Querido T.:
Poco antes del inicio de la pandemia, me interrogaste: ¿cuál es el significado de la existencia? Te rogué unos días para ensayar una respuesta. Luego, todo cambió de prisa. Ordenaron la cuarentena. Comenzó la tensa calma. Arribó la incertidumbre ¡Debí haberte contestado antes! Habría sido más sencillo, aunque también más superficial. Hoy no avizoro respuesta.
Tal vez sea mejor comenzar por cuál no es el sentido de la vida. En tiempos normales, las personas acumulan cosas. No tienen tiempo para nada, excepto para buscar cómo acumular más. Como el cuerpo y la psique se revelan de tanto en tanto, deben hacer pausas obligadas. Se encuentran con familiares o, más bien, amigos, pues, en estos tiempos, los familiares tienden a ser menos amigos y los amigos, más familiares. En el peor caso, no contamos con lo uno ni lo otro. Lo comprenderás cuando quieras insertarte en el mundo laboral y participes de talleres de empleabilidad. Te enseñarán que las amistades se han convertido en contactos: oportunidades para conseguir trabajo y, así, ganar dinero y, así, acumular.
Sé que admiras a Messi y a Ronaldo. ¿Ya ves cuán inútiles resultan ambos para resolver la crisis que atravesamos? Lo han confesado otros jugadores: el fútbol está sobrevalorado. Sus estrellas no pasan de héroes inflados. Hoy un campesino que trabaja la tierra con sus manos aporta más a la sociedad. Déjame ser calamitoso. Si sufriéramos una pandemia mayor, un gran desastre natural o un ataque extraterrestre —sí, como en Plantas versus zombis—, ¿recurriríamos a un futbolista? ¿A un corredor de bolsa? Por cierto, estos últimos no se llaman así por correr con tu bolsa literalmente —¿o tal vez sí?—. Empero, son de las personas que más ganan. Frente a la catástrofe, redescubrimos el valor de lo esencial. Olvidamos el del mercado.
¿Para qué vivir? Algunos señalan que la respuesta consiste en acatar la ley de Dios. Como las leyes suelen ser concretas, la pregunta —por su sentido— deviene innecesaria. Aprende los mandamientos. Paporretea. Obedece sin cuestionar. ¡Y ya está! ¡Cielo asegurado! Pero debes inquirir: ¿será esa la voluntad de Dios? ¿O, como sucede frecuentemente, sola la de dios? Si aquel con “D” existe, probablemente, desaprobaría a muchos de sus promotores actuales. De hecho, la versión de Dios que más me ha simpatizado corresponde a uno que daba pocas leyes. Es más, quería liberarnos de ellas, pero no lo dejamos.
¿Tiene sentido la vida? No eres el primero que se lo pregunta —y ojalá no seas el último—. Pero, en general, lo hacen pocos. Te felicito. La mayoría lo asume: “la tiene clara”, más o menos en los términos de los párrafos anteriores. No se cuestionan. No examinan su vida. Solo vegetan, pero con cierta técnica: como autómatas o robots del sistema. Preguntas como estas, “¿valen la pena mis esfuerzos? o ¿a qué quiero dedicar mi vida?” sobran; y cuando no, aburren. Incluso estorban. Nos distraen de aquello admitido como ya importante e incuestionable: dinero, fama, poder —recompensas típicas de influencer contemporáneo—. Pero tú debes buscar más. Contrariamente, un tal Sócrates, un sabio injustamente postergado frente a la cultura de las celebrities, insistía ante sus congéneres: una vida que no se examina no merece vivirse. No vale la pena existir sin escrutar el porqué. Allí radica lo propiamente humano: usar la razón para preguntarse por cómo vivir mejor en vez de solo vivir. Las piedras están allí; las hormigas, también. No se preguntan por qué. No lo necesitan; además, tampoco pueden. Nosotros sí. El animal humano conserva ciertas necesidades físicas e instintos —como el deseo de vivir—. Pero es más que animal. No le basta la existencia de un puerco por más placentera que esta sea.
Esta crisis pasará. No sé cuánto habremos cambiado; empero, sí que habremos perdido mucho. No me refiero a la economía. Importan más las personas que se ausentan definitivamente. Quien no pudo hacerla no es un loser, sino un lost. Su derrota es la nuestra. Recordémosle con respetuoso silencio. Rumiemos reflexivamente su vacío para sacar la lección debida y de vida. Repito: la crisis pasará. Te lo prometo. Volveremos a conversar sobre el significado de la existencia. Lo buscaremos juntos. Si fuese necesario, crearemos uno nuevo.