Desde el 5 de octubre, la tragedia del rey de Tebas vuelve a las tablas limeñas. Con un estupendo elenco y una adaptación muy lograda, se presentará en La Plaza, de Larcomar, hasta el 15 de diciembre.
Conversamos con Jorge Castro, psicólogo y director de "Edipo rey", sobre su interpretación de la obra de Sófocles.
¿Por qué el coro está compuesto de niños?
Me parece interesante esta entidad que hace como un lazo entre el espectador y los personajes. La idea que fueran ancianos de primera no me provocaba. La obra originalmente ocurre en exteriores, en las afueras del palacio, todos sus actos son personales y a la vez evidentemente públicos. Yo lo he llevado adentro, por lo tanto los actos son más privados, aunque tengan un efecto público. Los niños representan lo exterior y lo interior del mundo. Específicamente del mundo interior de Edipo. Solo me he quedado con los momentos en los que el coro le habla a él, de modo que el coro se convierte en una especie de diálogo interno de Edipo. Y para ello me parecía interesante que esas voces representen a la sensibilidad infantil. Y también me parece que representan lo exterior porque una de las grandes consecuencias de la desgracia tebana es la muerte y la orfandad de los niños por la peste. Es como si yo soñara y me viera a mí de niño, pero como los niños que se mueren de frío en Puno, mientras yo soy el gobernante. Por otro lado, son niños porque para mí el contenido fundamental, el fondo de la obra —aunque lo más evidente sea el asunto del incesto y del parricidio— es el desamparo. Él está tratando de revertir el desamparo inicial y se promete hacerlo para ellos.
¿El desamparo de Edipo?
Sí, él sufre un rechazo iniciático cuando padre y madre lo mandan a matar, representado por esta herida que tiene en los pies, su base. Él mismo dice en un momento “qué horrible mancha en mis pañales” cuando descubre que sus padres hicieron eso con él. Y me parece que ese desamparo inicial está detrás de que se haya convertido en el más querido por su sociedad, el salvador, el rey: lo contrario al rechazo. El asunto de la orfandad, del desamparo, del rechazo inicial, es una herida importante en la constitución del personaje. Y lo que lo lleva a tener este desmedido deseo de aceptación.
Es curioso que en el momento de la gran revelación —que se niega mucho a reconocer— lo que más le preocupe sea la promesa que he hecho de castigar al culpable del crimen de Layo y de la peste, como desdeñando la desgracia que le ha tocado, el asunto del incesto…
Porque la maldición que él se ha echado es “nadie acoja a este hombre”. El rechazo es su mayor terror. Su gran miedo es ese, volver a un estado inicial de desprecio. Lo mueve la sensación de tener lugar en el lugar en el que está, derecho a estar donde esta y ser querido y aceptado ahí. Su complejo es de desamparo, de repudio.
¿Cuál es tu relación con la obra?
Cuando uno comienza en esto hay ciertas obras que dices “algún día la dirigiré”, “algún día haré mi 'Hamlet'”. 'Edipo rey' es una de esas, hay algo esencial de la condición humana que se mueve ahí. Chela de Ferrari [directora de La Plaza] me lo propuso a fines del 2012. La releí y me volvió a perturbar. Necesité tiempo para leer, para analizar, y fueron apareciendo mis propias motivaciones. Este asunto de la duda de uno mismo, la comparación… Esa grieta en el amor propio es un asunto del que me provoca hablar. Luego está la negación, me parece que la obra también trata de la negación, de no ver lo que es difícil ver no solo en términos privados si no también públicos. Creo que nosotros como sociedad funcionamos no viendo, como si no ocurriera lo que ocurre porque es más cómodo así, hasta que nos estallan las cosas en la cara. Logra intersectar muy bien la negación de lo propio y lo que está relacionado con la sociedad.
Hay una paradoja porque Edipo busca la verdad…
Busca la verdad. Es un héroe de la búsqueda de la verdad, pero no la soporta, no está preparado para ella. Pero ¿quién podría decir que está listo para ver todas las verdades? La negación es una de las maneras en las que nos la arreglamos para no ver eso que no podemos ver aunque en principio lo queramos ver. Yo soy director de teatro y psicólogo y veo estas cosas como terapeuta muy vigentes. Las rivalidades, las inseguridades, la mirada de sí mismo, la comparación con el otro…
Pienso en la negación compartida de Yocasta: le dice “olvidemos todo.
¿Por qué estoy mostrando el momento en el que Edipo encuentra a Yocasta muerta y se saca los ojos? No es por hacer el drama más pornográfico. Tiene que ver con esto de que debajo de su ansia, esa ansia que comienza antes de la obra, está la falta de esa mirada, del acogimiento materno, de ese padre y esa madre que lo mandaron a morir. Cuando se entera de que Yocasta es su madre va a buscarla, pero ella ya murió. Es terrible. Ese es un punto trágico para mí importante, el momento en el cual ya sabe quién es su madre, esta ya murió. De alguna manera se puede sentir hasta culpable de haber ocasionado el suicidio de Yocasta. Me parece importante llevar su búsqueda de la mirada materna hasta su última instancia, y verlo. Ahí, más allá de lo racional, algo se mueve dentro de ti en la llevada a fondo de esa búsqueda de Edipo y en el dolor de la imposibilidad.
¿Crees que es mejor que así sea?
No sé, tal vez. Me parece terrible que él se termine castigando por ella. Si fuera mi paciente yo le diría “no es tu culpa”, pero él en ese momento no es capaz de verlo así.
¿Te has imaginado qué le dirías si fuera tu paciente?
Uno quiere que un paciente como Edipo descubra que haberse fantaseado culpable de lo que no se era deja mellas en el amor propio, y tratar de reconstruir un relato que libere la culpa. Pero Edipo hace lo contrario, el tipo comienza creyéndose inocente y termina descubriéndose culpable. Es terrible, antiterapéutico. Es como llevar al extremo la fantasía más autoimplicadora posible sobre las desgracias que te rodean. Lo que yo haría con un paciente es tratar de ayudarlo a darse cuenta de su no culpabilidad. Y es curioso porque en Edipo en Colona, este ya anciano, ahora sí sabio, en su exilio, soledad, ceguera ha terminado reelaborando el relato de su propia vida, casi como alguien que ha pasado por terapia y se defiende e introduce la noción de voluntad: “yo no quise, yo no sabía, cuando maté a ese hombre fue en defensa propia, y cuando descifré el enigma fue para salvar al pueblo. Casarme con la reina fue el premio que ellos me dieron”. Ese giro del personaje es interesante.
Algo que me parece más sugerido que puesto es que Edipo, finalmente, salva Tebas. Todo sirvió para algo.
Lo he querido sugerir un poquito. El texto con el que acaba la tragedia de Sófocles es moralista. “Miren este Edipo”, dice el coro, “Este que se creía feliz y miren cómo ha terminado. Nadie debe creerse feliz, seguro de su felicidad, hasta el final de sus días”. Punto. Por ahí no lo quise llevar, que terminase con una reflexión sobre la soberbia me parece que limitaba tantas otras cosas que la obra ofrece en términos de contenido. El texto final que he puesto nos recuerda que Edipo, al exiliarse, ha cumplido con el oráculo y por deducción salvó a Tebas. Es un héroe. Eso es lo interesante del héroe trágico: que cumple su cometido a costa suya.