El profesor Robert McCarter ha dedicado casi treinta años de su vida a enseñar y dirigir escuelas de arquitectura en importantes universidades de Estados Unidos, entre las que destacan las de Columbia, Washington y Louisville. En 2009 fue reconocido como uno de los diez mejores maestros de las escuelas de arquitectura de su país. Actualmente, recorre diferentes ciudades del mundo en las que ofrece charlas y participa en eventos tan importantes como la Bienal de Arquitectura de Venecia de 2018.
Louis Kahn señaló que “el nivel de civilización está registrado en la altura, forma y orden estructural de las edificaciones”. A partir de esa idea, ¿en qué tipo de civilización vivimos?
El gran problema actual es que muchos arquitectos solo hacen departamentos pequeños enfocados en el dinero y no en los que vivirán ahí. En Estados Unidos, tenemos un presidente que representa ese tipo de actitud, no le interesa los millones de personas que buscan un hogar, sino los millones a recaudar. Ese comportamiento se esparce y termina fortaleciendo la falta de conexión entre los arquitectos y las personas. Yo creo que lo que importa no es cómo luce un edificio el día que fue inaugurado, sino cómo se siente uno al vivir ahí luego de treinta años. Todo lo que nos rodea va en contra de esa idea, pero uno como arquitecto tiene que resistir.
Teniendo en cuenta que en unos años la inteligencia artificial tendrá un papel protagónico en nuestro día a día, ¿cómo deberían planificarse las nuevas edificaciones?
Creo que una buena habitación siempre será lo que será sin importar la presencia o no de la inteligencia artificial. Aldo van Eyck, el gran arquitecto neerlandés, dijo en los años cincuenta que nos pasábamos mucho tiempo hablando sobre cómo la tecnología estaba cambiando todo, pero nos habíamos olvidado que otras cosas nunca cambiaban, como la naturaleza básica de los humanos. Por eso, uno puede entrar a la iglesia de Notre-Dame sin necesidad de ser un francés de la época medieval para entender y sentir el impacto de esta construcción. Yo no creo que el concepto ‘arquitectura moderna’ sea una categoría válida, pues cada edificación debe ser un reflejo de su tiempo y a la vez estar conectada con la historia.
Siempre señala la presencia del arte en la arquitectura. ¿Es posible esta presencia en los diseños de los grandes condominios que inundan las ciudades contemporáneas?
Lo que digo sobre la arquitectura y el arte tiene que ver más con el hecho de que al inicio de lo que se conoce como arquitectura moderna hubo una especie de frescura en la que los arquitectos y los artistas trabajaban guiados por ideas similares. Ellos tenían en cuenta el espacio y otros aspectos que hoy abordamos con naturalidad. Eso es algo que me interesa más que edificaciones que parezcan pinturas u obras artísticas. Por ejemplo, las edificaciones de Frank Gehry [quien estuvo a cargo del Disney Concert Hall en Los Ángeles] parecen esculturas, pero él ha dejado de lado cualquier criterio que reflexione sobre su interior. No creo que las personas pasen tanto tiempo viendo los exteriores de una construcción como creen algunos arquitectos. La gente, en realidad, necesitan sentirse bien en estos lugares. Vivir en un mundo en el que solo se ven fotografías resulta un gran problema: la gente cree entenderlo todo en una imagen, pero deja de profundizar en detalles cruciales.
¿Por qué es importante seguir estudiando la obra de Louis Kahn?
Es el único arquitecto de su generación que sigue sorprendiendo a los buenos y nuevos arquitectos. Su explicación sobre los aspectos que debe tener una edificación son importantes; él señalaba que uno no se debía concentrar únicamente en la función de un edificio, sino en la conexión histórica que debía transmitir a la humanidad. Solo de esta manera aquellas construcciones no serían olvidadas con facilidad. En los años cincuenta, cuando predominaba cierto estilo arquitectónico en el mundo, Kahn dijo que no debía ser así, y eso es algo que nos toca replicar dado el contexto en el que vivimos actualmente.