Hoy que Christian Cueva, Paolo Guerrero y el ‘Orejas’ Flores son considerados cuasi héroes de la patria o próceres con chimpunes vale la pena recordar que hace poco tiempo la sola mención de sus nombres era razón de rechazo en diálogos de tribuna y entre distinguidos miembros de la prensa deportiva nacional.
Cuando convocó a Cuevita, a Gareca le llovieron críticas tan fuertes como los botellazos que recibió Perú en la Bombonera, en la inolvidable Eliminatoria del 69. Pero los ataques no le movieron un pelo a su trajinada cabellera. El petiso, en tanto, se dedicó a lo suyo, con una disciplina de fierro y altas dosis de picardía. Hoy es figura inamovible y el seleccionador, a quien algunos poco más y exigían su deportación, tiene el respeto de la gente.
Ese respeto, sin embargo, tiene fecha de expiración. Si este martes Neymar y su banda realizan destrozo y medio sobre el césped del Nacional, la histórica victoria sobre Paraguay sonará a noticia vieja y aflorarán las voces pidiendo sangre desde las tribunas, las de cemento y las que navegan en tinta amarilla.
El deporte mueve pasiones, agranda sonrisas, aunque también fabrica insensateces. En “La gran burbuja del fútbol”, José María Gay de Liébana señala que detrás de esa aparente maquinaria exitosa sobre la que se asientan las grandes ligas del fútbol europeo se esconden unos terroríficos agujeros financieros. Sus directivos toman decisiones que descartarían si ellas pusieran en peligro sus trabajos o el destino de sus familias.
Pero esas súbitas corrientes de euforia, como las que se viven desde el jueves por estos lares, pueden ser canalizadas en felices objetivos duraderos, como ocurrió en Barcelona antes de los Olímpicos del 92, o en la gran revolución de la exitosa Colombia de estos días.
Está de moda afirmar que los Panamericanos del 2019 no servirán para nada. Que los US$1.200 millones que pretenden gastarse en infraestructura y su organización no tendrán una retribución monetaria similar. Es un gasto, no una inversión, dicen sus críticos. Hay también dudas sobre si se manejará con buen pulso el dinero.
¿Pero ese torbellino de entusiasmo que seguramente generará ser el centro del deporte continental por unas semanas no puede ser el acicate para hacer en Lima y el resto del país una gran revolución deportiva?
Tim Harford, en el “Financial Times”, cita una investigación realizada tras los Juegos Olímpicos de Londres (“¿El anfitrión con la mayoría? El efecto de los Juegos Olímpicos sobre la felicidad”). Ella indica que los londinenses se sintieron orgullosos de organizar los juegos y los disfrutaron, pese a la gran ansiedad que les generó.
En el Perú, salvo el fútbol, el poco deporte que se practica es obra de esfuerzos individuales. ¿Por qué no hacer de los Panamericanos un gran agente de cambio? Es una oportunidad maravillosa que no deberíamos desperdiciar.