Pedro Mairal: "Uruguay es el otro lado del espejo” [Entrevista]
Pedro Mairal: "Uruguay es el otro lado del espejo” [Entrevista]
Jorge Paredes Laos

Una mañana, un hombre despierta y su mujer le dice: otra vez hablaste dormido. Dijiste “guerra”. Este es el inicio de una novela que parece hurgar en la extrañeza de lo cotidiano. Un escritor argentino parte a Montevideo a comprar dólares para beneficiarse con el tipo de cambio. Va en busca de dinero pero también de una mujer, de una aventura que lo rescate de un matrimonio en crisis. Ese es el trasfondo de La uruguaya, la última novela de Pedro Mairal (que esperamos llegue pronto a Lima), que transcurre en un solo día, y que nos lleva por una especie de irrealidad, donde ya nada es lo que parece. Sobre eso converso con Mairal en uno de los amplios balcones del Hotel Santa Clara, un espacio silencioso y sombreado, que nos protege del implacable sol de Cartagena y del ajetreo del Hay Festival 2017.

En la novela subyace la idea de hurgar en un lugar que uno cree conocer y que en realidad desconoce. ¿Son tan distintos argentinos y uruguayos? Es curioso porque quienes no somos del Río de la Plata los vemos muy parecidos.
Bueno, me gusta mucho eso que decís, que la novela habla de lo que uno cree conocer y no conoce, porque eso es justamente lo que le sucede a los argentinos con Uruguay: creemos que lo conocemos y tenemos un prejuicio positivo pensando que es el paisito amable, una especie de lado B donde las cosas salieron mejor, y que todos los uruguayos son buenos, y no nos va a pasar nada. Entonces, cruzamos con la guardia baja, y a mí me interesaba que mi personaje sufriera el contraste entre ese Uruguay idealizado y el real… Creo que esa es la mirada que, por lo menos, los porteños tenemos de Uruguay. Ir ahí es como atravesar el otro lado del espejo.


Uno de esos puntos divergentes es el lenguaje. En la novela se pone énfasis en cómo cambian las palabras de un lado al otro del Río de la Plata. Otra vez se parecen y no se parecen, ¿no?
Sí, totalmente, hay palabritas distintas que de golpe aparecen en los diálogos. Por ejemplo, ellos le dicen championes a lo que nosotros y ustedes llaman zapatillas y que acá (en Colombia) llaman tenis. Les dicen bizcochos a lo que nosotros llamamos medialunas. Les dicen chiquilines a los amigos de 30 o 40 años. Y eso provoca un extrañamiento muy interesante. Por eso, digo, que es parecido a cuando de niño ibas corriendo, le agarrabas la mano a tu mamá, y la mirabas y no era tu mamá, era otra.


La novela es básicamente la historia de un deseo que termina en frustración. ¿La pensaste así o la escritura te fue llevando por ese lado?
Sucede que fue una mezcla de plan y de sorpresa. Yo creo que eso le da más plasticidad a la historia, que haya cosas que se entrometan y cobren vida en la novela. Yo sabía que debía suceder en un día y que el tipo volvía a Buenos Aires, pero eso no quiere decir que yo, como autor, me haya preguntado de golpe ¿y si lo hago escapar? Me interesaba instalar esa duda y esa tensión. La historia también parece que es una confesión del personaje a su esposa, Catalina, pero no termino de dejar explícito si se lo está contando realmente o si está imaginando que se lo cuenta.

¿Cuánto de autorreferencial hay en esta novela? El personaje también es un escritor y pareciera que tiene muchas cosas de ti.
Yo digo, en broma, que un 53%. Creo que uso muchas cosas de mi vida personal en este libro y también invento muchas otras. Qué es inventado y qué no lo es, está bueno dejarlo poco claro porque me parece que le arruinaría el libro al lector si le pongo resaltador a lo que me pasó exactamente. Ese tono confesional, digamos mejor íntimo, yo lo había practicado mucho de dos maneras: uno, con los blogs, que hace diez años empecé a escribir y que me hicieron encontrar un tono más coloquial, no tan literario, y con mis columnas periodísticas. Un amigo me dijo “lo escribiste de taquito”. Yo le dije “sí, es verdad, pero ese taquito lo venía practicando hace diez años”.

En la novela hay un erotismo áspero, violento, que aparece en momentos decisivos sin mayores preámbulos. ¿Era lo que querías expresar?
Me gusta eso, sí. El personaje va hacia una mujer, pero va prendido, hecho fuego. Me parece que la sexualidad del libro es más cerebral que real, ¿no? Él recuerda ese verano anterior, cuando la conoció, y durante todo un año espera el reencuentro. Me gustaba instalar ese fuego desde la primera línea porque él habla dormido, y la mujer le dice: “hablaste dormido”. “¿Qué dije?”. “Guerra”. Otra vez, le dice ella, dijiste “guerra”. Y él sabe lo que le pasa. Entonces, sí, la historia se monta en esa libido, en ese deseo que se levanta y se rompe como una ola.

Tú recibiste un premio muy joven. ¿Cuánto cambió eso tu carrera literaria? ¿Cómo enfrentaste el pánico escénico posterior?

La verdad es que tuve que silenciarme un poco. A los 28 años gané el Premio Clarín, salí en las tapas de los suplementos culturales, hicieron una película con mi libro, me publicaron en Anagrama, y entré en una dimensión para la que no estaba preparado. Me parece que mi voz literaria todavía no estaba lista para eso. Me enmudecí. Me sentaba a escribir y no me salía esa novela para Anagrama. Entonces, me refugié en la poesía y en los cuentos. Tuve la suerte de que enseguida me invitaron a escribir guiones, y eso fue buenísimo porque yo me hice el que sabía y no tenía ni idea. Pero dije “sí, sí, sí” y me puse a trabajar dos años en eso. Aprendí muchísimo y me vino muy bien. La verdad es que nunca lo había pensado de esta manera como te lo digo pero sin duda fue el cine también un escape.

Dices que la poesía fue como un punto de fuga… ¿qué lugar ocupa esta en tu obra?

Creo que es un poco la raíz. Me parece que si me podaran y no me dejaran escribir narrativa, siempre quedaría ahí una raíz poética. Podría anotar en unos papelitos unos poemas, y eso ya me haría bien. Creo que tengo una manera de escribir que viene de una fuerza poética interna. Eso a veces se convierte en poema y a veces en cuento, y si necesita más espacio, en novela.

Tienes una novela en sonetos y poemas llamados “pornosonetos”.

Sí, sí se llama El gran surubí. Eso me pasó porque yo no lograba escribir narrativa y me dije “a ver qué pasa si intento con estos sonetos”. Y quedó la historia contada en estrofas como el Martín Fierro. En cuanto a los sonetos porno, yo estaba escribiendo una novela larga llamada El año del desierto y escribía, como al margen, unos sonetos muy vulgares, muy sexuales. Y me interesó cómo se entrechocaba lo clásico, el Siglo de Oro español, esa forma que viene casi de la Edad Media, y lo más vulgar y actual. Entonces, lo alto y lo bajo, lo lírico y lo prosaico, provocaban como un cortocircuito que me interesó. Yo tenía escritos más o menos 40 sonetos y un amigo, de la editorial cartonera, Washington Cucurto, me preguntó si tenía algo. Y yo le dije “no, pero tengo esto, no sé qué es” y me dijo “lo publicamos”. Y yo le dije “bueno, pará, pará”. Pongámosle un nombre falso porque me da mucho pudor firmar algo así. Entonces ahí inventé el nombre Ramón Paz, que fue el pseudónimo. Y ese pseudónimo me dio mucha libertad y terminé escribiendo como 320 sonetos de esos. La verdad es que la mitad se pueden tirar a la basura sin problemas, pero la otra mitad los estoy recopilando.


¿Y ahora sí saldrán publicados como Pedro Mairal?
Es una gran pregunta, no lo sé todavía, la verdad que no lo sé. Ojalá.

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