El pasado 29 de marzo, un árbol de género ficus y con una antigüedad de 100 años cayó sobre una vivienda de la Av. Pedro de Osma por presuntaemte haber sido cercenado por los trabajadores que ejecutaron la obra. (Juan Ponce/El Comercio)
El pasado 29 de marzo, un árbol de género ficus y con una antigüedad de 100 años cayó sobre una vivienda de la Av. Pedro de Osma por presuntaemte haber sido cercenado por los trabajadores que ejecutaron la obra. (Juan Ponce/El Comercio)
Pedro Ortiz Bisso

Todos tenemos uno o más dones. Cristiano Ronaldo hace de sus goles expresiones únicas de belleza. Los recursos oratorios de Alan García le permiten salir airoso en el ‘infighting’ verbal, al margen de la consistencia de sus argumentos. La pluma briosa y elegante de El Veco podía descargar en una sola oración ríos de nostalgia, pasión y hermosura.

Los barranquinos también tienen el suyo, aunque es mucho más terrenal: siempre se las arreglan para elegir a los peores alcaldes de los que se tenga memoria. Su capacidad para errar es tan delirante, que hasta los reeligen.

Tras la caída de un enorme ficus sobre una vivienda en la avenida Pedro de Osma, un funcionario municipal aseguró que “es normal” que los árboles se vengan abajo y que la centenaria especie debió ser reemplazada cuando cumplió 50 años. Negó también que el incidente haya sido producto de la reciente rehabilitación de la vía, como aseguraron varios vecinos a través de testimonios orales y la difusión de fotografías.

Lo único “normal” de esta declaración es la capacidad que tienen nuestras autoridades para deslindar su responsabilidad con suma rapidez en cuanto ocurre un hecho negativo. Es su primera preocupación, así ello suponga esgrimir el argumento más disparatado. Y ni siquiera se ponen colorados. Ese también es un don.
Si para el municipio de Barranco es “normal” que los árboles viejos se vengan abajo, ¿por qué no se tomaron las precauciones para evitar la caída de ese ficus? Bien pudieron apuntalarlo o al menos advertir de la inminencia del hecho. ¿Qué hubiera pasado si ese árbol mataba a una persona? ¿Eso también es “normal”?

Analistas como Mariana Alegre han recordado que existe un desprecio generalizado en los municipios de Lima hacia las áreas verdes. Ello a pesar de que durante las campañas electorales no existe alcalde que no prometa llenar de parques sus jurisdicciones. Sin embargo, apenas asumen sus cargos olvidan que Lima es la segunda ciudad más grande el mundo asentada sobre un desierto y que está lejos de los nueve metros cuadrados de áreas verdes por habitante que recomienda la Organización Mundial de la Salud.

Son pocos los distritos preocupados por cuidar sus parques y bermas. Y en ello no tienen que ver razones presupuestarias. Al momento de establecer prioridades, la presión de las inmobiliarias vale más que el arbolito que era un punto de vida y belleza en la cuadra. La ‘modernidad’ vale más que huachafadas de nostálgicos.

En estos meses en que Lima parece una ciudad en construcción por los baches que empiezan a ser parchados, las veredas que se remodelan y puentes que se construyen (es año electoral, amiguitos), no olvidemos que cada voto cuenta. Por una vez, demos la contra y elijamos con responsabilidad.

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