hay que tener (1979).
La partida de Wolfe puede ser vista por algunos como el fin de una era y de una forma de hacer periodismo. Pero tal vez no sea necesario ser tan fatalistas. Resulta alentador saber que en las escuelas de periodismo se le sigue leyendo con interés, como también se hace con los libros de Truman Capote, Norman Mailer o Tomás Eloy Martínez, todos ellos ejemplos de esa exquisita forma de construir reportajes y practicar el género de no ficción.
El nuevo periodismo se está adaptando al mundo virtual contemporáneo. Por eso se puede decir que Tom Wolfe no vivió en vano, pues lo antiguo también puede ser una novedad.
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Puedes leer un análisis de Tom Wolfe sobre el fenómeno Nuevo Periodismo, que según el se convierte en el género literario más rico de la época. --> https://goo.gl/WEY2zz
[Crédito: Sala de prensa]