Guiados por Paul Núñez, líder de la Iglesia Mayor de Lucifer (IML) en el Perú y coordinador de esta en Iberoamérica, esperan a que los últimos rayos de sol se vayan para dedicarse a su iniciación. Cuando, irónicamente, la estela de la Cruz de Chorrillos era la única que iluminaba el mar, prendieron unas velas negras y esperaron, en silencio, las primeras palabras de Núñez. Vestido con una túnica y guantes negros, inició sus invocaciones.
“Yo soy el centro de la Encrucijada, la X, el eje dentro del remolino del caos y la oscuridad”, repetían como parte de una fórmula que podría ser el equivalente a un bautismo. Solo que este no es el bautismo en una fe: es el primer paso en el largo camino que convierte a la persona en su propio dios y en el centro de su propia existencia, el objetivo supremo del luciferianismo.
“Convertirte en tu propio dios implica liberarte mediante el conocimiento. Es destruirte a ti mismo para volver a nacer y estar libre de las cadenas de la sociedad. No significa que lanzarás rayos por los dedos ni que volarás por los aires. La idea es ser tú mismo el centro de tu propio universo, quien controla tu destino”, explica Núñez, representante de la novel iglesia recientemente inaugurada en Texas (EE.UU.) en la noche de Halloween del año pasado, y que rápidamente ha congregado seguidores en países como Inglaterra, Bélgica, Francia, España, Canadá, México, Colombia, Ecuador, Argentina, Chile, Paraguay y Brasil. Actualmente ronda los 300 integrantes oficiales.
Demonios interiores
“Quienes creen que adoramos a un demonio están muy equivocados. A Lucifer lo tomamos como una imagen de que puedes hacer lo que tú quieres libremente o que tú eres tu propio dios. Es algo más espiritual, una conexión contigo mismo que pocas personas tienen”, explica Galia González-Vigil, tras apagar su vela negra y dar su primera declaración como luciferina. Pelirroja, de cargado delineado negro y con una máscara de Belzebú y una hannya (demonio japonés) tatuados en el brazo, creció escuchando los extractos de la Biblia del adversario (doctrina luciferina) que le leía su padre. Nunca creyó en dios alguno. Ser luciferina es solo darle nombre a sus prácticas habituales y a su forma de ver la vida. “La gente podría creer que adoro a un ser humanoide con cachos, cola y colmillos, y la verdad no. Creo que los demonios son estados emocionales, no algo físico. Son la ira, la depresión, la culpa. Los demonios nominados son solo representaciones de ti mismo. Cuando abrazas y aceptas tu propia oscuridad, puedes afrontar los problemas que tienes, tus errores y tus culpas”, explica.