Hace unas semanas, por primera vez en la historia, todos al mismo tiempo y en tiempo real hemos presenciado el trágico incendio de la catedral de Notre Dame en París. Poco después de ese trauma colectivo, hemos asistido a otro gran incendio, esta vez el de la selva amazónica consumiéndose en llamas. Violento y desolador, el fuego arrasó, nuevamente, implacable, reduciendo árboles, vegetación y preciosas especies animales a polvo y ceniza. Si la primera fotografía de la Tierra tomada desde el espacio cambió radicalmente la forma en que veíamos el mundo, la experiencia de compartir simultáneamente y en tiempo real un mismo evento desde todos los rincones del planeta ha tenido un similar efecto. Al brindarnos una nueva experiencia de ‘estar presente’ en colectivo, ha cambiado para siempre nuestra relación con el otro, así como el sentido y experiencia de lo que es comunidad. El Homo sapiens ha dado, así, un paso más en el incierto proceso de su evolución.
* * *
Cada vez estamos más alejados de la naturaleza y lo cotidiano, consumidos por el vertiginoso ritmo de la vida contemporánea y nuestra abrumadora rutina digital. Paradójicamente, la misma tecnología que es en gran parte responsable de nuestra alienación nos acerca a todos sobre la superficie del globo, rompiendo barreras de espacio y tiempo; cambia nuestra mirada, propiciando quizás más solidaridad humana y empatía, en una cultura cada vez más carente de ambas. De hecho, el sentimiento mundial por la tragedia en París adquirió una dimensión comunal nueva; y, desde esa misma dimensión, la experiencia de un evento tan trascendental para el planeta como el incendio amazónico generó la indignación y el repudio universal por la indolencia de quienes nos gobiernan y ha dado nueva fuerza, además, a los movimientos de protesta, activando la conciencia colectiva de la actual urgencia.
Pero la experiencia mundial del incidente en la selva también ha proyectado sobre el planeta la sombra de nuestra irresponsabilidad e inconsciencia. Decimos que se ha iniciado una nueva era geológica, el Antropoceno, en la que nuestra acción se ha convertido en una fuerza decisiva para el futuro del planeta. Sin embargo, hay algo desproporcionado y narcisista en la idea de que la especie humana pueda tener un efecto tan crucial para la Tierra como lo han tenido las glaciaciones o los cambios tectónicos. Pero hay también una arrogancia, la pertinaz hybris griega, en pensar que podemos reconstruir la naturaleza con nuestra inteligencia y nuestra tecnología. Ambas ideas son parte de una fantasía, que nos impide ver la verdadera interrogante de esta era. La apremiante pregunta no es sobre el futuro de la Tierra, sino sobre qué tipo de criatura somos y en qué nos estamos transformando.
** *
Somos testigos de signos desalentadores. Los políticos en todo el mundo (no solo en nuestro país), que deberían ser paladines del bienestar general, están más ocupados en trifulcas partidarias que en gobernar, lo que convierte a la política en un espectáculo que nos distrae permanentemente de lo más importante.
Pero hay aún esperanza. La corrupción y la codicia que parecieran no tener límites, la desigualdad y la injusticia que aumentan cada minuto, se han hecho todas más evidentes gracias a este nuevo mundo virtual. Crece la conciencia sobre la sostenibilidad del planeta, crece la lucha contra la corrupción y la desigualdad, crece la sensibilidad de la vida en otras especies. Cada día hay más veganos y hippies milenarios, unidos en una cruzada contra la inconsciencia humana y nuestro ávido consumismo.
Es una pregunta filosófica si el hombre es egoísta por naturaleza —como lo supuso Hobbes, haciéndolo un fundamento del contrato social— o si existe verdaderamente tal cosa como el altruismo. En todo caso, si existe efectivamente, está en mucha mayor demanda, sobre todo en nuestros tiempos, que el egoísmo que, más bien, cunde.
* * *
“Como es adentro es afuera”, reza un principio hermético, que habla de cómo lo que se muestra afuera es siempre un espejo de lo que está sucediendo adentro. El “pulmón del mundo” como han llamado a la selva amazónica, consumiéndose en llamas, no es tanto el pulmón del mundo como el nuestro. El planeta continuará su curso con o sin nosotros. Los incendios, los huracanes, los tsunamis pueden ser, en parte, efecto causal de nuestra inconsciencia ecológica, que acelera lo que acaso sería un proceso más gradual en la evolución del planeta. Pero, más importante que eso, son espejos de nuestros propios incendios, de nuestros huracanes y tsunamis internos. Son signos que desconocemos en una estupidez, al parecer, incurable.
La especie humana fenecerá y el universo continuará sin un solo parpadeo. La crisis que estamos viviendo exige una toma de conciencia radical en la humanidad. Tal vez esta nueva experiencia de cercanía entre los seres humanos que hace posible la tecnología sirva para redefinir nuestro lugar en el mundo y para propiciar un cambio de actitud universal.
Lo que importa es hacer del momento no solo un momento de muerte, sino, a partir de ella, también una ocasión de renacimiento.