Abelardo Oquendo Cueto, editor, crítico literario, lingüista y docente universitario falleció este martes en la madrugada. En febrero del 2017, conversamos con el reconocido literario a propósito de la publicación del numero 66 de Hueso Húmero.
Oquendo (Lima, 1930) no solo ha sido testigo del desarrollo de la literatura peruana en el siglo XX, sino que ha participado de forma activa, aunque discreta. Además de su labor como crítico literario y después de emprender una revista literaria junto a dos de los más grandes prosistas peruanos (Mario Vargas Llosa y Luis Loayza), se unió a Mirko Lauer para fundar la ya desaparecida editorial Mosca Azul y la inmortal revista Hueso Húmero, de la cual acaba de publicarse el número 66. Conversamos con él sobre los cambios en el ámbito literario y su papel en el mismo.
Después de casi 40 años, Hueso húmero sigue siendo un referente para la escena cultural limeña. ¿A qué se debe?
Parte de ello es porque no es una revista académica ni quiere serlo, siempre ha querido servir para que los lectores de las materias que tratamos estén un poco más al día, pero sin entrar en niveles altos de especialización. Además, hemos querido difundir no tanto a los grandes nombres, sino más bien a autores que están en ascenso. Por ejemplo, nunca le pedimos, habiéndolo podido hacer, algo a Borges, a Octavio Paz o a Neruda. Hemos estado siempre atentos a difundir la cosa nueva, a contribuir a que se conozcan los últimos avances en materia de literatura y artes, pero sin incidir en niveles complejos de especialización.
Esa actitud también ha caracterizado su labor en el mundo literario.
Sí, de alguna manera me he dedicado a contribuir a crear un público. Seguí, digamos, el ejemplo que dejó Sebastián Salazar Bondy, que hizo mucha cultura a través del periodismo. Los libros que han hecho últimamente, reuniendo sus crónicas, demuestran esa labor. Inclusive en su propia creación literaria Sebastián tenía en mente al público. Al público peruano, no a un público indefinido o general, que es un poco a lo que miran más algunos escritores hoy en día.
En relación a eso, ¿cómo ve la escena literaria actual? ¿Se ha logrado el objetivo de popularizar la literatura?
Hoy en día… estoy un poco perplejo. Fíjese, cuando Lauer y yo fundamos Mosca Azul, a fines de los años 70, Lima era una ciudad mucho más chica, culturalmente mucho más pobre y sin embargo, nosotros no tirábamos menos de 2000 ejemplares de un título. Y se vendían. Así estuvimos unos 10 años, y sacábamos 4 números al año, puntuales, hasta que viene el desastre que fue la economía del primer gobierno de García. Con la inflación no había forma de que nada se mantenga, así que dejamos de editar. Incluso la revista dejó de publicarse un par de años porque nadie tenía un centavo. Ese hecho trastornó la vida económica de buena parte de la población, incluido profesorado, que es una clase culta que gana muy poco dinero. Y después de García viene Fujimori, que pregonó en su campaña que no iba a ser el shock que decía Vargas Llosa, pero que lo primero que hizo fue el shock, porque no había otra manera de resolver el problema, pero sin la preparación que se requería para no dañar un sector social ya dañado por la hiperinflación. Da el shock y todo el mundo empobrece de una manera dramática. Después de eso, cuando intentamos volver a la edición, ya no había manera de vender 2000 ejemplares de nada. Y hoy día, que la población es mucho mayor, que hay muchísimas universidades – lo cual debería hacer suponer que hay una clase culta más amplia –, que la gente tiene más dinero, los editores tiran un promedio de 1000 ejemplares por título. Ahora los editores están tirando 500 ejemplares de una novela. Si uno habla de 1500 ejemplares ya es casi un bestseller. Por eso le digo, estoy completamente perplejo porque en los tiempos en los que era editor esto era completamente distinto.
También ha cambiado mucho la forma de entender y consumir cultura.
Sí, de hecho, esto ha cambiado mucho. Ahora hay un ámbito cultural mucho más intenso. En los tiempos de Sebastián Salazar había poco teatro en Lima, rara vez había dos piezas culturales que se ofrecieran simultáneamente. Hoy en día hay un montón de piezas teatrales simultáneas en Lima. Antes en Lima podía haber 3 o 4 conferencias interesantes en la semana, si la semana era muy activa. Hoy día cada centro cultural – y hay montones de centros culturales – tiene un programa diario que hubiera bastado para un mes de la Lima de los años 50. No hablemos de niveles, pero todo esto se ha modificado mucho. Hoy día también se publican muchos más libros, a pesar de que los tirajes son menores. Hay un gran fraccionamiento.
Aprovechando que menciona la obra de Salazar Bondy, usted ha dicho que no le interesaría reunir sus textos en un libro. ¿Por qué?
Mire, me parece que todo lo que escribí cumplía su función en el momento. Todo lo que he producido ha sido circunstancial, suelto, y no tiene la organicidad que me hubiera gustado. Entonces, que se quede donde está, y si alguien lo necesita, lo buscará. Hay una manía de reunir todo lo que ha escrito alguien en libros que se mueren en la primera edición, que no van a ser editados nunca más. Eso me parece nefasto. Soy poco aficionado a la multiplicación de los libros.
¿No le agrada entonces la idea del ‘autor prolífico’?
Aunque parezca mentira. He vivido entre gente que escribe, fundé una editorial, pero siempre me choca que sea un elogio decir que un escritor “tiene una gran producción”. Si todos los libros que produjo fuesen excelentes, sí lo sería, pero, en general, no ocurre así. Además, hay gente que por muy pocas líneas permanecerá en la historia para siempre. El mexicano Rulfo, por ejemplo, escribió dos libros: uno de cuentos y una novelita corta. Y ahí está. En el caso peruano está Oquendo de Amat. Un librito nada más, que tiene muy pocos poemas, y esa obra va a seguir circulando. En el caso de Loayza, cuya obra no es tan breve como la de Rulfo, sus ensayos y narraciones son piezas muy valiosas que van a permanecer.
¿Y qué le parece la calidad de lo que se escribe actualmente?
Mire, hasta los años sesenta en el Perú había un número de narradores buenos, había algunos brillantes, pero en general habrían unos 15 narradores legibles. Los otros eran ilegibles, algunos francamente malos. Si uno miraba a Argentina o incluso a Chile, el número de narradores era mucho mayor, y el promedio era más alto. En este momento debe haber en actividad unos ochenta novelistas y cuentistas en el Perú. Salen muchísimos libros. Antes aparecía una novela al mes, ahora aparecen diez al mes, y el promedio general es bastante más alto. Lo que es curioso es cómo este florecimiento de la creatividad no tiene una compensación en el receptor. Es el productor el que ha crecido y se ha perfeccionado. El receptor se ha disuelto, se ha fraccionado.
¿Qué escritores considera rescatables entre estos?
Están los mayores, por ejemplo. Sigue en actividad Bryce, sigue en actividad Mario Vargas Llosa. Está Ampuero. Está Cueto. Está Roncagliolo, para nombrar a alguien bastante más joven. Hay un número de escritores jóvenes que están radicando fuera del Perú y están escribiendo fuera del Perú, para no nombrar a los poetas que siempre han sido más abundantes. Fácilmente vienen a la memoria varios nombres de autores: eso no ocurría antes, no en ese nivel de calidad ni en esa cantidad.
Ahora que cita a Vargas Llosa, puede que esta sea una pregunta insidiosa, pero hay quienes dirían que forma parte de esa “multiplicación de los libros” que a usted le desagrada. Sobre todo por sus últimas novelas.
Yo creo que el gran Vargas Llosa es el de las novelas iniciales. Para mí su última gran novela es La guerra del fin del mundo, y que en esa etapa produjo grandes libros en narrativa. Los cachorros, por ejemplo, me parece una de las mejores cosas que ha escrito, me parece una joya literaria, realmente precioso. Tiene una modalidad narrativa muy compleja que, a pesar de su complejidad y su juego con tiempos y personas del narrador, no le crea ningún problema al lector. Me parecen las páginas más magistrales, en el aspecto formal, de Mario. Esto a pesar de que la historia no tiene ninguna importancia. Con ese material tan pobre, anecdótico y previsible, hizo una pieza realmente formidable.
¿A qué cree que se deba ese fraccionamiento de los lectores?
Hay algo que es importante, aunque no sea definitivo, y ese algo es el papel de la prensa. Antes, esta se ocupaba de mucho más libros que hoy en día. Ni la prensa radial, ni la televisiva ni la escrita están tan atentas al desarrollo cultural como en los años cincuenta. Hay un descenso. Incluso, muchas secciones culturales se han combinado con las de espectáculos, y lo que siempre tiene mayor espacio es lo segundo, que es lo más próximo al gusto general.
Usted pasó gran parte de su vida dedicándose a la docencia universitaria. Ahora que está retirado, ¿cómo ve actualmente la situación de las universidades?
Me parece que hay un progreso académico evidente en los ámbitos de la lingüística y de la literatura, en general, de las letras. Lo terrible es que eso que está representado por una decena de universidades queda aplastado porque tenemos más de 150 universidades, y fuera de esta decena, las universidades son mediocres (las mejores), malas (la mayoría) y pésimas, realmente pésimas, muchas de ellas. Hay muchas universidades que están estafando. Y eso no es reciente, en los años 80 me atreví a decir lo mismo: la universidad peruana, en su mayoría, es una estafa. Y me consta. Recuerdo haber estado presente en el Instituto de Estudios Peruanos cuando lo dirigía Matos Mar. Llegó a conversar un joven egresado de la Universidad de Huancayo. En la conversación con Matos, a quien le pidió que le admitiera como alumno libre en sus clases de San Marcos, el joven le dijo: “Yo me he graduado, pero no sé nada”. Eso no ha mejorado.
Volviendo a la última edición de Hueso húmero, encontramos gran cantidad de cartas, lo que ha sido una tendencia habitual en la revista, ¿por qué consideran importante incluir correspondencia?
No se le suele dar importancia a la correspondencia, pero la tiene, y mucha. En esta edición hemos recuperado cartas de Georgette de Vallejo a Américo Ferrari, que es uno de los muchos que han fallecido el año pasado, y cartas de Rodolfo Hinostroza a Mirko Lauer. Hinostroza también nos dejó. Además de ser una forma de tenerlos presentes, es una forma de rescatar un material que muchas veces se pierde. La gente la tiene en su casa, se muere y sus hijos las botan.
Bueno, a lo largo de la conversación hemos hablado sobre todo de narradores, pero, con el título vallejiano de Hueso húmero no puedo evitar preguntar, ¿cómo ve a la poesía peruana contemporánea?
La poesía peruana es siempre bastante rica. Me parece que está perdiendo su predominio frente a la narrativa, que hoy en día está compitiendo en calidad y en producción con la poesía. Todavía hay un número respetable de poetas de primera línea. Siempre hay buenos poetas, felizmente, y siempre se leerá poesía. A pesar de que tiene muy pocos lectores, lo formidable es que esos lectores, que son pocos, no se acaban nunca. Pero prefiero no dar nombres. Ni de los muertos, porque son muertos, ni de los vivos, porque son peores.