Milagros Saldarriaga es la directora de la Casa de la Literatura desde el año 2013. (Foto: Hugo Pérez)
Milagros Saldarriaga es la directora de la Casa de la Literatura desde el año 2013. (Foto: Hugo Pérez)
/ Hugo Perez
Diana Gonzales Obando

Cumplir una década no es un hecho superfluo para un centro cultural en el Perú. ¿Cómo tomas este logro?

No sé cuántos centros culturales han sido inaugurados en este siglo en Perú, pero no tener un recuento ya me parece sintomático. Llevamos muchos años sin tener una propuesta de centros culturales públicos que puedan dar servicios a la sociedad. En ese contexto, cumplimos diez años y con varias razones para celebrar, como cifras importantes en términos de asistencia y retorno de la gente, de multiplicación de servicios, de crecimiento de nuestros estándares de calidad en las propuestas. Por supuesto que es una celebración, solo que somos sobrios, pero creo que sí hay alegría, hay emoción y orgullo.

Es un trabajo muy importante por la labor comprometida que llevan a cabo todas las personas que trabajan. Somos un equipo de 50 personas entre periodistas, diseñadores gráficos, fotógrafos, historiadores, museógrafos, artistas visuales, literatos, bibliotecólogos, mediadores, educadores y antropólogos. Es un equipo realmente interdisciplinario. Tenemos colegas expertos en carpintería y un taller donde se preparan los mobiliarios del museo. Una línea de nuestra gestión tiene que ver con lo museológico.

Destacando el patrimonio, este lugar es una antigua estación de tren. ¿Qué representa trabajar acá y rescatar diariamente este espacio?

Este edificio fue construido para ser un espacio público, y es bien importante que se haya conservado así y que no se haya convertido en un espacio cerrado o restringido. Claro que tiene normas, pero se puede usar de distintas maneras, y eso está muy pensado en el trabajo de gestión cultural que se hace aquí en la Casa de la Literatura Peruana. Creo que es lo que ha permitido la multiplicidad de grupos etarios y también sociales.No solo me refiero a los amigos y familias, también a los profesores que vienen con sus alumnos, con otros profesores que usan este espacio como un recurso pedagógico que les da el Ministerio de Educación.

Esa noción de acción de acceso al patrimonio, no como colección resguardada, sino como aquello que puede ser experimentado y que nos sirve en el presente. Una puesta en valor patrimonial tiene que ver con sus usos actuales, que este espacio haya sido elegido para ser un centro cultural me parece que debe ser un principio que se reitere. Un edificio construido para ser un espacio público tiene dimensiones que te acogen, que te dan ganas de quedarte o transitar porque la arquitectura te conduce. Un edificio así no puede convertirse en una oficina de burócratas. Qué acierto hubo en tratar la literatura y la lectura literaria ––que es una de las cosas que nos hace ruido como sociedad–– desde el centro de la ciudad y en estas condiciones arquitectónicas. Todo eso es un modelo replicable. Algunas de las características que se reúnen en la Caslit son de interés, como el encuentro multidisciplinario que aquí existe y que este sea permanente, es importante.

¿Cuáles han sido los principales retos durante estos años?

Siempre estarán los retos administrativos porque no tienes un Estado que haya implementado una red de servicios culturales contemporáneos; por ejemplo, el sistema nacional de bibliotecas o los museos no tienen esa base administrativa para adquisiciones, contrataciones, para trabajar el edificio en su condición histórica y patrimonial. Eso es complejo y avanzamos con lentitud. Este edificio tiene un último piso que se utiliza tímidamente porque no hay acceso y no hay ascensores. ¿Cómo haces con nuestra noción de preservación del patrimonio y cómo instalas un ascensor? Pero tienes que hacerlo.

Hay mecanismos que son necesario implementar y discutir para que el patrimonio realmente pueda ser accesible y para que los servicios culturales puedan tener una multiplicidad de propuestas adecuadas al mundo actual. Ahí surge la inquietud que venimos dialogando este año: ¿Qué pasa con nuestro ecosistema digital? Acá no tiene la relevancia, ni la profundidad, ni la riqueza que tiene el espacio físico, y es porque no tenemos esas condiciones tecnológicas y técnicas en el Estado. Galerías virtuales o publicaciones en formatos digitales adecuados, son parte de la gestión cultural contemporánea.

Los centros culturales alemanes, por ejemplo, piensan en el futuro mientras que nosotros pensamos en el presente. Río de Janeiro ya tiene un centro cultural dedicado al futuro porque ahora es lo que más se estudia. Ellos ya tienen un departamento de internet separado de su departamento de promoción y prensa, mientras que nosotros trabajamos el internet principalmente como una herramienta de divulgación y también vamos desarrollando algunos contenidos, pero no en la plenitud que se podría.

¿Has encontrado algún modelo que estés adaptando aquí?

Es importante tener referencias distintas. Creo que en el Perú hay espacios interesantes como el MALI, las huacas del norte ––estoy pensando en Túcume––, y estas otras zonas arqueológicas que han generado ecosistemas trabajando con los municipios, con la policía, con las escuelas, con la comunidad, como un tejido muy tupido. Creo que es una magnífica gestión cultural. Mateo Salado también tiene una estupenda gestión cultural y es otro referente sobre cómo reflexiona la comunidad, la ciudadanía y la relevancia que puede tener un espacio cultural en la vida en sociedad.

En el Brasil hay proyectos interesantes con incidencia en la vida contemporánea. En general, Brasil tiene modelos de gestión cultural y museológica vinculados a responder a la contingencia. Ahora mismo en el Museo de Arte de Sao Paulo (MASP) hay una exposición sobre los feminismos que es un gran tema de discusión a nivel mundial; y, cuando desde los liderazgos políticos se manifestaron posiciones reaccionarias muy marcadas el MASP respondió con una muestra sobre la historia de las sexualidades. Esa respuesta es muy importante porque como ciudadano ¿dónde encuentras referencias y espacios para poder discutir todo aquello? Hay espacios mucho más vinculados a nuestra naturaleza primigenia que es la literatura. Hay casas de la poesía en distintas partes del mundo, como la casa de Neruda, o el Museo de las Escuelas en Argentina. En Argentina hay un desarrollo de la reflexión de la pedagogía en espacios no formales como este, lo cual es también interesante.

¿Qué piensas de que últimamente se cierren las calles y se impida el acceso al público el Centro histórico? Incluyendo el ingreso a la Caslit.

Una de las cosas que hemos aprendido a observar de manera mucho más esmerada, detallada y analítica es la relación que establecemos los ciudadanos con lo público, con los bienes públicos y con los espacios públicos. La calle es un espacio público y ciertamente venimos siendo vulnerados y eso se naturaliza. Generalmente no hay razones. No se trata del apremio de dar una vuelta sino que de pronto tus dinámicas son alteradas y no sabes por qué. ¿Los espacios son nuestros o no son nuestros? ¿Cómo podemos relacionarnos entre personas sin estos tropiezos y a la vez cómo se genera un servicio como este?

Creo que hay razonar bastante y pensar qué estamos definiendo como público y cuáles son los mecanismos que justamente debemos implementar para que hayan esos espacios de encuentro. Los espacios y bienes públicos tienen que ver con el intercambio entre las personas. Eso es sano.

¿Cómo te imaginas la próxima década de la Caslit?

Estamos pensando los retos digitales con mucha cautela y estableciendo muchos vínculos. El ecosistema digital tiene que desarrollarse, tiene que tomar todo el edificio y potenciarse. Hay un piso más donde está el archivo. Hemos recibido la donación del archivo de Alejandro Romualdo de parte de sus dos hijos. Ellos querían que se preservara el archivo de su padre.


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