I
Al final del artículo del domingo pasado veíamos, siguiendo a Zygmunt Bauman*, que el modelo panóptico (“nunca sabrás cuándo estás siendo observado realmente y, por tanto, mentalmente te sentirás siempre observado”) ha sido introyectado hasta tal punto por los individuos de la sociedad posindustrial que estos se han convertido en sus propios vigilantes haciendo, de este modo, innecesarios los sólidos muros, las impenetrables rejas y las omniscientes torres de control del esquema panóptico. Estamos, pues, ante una nueva forma de control social: la vigilancia líquida, término acuñado por el mencionado sociólogo y filósofo polaco para describir la situación en que vivimos actualmente, donde “todos estamos o podemos estar siendo vigilados en este momento” y donde “nada ni nadie está libre de ser escrupulosa y permanentemente observado”. ¿Por quién? Por nosotros mismos.
II
El patrón panóptico “se ha desplazado y se utiliza en las partes ‘inmanejables’ de la sociedad” (prisiones de alta seguridad, campos de refugiados, clínicas psiquiátricas y otras instituciones donde el control es o pretende ser “total”). Es decir, espacios con seres humanos clasificados como inútiles y que, por la tanto, deben ser ‘excluidos’ porque se les considera irrecuperables. Por el contrario, en la mayor parte del tejido social —la que se considera manejable, funcional y productiva— la vigilancia ha evolucionado de la obligación forzosa hacia la persuasión, tentación y seducción publicitarias.
III
Lo más destacable, dice Bauman, es que en la versión contemporánea de la vigilancia ambos paradigmas se complementan: la pesadilla panóptica —nunca estás solo porque siempre hay alguien observándote— y el bálsamo envenenado de la “vigilancia líquida” —no volverás a estar solo, abandonado, ignorado y excluido—; de modo tal que “el miedo a ser observado ha sido vencido por la alegría de ser noticia”. Esto ha sido posible porque el confinamiento ha sido reemplazado por la exclusión como la peor amenaza para nuestra seguridad. Ser visto (espiado) ha dejado de ser un peligro para convertirse en una tentación. La tentación de tener una visibilidad más amplia y un mayor reconocimiento social, como ocurre en las redes sociales donde los usuarios intercambian con entusiasmo información personal y revelan sin pudores detalles íntimos de su vida privada. De esta manera creen combatir sus máximos temores: la soledad, el abandono, el anonimato.
IV
Como dijo Eugène Enríquez “aquellos que se preocupan por su invisibilidad acaban siendo excluidos, relegados, o sospechosos de un crimen”. No tener un alto perfil mediático es cosa propia de ‘perdedores’ y querer pasar desapercibido es un suicidio social. Desde esta perspectiva, la tecnología de vigilancia actual cumple a cabalidad su doble propósito: confinar (‘mantener dentro de la valla’) y excluir (‘mantener más allá de la valla’). Dicho en otras palabras: separar los desechos de lo que es útil para la sociedad y, una vez realizada esta operación, asegurarse de que los rechazados (refugiados, homeless, exiliados, outsiders, indigentes, etc.) se queden al margen, pero sin posibilidades de moverse fuera de la circunscripción que les ha sido asignada.
*El texto de Bauman que utilizo como referencia es Vigilancia líquida