Hombre multifacético, su producción científica es diversa y amplia. También lo es su biblioteca, que a  su muerte fue donada al Instituto Peruano Británico. Está abierta al público de lunes a viernes.
Hombre multifacético, su producción científica es diversa y amplia. También lo es su biblioteca, que a su muerte fue donada al Instituto Peruano Británico. Está abierta al público de lunes a viernes.

Es por lo menos curioso enterarse de que el primer director del Museo de la Nación fue un neurocirujano. Lo es, al menos, para quienes no lo conocieron, porque quienes recuerdan al doctor Fernando Cabieses Molina saben que ocupó ese puesto de forma digna y solvente.

Fue una persona peculiar. Si bien estudió Medicina y Ciencias Biológicas en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, su vida profesional y académica no se limitó al ejercicio de la medicina y la docencia. Nos heredó trabajos innovadores y de gran calidad que dan testimonio de su dedicación a la investigación, la antropología, la botánica, la historia y hasta la arqueología.

Pero conozcamos un poco su historia: nació en Yucatán, México, el 20 de abril de 1920. Su padre, Fernando Cabieses Valle-Riestra, era entonces cónsul peruano en México, y estaba casado con Alicia Molina Font, hija de Juan Francisco Molina Solís, abogado, historiador, escritor y periodista mexicano. Fernando Cabieses pasó su infancia en medio de la Revolución mexicana y vino al Perú a los 15 años, a completar sus estudios escolares en el colegio Champagnat.

En una entrevista con El Comercio, publicada el 1 de enero de 2007, contó dos cosas que, probablemente, ayuden a comprender su espíritu: que su vocación médica surgió de su intención de curar a las moscas —tenía un hospital para moscas en su cuarto: las recogía y las hacía revivir— y que cuando llegó al Perú le chocó mucho la forma en la que la sociedad peruana trataba al indígena. “Eran sirvientes. Yo vine en 1935 cuando no estaban perseguidos, pero sí excluidos por la sociedad. La Revolución mexicana, en cambio, fue hecha por los indígenas”, dijo.

Se graduó de médico en 1945 y viajó a Filadelfia, Estados Unidos, a realizar estudios de especialización en Neurología y Cirugía Neurológica en la Universidad de Pennsylvania. A su regreso practicó la neurocirugía en Lima, y se convirtió en uno de los pioneros de esta especialidad en Sudamérica al introducir en nuestro país el tratamiento quirúrgico de los aneurismas cerebrales y la cirugía de la epilepsia. Desde entonces, y mientras ejerció la medicina, realizó más de 15.000 operaciones.

—La medicina alternativa—
Su carrera médica fue brillante, sin duda. Pero no lo fue solo gracias a su buen pulso y a su acierto profesional. Fue, sobre todo, gracias a la curiosidad que lo llevó a explorar, con ahínco y con resultados exitosos, espacios en los que sus colegas no habían incursionado. Uno de estos fue la sabiduría milenaria de nuestros ancestros y la aplicación de sus conocimientos para la medicina alternativa. Lo demostró desde la sustentación de su tesis, en la cual analizaba científicamente por qué los indígenas peruanos consumían hoja de coca, lo que desestigmatizó su uso. Y continuó esta labor cuando, recién graduado, investigó el funcionamiento del sistema cardiorrespiratorio cuando es afectado por el soroche o mal de altura. Este trabajo resultó sumamente valioso para la aviación y por ello fue invitado a los laboratorios Randolph Field (Texas) donde se realizaron estudios similares.

Su trabajo con la medicina ancestral fue constante y, para la época, arriesgado. En 1953 empezó sus pesquisas históricas, gracias a su relación con el doctor Juan B. Lastres, con quien se enfrascó en una investigación sobre la historia de la medicina en nuestro país y cuyo resultado fue el texto La trepanación del cráneo en el Antiguo Perú, publicado en 1960.

Como señala el periodista Miguel Ángel Cárdenas —quien entrevistó al médico para este Diario—, Cabieses realizó los mejores trabajos médicos y antropológicos sobre la maca, la uña de gato, los cien siglos del pan, el ají; pero fue cuando el sampedro y la ayahuasca arribaron a su vida que sus estudios se abrieron a temas que los académicos desdeñaban: las premoniciones, los ensueños, la adivinación, la memoria instintiva.

En 1975 entró de lleno a ocuparse de las plantas rituales de la costa norte, el sampedro, y de la selva, la ayashuasca. Y afrontó los prejuicios académicos que las veían como meros alucinógenos. Y, en 1979, fue amonestado “por tratar de romper las barreras que separaban a la medicina oficial de la medicina tradicional”. En realidad desde que empezó con sus estudios sobre la coca empezó su pelea. Al experimentar con ayahuasca y sampedro le dijeron de todo, hasta brujo, pero él nunca abandonó la lucha y contó sus experiencias con las plantas sagradas desde distintos puntos de vista en decenas de textos académicos.

En 1990, cuando era director del Museo de la Nación.
En 1990, cuando era director del Museo de la Nación.

—Una herencia social—
Resumir el aporte de Fernando Cabieses a la sociedad peruana es difícil, y cada uno de sus logros tiene detrás una historia fascinante. Podemos intentar enumerarlos: fundó el Servicio de Neurocirugía del Instituto de Enfermedades Neoplásicas y luego servicios similares en los hospitales del Niño y Loayza.

Fue consultor y jefe de los servicios de Neurocirugía de los hospitales Dos de Mayo (1951-1980), Militar del Perú (1954-1962), de la Fuerza Aérea del Perú (1968-1985) y en el Centro Médico Naval (1957-1988). También fue miembro del Panel de Expertos de la Organización Mundial de la Salud para esta especialidad.

Asimismo, organizó y presidió el Primer y Segundo Congreso Mundial de Medicina Tradicional. Desde 1941 fue activo maestro universitario y propulsor internacional de los sistemas de financiación educativa: impulsó la fundación del Instituto Nacional de Becas y Crédito Educativo (Inabec) en 1973, y fue desde 1974 miembro honorario de la Asociación Panamericana de Instituciones de Crédito Educativo. A todo esto se suma que fue uno de los impulsores de la fundación del Museo de la Nación, y —como ya sabemos— su primer director.

En lo académico, formó parte de la promoción de profesores sanmarquinos que, en 1961, se separaron de la Facultad de Medicina de San Fernando para fundar la Universidad Peruana Cayetano Heredia, y en 1998 presidió la comisión organizadora de la Universidad Científica del Sur, de la que llegó a ser rector.

A diez años de su partida, el 13 de enero de 2009, vale la pena recordarlo. Después de conocerlo, ¿quién podría olvidarlo?

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