Habla, Perú
Habla, Perú

Después de diez largos años —y no al caballazo— un grupo de lingüistas, profesores e intelectuales tratan de escuelearnos con un diccionario que pone en blanco y negro el habla oral peruana. Hay más de 9.000 palabras nacidas y usadas en esta tierra multicultural y que han enriquecido el español con un sello característico: los vocablos bien pueden venir del quechua (jato) o del aymara (camanchaca) o del inglés (point). ¿Quedó mostro el mataburro? Dejemos que hablen los cerebros.

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Siguiendo el orden natural, una lengua nace, crece, puede que se reproduzca —como lo hizo el latín, madre de idiomas como el castellano, portugués o el francés— y, quizá, con el tiempo muera. La cadena no siempre se cumple, pero lo cierto es que, al igual que los seres vivos, explican los lingüistas, las lenguas se encuentran en un proceso de permanente transformación. Un aspecto de ello es la aparición de nuevas palabras que, además de enriquecer las posibilidades expresivas, pueden al mismo tiempo complicar la comprensión entre dos hablantes de ‘un mismo’ idioma. Si queda alguna duda de esto, basta sentar a conversar a un peruano con un hispanohablante de cualquier otra nacionalidad. Esto, claro, siempre que el peruano en cuestión no intente pasar piola llamando ‘comida china’ al chifa, ‘desnudo’ al calato o ‘congresista’ a quien es, evidentemente, un otorongo. Aunque, a la firme, tampoco importaría demasiado: dejemos a este peruano hipotético computarse cosmopolita. Porque eventualmente hablará de los informes que tuvo que preparar para la chamba, de las chelas que se chupó en la pollada, de los proyectos frustrados de su pata, y solito se traicionará: palabras que él pensaba patrimonio común de todo hablante del español de Castilla terminarán por revelar su filiación al terruño.
    Evidentemente, este potencial problema comunicativo está también presente entre los propios peruanos: no todos los habitantes del país sabrán a ciencia cierta a qué se refiere un piurano al decir que está orgulloso de su churre, ni si deberían sentirse ofendidos si alguien de Madre de Dios les dice que seguro tienen el ocote irritado. “Todos los peruanos conocemos nuestros principales peruanismos, pero no hay nadie que los conozca en su integridad”, nos dice Julio Calvo Pérez, director del equipo de investigación que produjo "DiPerú. Diccionario de peruanismos", la más reciente publicación de la Academia Peruana de la Lengua, y el intento más completo, hasta la fecha, de recoger las palabras creadas y usadas por nosotros. 
    El proyecto, nos cuenta Calvo, empezó hace unos diez años —durante la gestión del poeta Marco Martos, el entonces presidente de la Academia Peruana de la Lengua—, y supuso un trabajo arduo por parte de más de 50 personas, entre miembros operativos, becarios y colaboradores externos que concurrieron en el proceso de investigación, producción y corrección. El resultado es un diccionario monumental compuesto por más de 9.000 palabras propias de los distintos castellanos del Perú. Precisamente esta riqueza léxica, producto de los distintos sociolectos diseminados por todos los rincones del país, fue la principal motivación para seguir adelante con el proyecto: “El vocabulario del castellano amazónico, por ejemplo, es muy rico y diverso, pero había sido dejado un poco de lado por recopiladores anteriores. Luego, hay muchos otros lugares como Piura, Áncash, Arequipa, Cusco y la misma Lima que también cuentan con un léxico muy rico debido al contacto lingüístico que tuvo lugar con lenguas que se desarrollaron previamente en esos territorios. Y así sucesivamente, hasta abarcar lo más que se pueda en ese pozo sin fondo de las palabras de nuestro idioma”, nos dice Calvo. 
    Si bien esta es la primera vez que se publica un diccionario que recoge peruanismos editado por la Academia, anteriormente han aparecido varios libros de investigadores particulares cuyos fines fueron básicamente los mismos. “Aunque no son, en sentido estricto, diccionarios, sino vocabularios o glosarios —por la metodología empleada y por la estructura interna de los textos—, dos obras destacan en el marco de los estudios de nuestro léxico: el "Diccionario de peruanismos", de Juan de Arona, de 1882; y el libro "Peruanismos", de Martha Hildebrandt, publicado por primera vez en 1969”, recuerda el lingüista Raúl Bendezú, quien actualmente trabaja como investigador del Instituto de Filología de la Universidad Libre de Berlín.
    Ciertamente, estas son dos de las publicaciones más notables, en especial la de Arona, puesto que, a través de su intento por señalar las diferencias lingüísticas entre el español peninsular y el utilizado en nuestro país, contribuyó a la construcción de una identidad nacional en medio de una etapa crucial del desarrollo nacional, cuando se iniciaba la República. 
    Pero estos no son los únicos esfuerzos que se realizaron por aprehender los vocablos particulares de nuestro castellano mestizo. Resulta difícil no recordar el "Vocabulario de peruanismos", de Miguel Ugarte Chamorro, editado póstumamente por el Fondo Editorial de la Universidad de San Marcos en 1997; el "Diccionario de peruanismos. El habla castellana del Perú" (2009), de Juan Álvarez Vita, una obra inmensa cuya trascendencia fue tal que Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura de 1989, dijo que constituía “uno de los mejores aportes al estudio del español hablado en América”; o el libro "1.000 palabras y frases peruanas" (2011), también de Martha Hildebrandt, miembro de la Academia Peruana de la Lengua desde 1971.

—¿De qué hablamos cuando hablamos de hablar? —
Tanta energía y recursos invertidos en consignar palabras como recutecu, chamba o pituco nos llevan a preguntarnos cuál es la importancia de los peruanismos, por qué es necesario fijarlos en un diccionario, pero, ante todo, qué son. 
    Muchas personas confunden los peruanismos con las jergas, sin embargo, si bien comparten ciertas características, estos dos conceptos hacen referencia a diferentes tipos de palabras. “En el uso más extendido, jerga se entiende como el conjunto de palabras que corresponden a un registro [según el DRAE, registro es el “modo de expresarse que se adopta en función de las circunstancias”] bastante coloquial de la lengua, por lo que muchas veces son catalogadas como usos ‘incorrectos’. Tal es el caso de jato por casa; taba por zapato o zapatilla; jamear por comer, ente muchos otros”, nos dice Bendezú. Pero, además, la jerga se define también por criterios sociales: se trata de un vocabulario que surge dentro de una subcultura o un grupo social determinado —como el de los jóvenes, o profesionales de ciertas disciplinas, de modo que podemos hablar de jerga médica, náutica o periodística, por ejemplo—, y que luego puede rebasar estos límites y extenderse a otros grupos, explica Yvette Bürki, profesora peruana de Lingüística Hispánica de la Universidad de Berna, en Suiza.
    Los peruanismos, por otro lado, sigue Bürki, “son palabras, giros y locuciones que, sin importar su procedencia, se emplean en el español hablado en el Perú, y sus hablantes los sienten como parte de su patrimonio lingüístico. Su criterio de definición es diferencial, y se basa precisamente en su difusión y su importancia cultural. Un peruano dirá chifa en lugar de restaurante chino, o kion en lugar de jengibre”. De modo que el registro no es un elemento determinante, sino que los peruanismos pueden ser tanto términos coloquiales como formales. Tomemos como ejemplo la palabra palta: en otros países recibe el nombre de aguacate, pero no por ello nuestra palta se convierte en un vocablo vulgar; por otro lado, también encontramos palabras que sí corresponden al registro coloquial como chibolo, típica del habla peruana. “Hay peruanismos que son jergas, pero existen también muchos otros que corresponden a usos más formales o, al menos, no tan coloquiales, del castellano. En ese sentido, las jergas usadas por los peruanos al hablar castellano son también peruanismos”, puntualiza Bendezú. 
    Así, como reza la sabiduría popular, el peruano no tiene enamorada, tiene jerma; no se asusta, se paltea; no come, jamea; no duerme, jatea; no camina, latea; no protesta, pitea; no es curioso, es sapo; no es burlón, es cachoso; no es estudioso, es chancón; no se golpea, se saca el ancho; no se avergüenza, se arrocha; no piensa, cranea; no entiende, manya; no argumenta, florea; no se molesta, se asa; no tiene amigos, tiene patas; no tiene mal gusto, es guachafo (o huachafo); no pierde el tiempo, huevea; y así infinitamente… 
    Pero queda pendiente una precisión: ¿son los peruanismos palabras propias del español del Perú pero que también podemos encontrar en otros países, o son usos exclusivamente peruanos? Para Bendezú, estos no tienen por qué ser privativos del país. Hay peruanismos como choclo que se utilizan en otros países, como también palabras como huaico, que también es considerada un quechuismo y solo se encuentra aquí. De igual manera, según nos comenta Calvo, "DiPerú" no ha optado por ninguno de estos caminos dicotómicos, y ha llegado a incluir neologismos y anglicismos aún no admitidos en el DRAE, pero que ya son utilizados ampliamente por un número considerable de hispanohablantes —esta idea se alzó justamente como unos de los criterios de selección más importante de los vocablos—. Precisamente por esta indefinición, "DiPerú" se presenta como un proyecto abierto a la constante renovación, ya que se corregirán los excesos en el diccionario y se recopilarán constantemente nuevas propuestas.

—En el principio era el verbo —
¿Cómo surgen estos peruanismos o jergas? ¿Cómo se desbordan de los labios de su creador y pasan a ser de dominio público? Yvette Bürki nos explica que “los neologismos —nuevas palabras— surgen por la necesidad de denominar referentes nuevos de la realidad. Los procesos mediante los que surgen son diversos, pero se suelen distinguir entre dos tipos: a) los basados en procedimientos internos, es decir, empleando las propias herramientas que proporciona una lengua, que incluyen los procesos morfológicos y los semánticos; y b) los basados en la incorporación de elementos extranjeros, o sea, los préstamos lingüísticos”. Estos dos procesos se conocen como innovación y adopción, respectivamente, y fueron propuestos por el lingüista y filólogo rumano Eugen Coșeriu. Cebiche sería —según Bürki— un claro ejemplo de un neologismo creado por innovación. “Para Martha Hildebrandt, el vocablo está compuesto por la palabra cebo, que en su acepción etimológica significa alimento o manjar; y por el sufijo -iche, con valor diminutivo o despectivo”. Mientras que palabras como pucho (del quechua puchu, que significa residuo o sobra), guachimán (del inglés watchman, vigilante) o chompa (también del inglés jumper) consisten en préstamos lingüísticos que hemos adaptado e incorporado a nuestra lengua. 
    Sin embargo, añade Bendezú, para que estos mecanismos se pongan en marcha es indispensable otro elemento: la creatividad lingüística. Procedimientos como la metáfora, la metonimia, la acronimia, la resemantización por homofonía o la inversión son algunos de los que entran en juego a la hora de crear peruanismos como piquito, Choliwood, matricidio, lenteja, fercho, cole, compu, etc., explica Bürki. 
    Ahora bien, estas innovaciones se suelen dar en el plano del lenguaje oral, que es mucho más flexible y dinámico que el escrito —de ahí, la asociación entre lo oral y lo coloquial o el habla popular, y la contraposición al grupo que conforman lo escrito con lo formal y lo fijo —. Solo después de un largo proceso de difusión y asimilación “en el cual otros hablantes van adoptando poco a poco la nueva palabra y empiezan a reconocerla como parte del léxico de la lengua que emplean, podemos afirmar que un neologismo ha sido incorporado a la lengua. Todo esto, sin embargo, no garantiza que la nueva palabra se vaya a integrar de manera definitiva al léxico; algunos neologismos tienen una vida muy corta, otros se mantienen vigentes, y algunos pierden y recuperan la vigencia, como si de una moda se tratara”, aclara Bendezú. 
    Pero, una vez que se han incorporado a nuestro repertorio, es importante reconocerlas y fijarlas, pues, como afirma Calvo, los peruanismos son parte de “nuestro patrimonio inmaterial”. Al margen del valor social que se le atribuya a cada término, se registra cómo hablan los peruanos con el fin de “fijar los significados, unificar la ortografía, enriquecer nuestra expresión y salvaguardar nuestra cultura”, continúa. De este modo, los diccionarios alternativos —es decir, que recogen vocablos que no pertenecen a la variedad estándar de la lengua, como sí lo hace la RAE, por ejemplo—, tales como "DiPerú", actúan como una gran herramienta de autoconocimiento, la cual nos permite comprender la problemática riqueza de los distintos castellanos que se hablan en el país y de los cuales, muy probablemente, no sabíamos nada. Calvo confía en ello y, siendo comprensivo con los temores más conservadores o los puristas, quienes podrían ver en la inclusión de ciertos términos “vulgares” en un diccionario una suerte de legitimización de su uso, rápidamente los alivia: “En las instituciones de enseñanza darán a los alumnos claves de cuándo una de esas palabras es vulgar o no, de uso en la selva o en la sierra, etc. Lo importante es saber usarlas, entenderlas y darles su valor preciso”.

—Somos lo que comemos (y lo que decimos) —
Por otro lado, como todo producto cultural, el ingrediente emocional también juega un rol importante a la hora de la creación de nuevas palabras. “El hablante busca una manera más personal u original de expresarse en el marco de la sociedad en la que se encuentra, como una manera de reflejar su pertenencia a determinado grupo social o generacional”, dice Bendezú, lo cual demuestra el fuerte vínculo que se crea entre el individuo y su comunidad a partir del lenguaje que utiliza. 
    En este sentido, los neologismos que devienen luego en peruanismos o jergas vendrían a ser el reflejo de la idiosincrasia del hablante y de su sociedad. Al respecto, el comunicador y psicoanalista Julio Hevia nos comenta que, según una investigación que viene trabajando, ha descubierto lo siguiente: “Hay tres actividades principales que realizamos en el Perú, a las cuales he denominado ‘triangulación oral’: comer, beber y hablar. Estas se caracterizan por su pertenencia al mundo de lo inmediato y por proporcionarnos placeres sobre la marcha. Estas actividades, de alguna manera, reflejan cuán ajenos somos a la planificación, a los largos plazos y cuán atados estamos a la inmediatez”. Así, resulta significativo que muchas de las jergas y peruanismos que utilizamos se relacionen o se deriven de palabras provenientes del mundo de la gastronomía: asado por molesto, causa por amigo, cau cau por problema, y un largo etcétera. “Probablemente, en sociedades como la alemana o la japonesa, palabras como estas no se utilizarían con el sentido que les hemos dado aquí”, advierte Hevia. 
    Así, los peruanismos son un muestrario de la riqueza léxica de nuestro país y un espejo que refleja nuestra cultura y realidad. No temamos, entonces, a nuestro rostro más propio, dejémonos de guachaferías y reconozcamos que hablamos en peruano. Porque, en efecto, como dijo alguna vez Abraham Valdelomar, “no es lo mismo un desnudo griego que un cholo calato”, ¿manyas?

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