José Carlos Agüero es historiador, activista de derechos humanos, y entre 2012 y 2013 fue miembro del Grupo Memoria del IEP. [Foto: Fidel Carrillo/ Archivo]
José Carlos Agüero es historiador, activista de derechos humanos, y entre 2012 y 2013 fue miembro del Grupo Memoria del IEP. [Foto: Fidel Carrillo/ Archivo]
Ricardo León


“Es extraordinario; parecemos sitiados por un ejército invisible y por eso mismo más eficaz”, escribió Evelio Rosero en Los ejércitos, esa inolvidable historia que se sitúa en algún pueblo perdido del campo colombiano, y en ese incierto lapso que se forma entre los últimos momentos de una guerra y los primeros de una posguerra. Sobre esto —la memoria, la supervivencia, el terror— conversaba José Carlos Agüero la tarde del lunes en una mesa de la cafetería de la Feria del Libro de Lima.

A esa misma hora, en un paraje de la provincia de Huanta (en la selva de Ayacucho, que pertenece al Vraem), una patrulla de las Fuerzas Armadas se enfrentaba a una columna de Sendero Luminoso; murió un soldado. Los terroristas se desplazaban por la zona porque el 1 de agosto celebrarían el cumpleaños de uno de sus cabecillas; esto se sabía por información de inteligencia militar, pero sobre todo por versiones de los lugareños. En aquellos contextos este tipo de asuntos se comenta ya sin prisas, sin nervios, como si se hablara apenas de un mal rato cotidiano provocado por bandos lejanos, por ejércitos invisibles.

El país lleva varios años sumergido en ese extraño espacio temporal: la guerra no se termina del todo, la posguerra empieza muy lento. Y es en esta zona gris donde la voz de Agüero se entiende mejor. Proviene de una “familia senderista”, como él mismo la define: su padre fue uno de los presos de El Frontón que cayeron en la matanza de 1986 (su cuerpo hasta ahora no ha sido recuperado); y su madre, “una terrorista de segunda”, como la describió alguna vez, apareció muerta en mayo de 1992 en la playa La Chira, con tres balas en la cabeza, horas después de haber sido detenida por una patrulla. Agüero tenía 17 años. Todo esto lo cuenta en Los rendidos (IEP, 2015), una celebrada recopilación de textos de no ficción en los que aborda frontalmente esta culposa herencia familiar.


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Explica Agüero en Los rendidos: “El uso y el abuso de la memoria es finalmente algo que no tiene una frontera, sino quizá momentos y necesidades”. Al año siguiente publicó el poemario Enemigo (Intermezzo Tropical, 2016), que despliega un tono aun más íntimo y doliente: “Nada nos preparó/ para cuando el enemigo revelara su rostro/ Esperábamos/ que la lluvia borrara/ las huellas de la guerra”. El libro está dedicado a sus padres.

Para decirlo en sus propias palabras, el siguiente momento y la siguiente necesidad acaban de aparecer publicados, pero apelando a otras formas y fondos. Cuentos heridos (Lumen, 2017) es una serie de relatos breves, que incluye cuentos en su forma más o menos clásica (“La cosa que no tiene nombre”), algunos fabulescos (“Buenas costumbres de los osos”) y otros que son casi poemas (“El espacio entre las cosas”).

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GÉNERO
Cuentos heridos
José Carlos Agüero
Editorial: Lumen
Páginas: 30
Precio: S/ 39,00

A modo de introducción, Cuentos heridos comienza con la imagen de un colegio y una maestra y unos alumnos y un país sin tiempo definido. “Al día siguiente que terminó la guerra, la gente buscó a sus muertos. No todos aparecían”, se lee. En las páginas siguientes, se amplía el campo temático, y es entonces que aparecen otros episodios recientes y remotos de la historia del Perú, y la transgresión resulta conmovedora: contrafácticos del imperio de Manco Inca, soldados desconocidos de la Guerra con Chile devenidos en pequeños héroes, una mirada distópica al mito de Inkarri (Flores Galindo estaría orgulloso), recorridos a vuelo de gallinazo sobre Lima, una lectura gore de Paco Yunque... Los textos —ilustrados por Andrea Lértora— y el formato hacen pensar en un libro para niños; de hecho, en más de una librería ha sido colocado en la sección infantil.

“La historia del Perú se hace a partir de una promesa inacabada”, sentenció Agüero durante esa conversación en la cafetería de la FIL. La ironía le cae encima cuando mira hacia arriba y lee los nombres colocados en los muros (la feria está ubicada en el parque Próceres de la Independencia). Utilizar el formato de los cuentos infantiles, en cambio, no es ninguna ironía, sino un agudo juego de contrastes: “La inocencia del clásico cuento para niños es un esfuerzo adulto por infantilizar y huir. Pues bien, yo propongo infantilizar, pero sin huir. Es como suspender el sentido común por un instante”.

En Los rendidos, cuenta cómo en los últimos años se contactó con familiares de víctimas de Sendero Luminoso, sin saber muy bien cómo ni por qué. Algunos lo rechazaron, otros fueron indiferentes, otros aceptaron esa forma de ¿disculpa? sin mayores esfuerzos. Han trascurrido ya dos años de su publicación, y es hoy a Agüero a quien buscan, tanto víctimas del terrorismo como exsenderistas (incluso habló con algunos en Chile y Argentina). Pero lo que más le conmueve es el contacto que ha establecido con otros hijos de terroristas, esa masa generacional —“una casta”, los llama, medio en broma— que él integra y que, en esos grises entre la guerra
y la posguerra, empieza a surgir.

Por lo pronto, se vienen nuevos textos sobre el tema (en setiembre se lanzará Persona, su próximo libro). “Soy monotemático. Es lo que soy”, dice. Y nunca será criticado por eso.

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