El centro histórico resguarda un emblemático palacio para los libros, exposiciones y la investigación literaria.
El centro histórico resguarda un emblemático palacio para los libros, exposiciones y la investigación literaria.
Diana Gonzales Obando

Entre el Palacio de Gobierno y el bar Cordano, al margen de la Lima cuadrada, se encuentra una hermosa arquitectura construida como símbolo de progreso y prosperidad; es la antigua estación de Desamparados.

Para su construcción, la empresa ferroviaria no escatimó gastos. “Casi todos los materiales fueron importados. El concreto utilizado para las columnas y las paredes fue traído de Inglaterra, lo mismo que los vitrales y el reloj; en tanto que las macizas y vistosas puertas de cedro se trabajaron en Estados Unidos”, se detalla en la revista Estación de las Letras. Historia de un Edificio Público en medio de la Ciudad.

Según el historiador Juan José Toro, la estación de Desamparados “se convirtió también en termómetro de los cambios sociales de nuestro país a partir de los años cuarenta. La derrota del paludismo en la costa, la apertura de nuevos medios de comunicación, así como los seculares problemas en el campo, generaron la migración de millones de peruanos desde los Andes a la capital”. Muchas historias de vida llegaron por esas vías.

Fue reconstruida en 1912 por el arquitecto Rafael Marquina después de un terrible incendio, y tal como la concibió hace más de cien años la podemos recorrer hoy, pero con otro nombre desde hace una década: la Casa de la Literatura Peruana (Caslit).

—Ruidos al lado del río —

Como esperando, la Casa de la Literatura Peruana —o simplemente la casa— nos mira llegar desde la catedral hacia su silencioso rincón al lado del río Rímac, un silencio que solo se rompe con el estruendoso paso del tren que viene de Huancayo. “Pasa tres veces durante el día, hace ruido, pero ya estamos acostumbrados; es parte del paisaje”, nos dice Diana Amaya, coordinadora del área de Investigación y Curaduría de la Caslit. Ellos se encargan de las exposiciones y de encontrar todo el material posible sobre la muestra, siguiendo siempre una línea tangencial que es la exposición permanente que se montó en 2015 y se renovó en 2018.

Mientras hablamos en el café literario, al lado de los rieles y mirando el río, la noche comienza a llegar y se puede ver cómo se ilumina la ciudad. Los gallinazos se han ido a dormir. “Hace seis años, el equipo de investigación estaba conformado por unas seis personas; esta cifra se ha duplicado y los perfiles profesionales se han especializado. Trabajamos personas formadas en literatura, filosofía, historia y artes visuales; es un equipo bastante diverso y, precisamente, en esa diversidad reside la riqueza y el potencial que tiene”.

Para Amaya, cada persona es un universo y la literatura hace que esos universos se encuentren; es por ello que la convergencia de las especialidades convierte al área de investigación en un lugar de aprendizaje constante que será vertido al público en cada exposición.

Rebuscan en los archivos, bibliotecas y hasta en la documentación y libros que puedan guardar las familias de los escritores. Consiguen objetos valiosos para la investigación, como máquinas de escribir, fotografías, cartas, videos, manuscritos, etc., aunque pocas veces se encuentren bien cuidados.

En los procesos de investigación, se encontraron con autores peruanos como Manuel González Prada o Magda Portal, con quienes la historia literaria no había sido del todo justa o cuyas lecturas no se renovaban. Sin embargo, ante los ojos contemporáneos tenían mucho potencial. Es así que se embarcaron en la investigación de ambos, como de muchos otros escritores, y el esfuerzo se ha materializado en hermosas muestras como Libertad d´escribir. El ritmo combativo de Manuel G. Prada y Trazos cortados. Poesía y rebeldía de Magda Portal, las mismas que generaron publicaciones que ahora son tesoros, como La vida que yo viví, una autobiografía inédita de Magda Portal, libro que se pudo recuperar gracias a su sobrina Rocío Revolledo Pareja.

Nos cuenta Amaya que muchas veces una fotografía de un escritor conocida y cliché, rodeada de los soportes adecuados, puede transmitir otra sensación: “Si está en otro espacio, puedes pensar en ella de otro modo y se renueva”.

Con un lenguaje audiovisual como amerita el mundo digital, la literatura también se integra a los nuevos tiempos y las nuevas demandas.

—Biblioteca para todos—

Me hubiera gustado tener también un lugar así cuando era chico”, nos dice Jaime Cabrera Junco, coordinador del área de Promoción Literaria y también director de la web sobre libros Lee por Gusto. “La biblioteca atiende los fines de semana y se puede conocer la literatura de una manera más amable. Ahora mismo ha venido a visitarnos un colegio. Así es todos los días; vemos estudiantes de colegios, de universidades y muchos turistas”, comenta.

Estamos al lado de la Biblioteca Mario Vargas Llosa, que se encuentra en la sala principal bajo los hermosos vitrales ingleses, lo que antes era la sala de espera para varones de la estación de Desamparados (también había otra para damas).

Esta biblioteca no tiene puertas ni paredes. Todos pueden ingresar por un libro y sentarse a leer. Desde hace diez años, hay mucha más diversidad de títulos que van desde la literatura peruana, hasta la latinoamericana y universal. También tienen una bebeteca para niños hasta los 3 años, en la sala de literatura infantil Cota Carvallo.

—Museografía contemporánea—

Tal y como sucedía cuando era una estación, en la Caslit nada está quieto. La gente entra y sale, y vuelve a entrar, como recreando el paso constante de los viajeros. Caminan por los mismos pasillos que atravesaron quienes llegaron de La Oroya y Huancayo el siglo pasado.

Los escolares participan de las exposiciones, conversan con los guías y sus profesores. La Caslit es parte del Ministerio de Educación y, por ello, siempre recibe importantes delegaciones en su recinto.

Niños y niñas pueden explorar la museografía, que hace dialogar a la literatura con las artes plásticas. Es por ello que nos hemos podido encontrar con una exposición de homenaje a José Watanabe, con la intervención de artistas como Eduardo Tokeshi; o una exposición basada en Noé delirante, de Arturo Corcuera, con una pared pintada por Elliot Tupac.

Se trata de un trabajo de alrededor de 50 personas de diversas especialidades: periodistas, diseñadores gráficos, fotógrafos, historiadores, museógrafos, artistas plásticos o artistas visuales, literatos, bibliotecólogos, mediadores, educadores, antropólogos. Incluso, cuentan con expertos en carpintería que preparan los mobiliarios del museo.

Un trabajo que eventualmente se ve interrumpido por las calles cerradas que impiden el ingreso de los peatones al centro histórico, y que esperamos que no se vuelva frecuente.

Por las tardes, en las presentaciones de libros, visitar la Caslit es mucho más tranquilo. Como toda casa, es un lugar de encuentro con las personas queridas, con los amigos y con los recuerdos. La literatura peruana no está más desamparada.

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