Después de abrir los cuerpos de sus muertos, los chinchorro les sacaban la piel, los órganos, el cerebro y los músculos. Limpiaban los huesos, los reforzaban con maderos que eran amarrados con fibras vegetales; después, los pintaban con arcilla gris y los cubrían nuevamente con la piel. A veces, la piel era retirada en tiras, lo cual hacía más delicado el proceso. En otras, rellenaban las cavidades de los cuerpos con plumas o restos de camélidos. Este ritual de momificación que ocurrió hace siete mil años, aproximadamente, mucho antes de que aparecieran las técnicas egipcias, es la evidencia de que la búsqueda por la trascendencia y la inmortalidad no es una inquietud del mundo contemporáneo. En esas épocas lejanas lo que importaba era mantener vivo el cuerpo.
—Garcilaso y Munch—
En el siglo XVI las momias llamaron la atención de los cronistas. El Inca Garcilaso, en el libro V de los "Comentarios reales", cuenta que el corregidor Polo de Ondegardo le mostró unas momias de sus antepasados, las cuales estaban guardadas en su casa: “Los cuerpos estaban tan enteros que no les faltaba cabello, ceja ni pestaña. Estaban con sus vestiduras, como andaban en vida: los llautos en las cabezas, sin más ornamentos ni insignias de las reales. Estaban asentados, como suelen sentarse los indios y las indias: las manos tenían cruzadas sobre el pecho, la derecha sobre la izquierda; los ojos bajos, como que miran al suelo”, escribió el Inca.
Tres siglos después, otra momia peruana impresionaría a un artista noruego en París. Se dice que Edvard Munch se inspiró en esta para pintar “El grito”, la que sería su obra más famosa y que tiene hasta su propio emoji.
—Atracción fatal—
¿Qué nos atrae de la muerte? ¿Cómo se responde a esta fascinación milenaria que nos obliga a la convivencia de los vivos con los muertos? El culto a la vida a través de la muerte atraviesa las culturas y el tiempo. Paracas, Chachapoyas, Incas y muchas otras civilizaciones del mundo guardan, en sus desiertos, nevados, playas y bajo tierra, las momias que perfeccionaron con diversas técnicas ––naturales o artificiales––. Sus propósitos se conocen con más precisión conforme la ciencia se ha ido especializando en ramas como la arqueología, la antropología e historia. Ahora se sabe, por ejemplo, que no solo se momificaron humanos, sino también animales, como los perros pastores chiribaya, en el valle del río Osmore, en la costa sur del Perú.
¿Cuáles son los beneficios del estudio de las momias con las nuevas tecnologías? Conversamos con la bioarqueóloga y antropóloga forense Elsa Tomasto, de la Pontificia Universidad Católica del Perú. ¿Qué es la bioarqueología? En síntesis: “Extraer información de los esqueletos para conocer culturas pasadas”, dice. Así es, los restos humanos tienen mucho que decir sobre la época en que vivieron, sobre cómo eran las sociedades a las que pertenecían.
“La arqueología — agrega la especialista— es el estudio de culturas que no dejaron escritura. Lo que leemos son los objetos, lo que dejaron en la basura, casas, talleres, etc., para tratar de reconstruir sus actividades”. Pequeños hallazgos pueden completar el rompecabezas de la historia. Mientras más objetos, mucho mejor. Así conocemos a las culturas prehispánicas como civilizaciones potentes, organizadas, con economía y dinámicas de la vida diaria. “El cuerpo humano es también parte de esta cultura material porque nos formamos dentro de ella, comemos y hacemos las actividades que se producen en aquel tiempo determinado. La bioarqueología estudia, particularmente, esqueletos porque es lo que mejor se conserva para obtener información de sociedades pasadas”, agrega Tomasto.
—La dama y el niño—
Dentro de un enorme fardo de 100 kilos y alrededor de 30 capas de mantos se encontraba una pequeña mujer con un enorme poder. La bautizaron como la Dama de Cao, una momia de sexo femenino, con una marca en el vientre. Tenía 25 años cuando murió, al parecer, por complicaciones en el embarazo. Su piel, la misma que hace 1.700 años se doraba bajo el sol norteño, estaba conservada, casi intacta, tatuada de imágenes de arañas, serpientes, felinos y aves.
Hoy conocemos el rostro de la Dama de Cao: bajo un riguroso protocolo de reconstrucción facial en 3D y avanzadas técnicas forenses, se pudo conocer la expresión de esta mujer cuyo descubrimiento cambió la mirada de la historia hacia la posición de las mujeres en el antiguo Perú.
De la misma manera, ahora se sabe cómo fueron el rostro y el cuerpo del misterioso Tutankamón, faraón egipcio conocido también como el “niño rey” por haber asumido el poder quizá a los diez años. Su descubrimiento fue uno de los más importantes de la historia de la humanidad. Fue realizado por el egiptólogo inglés Howard Carter en 1925, más de 3 mil años después de haber sido enterrado en el sarcófago. Al momento de su descubrimiento, saltaron dudas y vacíos que la ciencia aún no podía explicar; sin embargo, en el siglo XXI se logró resolver el misterio de su muerte. Tras someter a la momia a exámenes de ADN, tomografías, rayos X y otras técnicas, ahora se puede saber que el joven faraón murió a los 19 años de malaria tropical.
En ambos casos, las nuevas herramientas de la bioarqueología despejan las especulaciones, y nos permiten conocer mejor a las sociedades antiguas. Por eso, una de las preocupaciones actuales de los especialistas es la conservación de estas momias. En el pasado, para estudiarlas eran abiertas y prácticamente resultaban inservibles para investigaciones futuras; ahora se cuenta con técnicas menos invasivas.
Tomasto destaca, por ejemplo, la cirugía laparoscópica, que permite cuidar el cuerpo, a la vez que se resuelven interrogantes sobre su muerte.
—Convivencia inaudita—
Pero, si pensamos que las momias son rituales del pasado ajenos a nuestra civilización contemporánea, estamos equivocados. Regímenes que rendían culto a la personalidad de sus líderes también han usado esta técnica ancestral para perennizar sus figuras. Los restos del comunista ruso Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, y de la política argentina Eva Perón también pasaron por un proceso de momificación que preserva sus cuerpos hasta hoy.
Julio C. Tello, nuestro célebre antropólogo, pidió ser embalsamado y enterrado en el Museo Nacional de Antropología e Historia, donde se encuentra actualmente. Y, si esto es sorprendente, conocer la tradición de los toraja en Indonesia lo es más: cada agosto, los habitantes de este pueblo sacan del cajón los cuerpos momificados de sus seres queridos para vestirlos con ropa nueva, pasearlos, tomarles fotos ––en grupo o selfies–– y después devolverlos a sus cajones para enterrarlos con sus objetos preferidos, celulares incluidos.
Todavía son muchas las interrogantes alrededor de los rituales de la muerte; en los cuerpos momificados pueden estar las respuestas.
FAKENEWS: MOMIAS EXTRATERRESTRES
Cada cierto tiempo nos sorprende la ‘noticia’ de la aparición de momias cuyo origen se pone en duda. Algunas pseudociencias con supuestos argumentos especializados hacen eco de historias que no tienen asidero para los especialistas serios.
El año pasado, y gracias a un congresista, conocimos el caso de la momia de origen Nasca cuyas características harían dudar de su naturaleza humana. Tras las investigaciones pertinentes, la ciencia logró desmontar esta farsa y dio cuenta de la manipulación de una momia peruana original que fue, incluso, mutilada, lo cual es un delito según nuestra legislación.
Con una mirada hollywoodense, los cráneos alargados que se encuentran en Egipto y los Andes también han causado sensación tras ser relacionados con seres extraterrestres, tal es el caso de las momias de Andahuaylillas, en Cusco. Finalmente, se comprobó que eran momias de infantes cuyos cráneos fueron deformados como parte de un ritual.
¿Nuevos argumentos para taquilleras películas?
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CASO PAOLO GUERRERO
La defensa del futbolista para demostrar que el rastro de la hoja de coca permanece por siglos en el cuerpo puso como ejemplo a las momias de Llullaillaco, Argentina, que presentan indicios de esta sustancia en sus cabellos.