El nombre es perfecto para una organización que posiblemente no exista, pero de existir debería llamarse así: el Comité del Karma.
En la práctica sí existe. Es decir, no tiene estatutos o almuerzos de camaradería que acaban en borracheras devastadoras que dejan un sinsabor al día siguiente, como toda sociedad honorable que se respete. Pero que funciona, funciona.
Lo hace más o menos de esta manera. Llegado cada fin de año espontáneamente las mejores mentes del Mercado Central, aquellas que fungen de barómetros intuitivos de las pulsaciones de consumo y representación del espíritu popular, concentran su foco de atención en una taxonomía desagradable pero necesaria a manera de higiene social: quiénes la embarraron en el año que acaba. Quiénes metieron la pataza. Quiénes hicieron el papelón de sus vidas. Quiénes la cagaron.
A ellos, a esa infame selección de desventurados anuales, el Comité del Karma los convierte en muñecos de cartón y papel aptos para ser quemados, entre alivio y furia, la noche de Año Nuevo.
Como soporte emocional para la dura labor de determinar el ranking de lo peor bastan un caldo de pollo, un cuaderno de apuntes y una mirada profunda del entorno social. Un bolígrafo Bic detrás de la oreja funge de metafórica antena.
En un momento se consideró que por lo menos existía una reunión grupal con los líderes de los bazares del Mercado, aquellos que la rompen con parafernalia concerniente a las festividades que rigen el devenir celebratorio nacional: el fútbol, los cumpleaños, Navidad y Halloween.
Pero no. Esto no es una democracia. Es un consenso natural, telepático e infalible. Cada bazar unilateralmente determina quiénes en el año arruinaron su vida o las ajenas. Todos coinciden, y eso es.
La etnografía que ha estudiado estas quemas rituales anuales las considera, además de contaminantes, significativas. Crear un objeto, así sea un monigote, para luego entregarlo al fuego es una declaración potente de reiniciación espiritual. Una terapia pirotécnica grupal.
El fósforo que confirma su condena es encendido por una sucesión escalonada de acontecimientos que entra en acción en el mismo momento en que estos personajes tienen el descriterio de hacer o decir una cojudez.
Piénsese en Leyla Chihuán dos segundos antes de que declarase que para el ritmo de vida que lleva el sueldo de congresista no le alcanza: estuvo en sus manos tener un fin de año tranquilo. Pero la fuerza centrípeta de la estupidez no ha de ser subestimada. A todos convoca con mayor o menor éxito. Doblega al buen juicio como el calor a la mantequilla, como la luz ámbar al conductor ebrio, como la piña a la pizza hawaiana.
La novedad en este diciembre, coyuntura que los más memoriosos del Cercado no recuerdan haber visto desde las épocas de la hiperinflación de 1987, es que la demanda de cartón para hacer los muñecos ha aumentado considerablemente. Tanto por la cantidad de muñecos como por su volumen1.
Esto se aplica a dos personajes que el Comité del Karma considera infaltables este año: Keiko Fujimori y Alan García. El resto de nominados, hay una participación masiva de candidatos, se conocerá en breve. El caldo de gallina está servido.