I
En la anterior columna veíamos que el principio en torno al cual fue construido Google es el siguiente: “El valor de una información se basa en el número de sitios que te dirigen hacia la misma”. Por lo tanto, lo que hace mejor a una página web es el hecho de que todos o la gran mayoría de links te remiten a ella. Y esto ocurre porque se ha generado un consenso sobre la confiabilidad de la página. O, dicho en otras palabras, no es que haya consenso en torno a la calidad de un portal porque sus contenidos sean intrínsecamente verdaderos, sino que se considera que sus contenidos son verdaderos porque se ha generado un acuerdo —siempre provisional, siempre transitorio— en torno a su validez.
II
Como señalaba el filósofo estadounidense Richard Rorty en su libro Pragmatismo y política, “la búsqueda de objetividad es solamente un asunto de conseguir tanto acuerdo intersubjetivo como sea posible”. El modelo Google reformula, pues, el criterio para discernir el trigo de la paja en una búsqueda o investigación: lo importante no es que una información o contenido “se corresponda con la verdad”, sino que esa hipotética verdad sea aceptable o comprensible para la mayor parte de los seres humanos. Ya lo dice Alessandro Baricco: “Lo más probable es que Google señale como el mejor sitio el que dice la cosa más cercana a la verdad en una lengua comprensible”.
III
En este contexto, la noción de que el conocimiento está asociado con la profundidad es cuestionada radicalmente y es sustituida por la convicción de que, como añade Baricco, “la esencia de las cosas no está escondida en el fondo, sino dispersa en la superficie, de que no reside en las cosas, sino que se disuelve por fuera de ellas, donde realmente comienzan, es decir, por todas partes”. Y para acceder a una ‘verdad’ de esas características la actitud más apropiada no es la del recogimiento, la concentración y la inmersión. Lo que se precisa, por el contrario, es ser capaz de ‘saltar’ de un punto (link) a otro de la red para reconstruir así las trayectorias dispersas que siguen las ideas, hechos o personas. Se trata pues, no de bucear, sino de navegar, o, como se dice coloquialmente recurriendo a un anglicismo, de surfear en el mundo de la red. Lo había anticipado Andy Warhol cuando dijo que para conocer su obra bastaba con quedarse en la superficie de sus cuadros, de sus películas y de sí mismo: “Ahí estoy. No hay nada más detrás”.
La noción de que el conocimiento está asociado con la profundidad es cuestionada y es sustituida por la convicción de que (...) está disperso en la superficie.”
IV
De esto se sigue que la ‘experiencia’ que propone Google exige un movimiento que encadena puntos diferentes en el espacio de lo real o de lo virtual. Ya no se trata de sumergirse, habitar o morar en las honduras de aquello que queremos comprender. La idea misma de experiencia queda replanteada como un movimiento veloz que discurre entre cosas distintas. Adquirir una experiencia de las cosas se convierte en pasar por ellas solo el tiempo justo para poder impulsarse nuevamente en dirección a otras sin destruir la fluidez del movimiento que, en última instancia, es lo que constituye la experiencia.