Por: Teófilo Altamirano
A diferencia de los homenajes que ha recibido y recibirá como el sociólogo y pensador más influyente en el Perú para el desarrollo de las ciencias sociales, este es un testimonio y homenaje personal al amigo y colega que más influyó en mí para estudiar las migraciones internas e internacionales y últimamente la migración ambiental y climática.
Julio fue mi profesor del curso de Sociología Rural en San Marcos. Cada clase suya era un reto y una arenga que nos invitaba a pensar el Perú de manera más global que local. Las clases sintetizaban las transformaciones que la sociedad y cultura peruana experimentaban. Temas como las migraciones internas, el proceso de urbanización, la formación de las barriadas, las relaciones socioeconómicas que experimentaba el Perú en movimiento y sus transformaciones estructurales. Al final de cada clase, los estudiantes salíamos con más preguntas por explicar que respuestas fáciles como aquellas que una revolución podía resolver los complejos problemas del Perú, sostenida por algunos de mis compañeros.
Una anécdota ilustra lo desafiante de sus exposiciones. Una mañana, Julio entró al aula y dijo: “Una de las causas y consecuencias del subdesarrollo es la poca o ninguna participación de las mujeres en la sociedad peruana”. En la clase había varias mujeres y ninguna de ellas lo replicó; luego pasó a decir: “El silencio de ustedes, las mujeres, confirma mi tesis”. Todos y todas nos miramos los rostros; habíamos asimilado el reto.
La segunda experiencia la recuerdo como si fuera ayer. Fui a despedirme de él para empezar la enorme tarea académica de estudiar una maestría en Antropología en la célebre universidad de Manchester. Julio me dijo: “Teófilo, una sola vez hay oportunidades como esta, aprovéchala y regresa con tu grado académico”. Tanta fuerza tuvieron esas palabras que se convirtieron en un recuerdo permanente cuando —con un inglés primario y siendo quechuahablante nativo— tuve que adaptarme lingüística, cultural y académicamente a una universidad que, por aquel entonces, tenía uno de los mejores departamentos de Antropología del mundo.
Esas palabras de Julio me dieron la resiliencia y el soporte fundamental en momentos de cansancio mental y físico, y me permitieron concluir mi grado académico de MA in Economic and Social Studies.
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La tercera experiencia: en un ensayo sobre la mecánica de dominación y cambio social en el Perú, Julio propuso un modelo descriptivo y analítico llamado “el triángulo sin base” para entender los movimientos campesinos de los años sesenta, en el que propuso tres momentos históricos:
a. Un triángulo incompleto, es decir con un solo ángulo, en el que describía una etapa en la que los campesinos de las haciendas —en particular los de la sierra central y sur— estaban desarticulados entre sí, sin comunicación entre ellos ni organizaciones que los representaran ante la dominación del patrón, quien era dueño de las tierras y las vidas de sus colonos.
b. El segundo momento aparece cuando, por acción de la migración a las minas y ciudades, principalmente a Lima, los colonos o sus hijos obtienen experiencia política y toman conciencia de las relaciones de dependencia y dominación. Algunos retornan a la comunidad y lideran movilizaciones para hacer su propia reforma agraria.
c. En un tercer momento el triángulo sin base se cierra. Es decir, las comunidades y colonos se organizan y surgen los movimientos campesinos. De otro lado, muchos de los hijos de los hacendados se educan en Lima y se quedan a vivir en la urbe, y se agota la continuidad generacional en la conducción de las haciendas. Los antiguos hacendados ya no pueden contener los cambios sociales y políticos que configuran un nuevo Perú.
Este fue el modelo que utilicé para hacer mi trabajo de campo en la comunidad indígena de Ongoy, Apurímac, en 1968, con el que completé mi tesis de bachillerato en Antropología.
Gracias, Julio, por haber guiado con tus palabras, enseñanzas y métodos mi formación. Este es un homenaje póstumo al académico y al colega que tuvo gran influencia en mi aventura académica y profesional. Un reconocimiento a ti y tu familia, con quienes mantengo muy buenas relaciones; por ejemplo, Angelina fue mi alumna destacada en la PUCP.