(Foto: El Comercio)
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Pedro Ortiz Bisso

Sumergirse en ese mar de frenadas, bocinazos y mentadas de madre que es el cruce de las avenidas Aramburú y Arequipa requiere ciertas condiciones básicas: por lo pronto, nervios de boxeador experimentado, mantener los cinco sentidos en alerta máxima y una dosis de paciencia superior a la de una conductora de movilidad de inquietos escolares de tercer grado pudiera tener.

Solo por eso, a ojos cerrados, la propuesta de un ‘by-pass’ que alivie ese diario sufrimiento debería hacerse realidad. Y en el corto plazo. Así le diríamos adiós al absurdo de pasar de tres carriles a uno en el ingreso a Santa Cruz, o a esos traumáticos giros a la izquierda desde Arequipa que hacen picadillo cualquier intento de afrontar con estoicismo esa dura prueba que nos pone la vida.

Listo. Que se haga. Pero la zozobra solo terminaría ahí, porque los ‘by-pass’ no resuelven los problemas, los arriman. Y el problemón resuelto entre Aramburú y Arequipa se trasladaría a Angamos por el sur, y a Juan de Arona por el norte, mientras el flamante intercambio se torna invivible.

¿Por qué invivible? No solo porque no resolvería el asunto de fondo –sería un parchecito más de los cientos con que se pretende resolver el tránsito limeño–, sino por una característica que los expertos tienen identificada: se llama demanda inducida.

¿No la conoce? Pues le aseguro que ha sido parte de ella. ¿Cuando se ha inaugurado un nuevo puente, no ha sucumbido a la tentación de cambiar de ruta y darse una vueltita por el lugar de estreno? Bueno, no solo lo hace usted, sino muchísima gente, y eso que pareció un alivio en un principio, poco a poco vuelve a convertirse en el infierno de siempre, solo que ahora sobre asfalto recién vaciado.

Los especialistas lo tienen muy claro, pero en la Municipalidad de Lima siguen dándole vueltas al asunto, tantas que hasta el momento han gastado un millón de soles en estudios. Y aún se ignora qué decisión tomarán.

¿Por qué insistir en un ‘by-pass’ que no resolverá el problema central, pese al agrietado antecedente del construido en 28 de Julio, el cual dos años y medio después sigue sin concluirse?

La respuesta salta a la vista. Si alguna vez el alcalde de Lima mostró un atisbo de liderazgo, este no existe más. Ante cada problema que se le enrostra, no encuentra mejor respuesta –cuando la da– de echarle la responsabilidad a otro [“Tengo entendido que esos contenedores son anteriores”, “Se cae el bus y dicen que prácticamente yo lo he manejado”]. O, como esgrimen sus adláteres de turno, acusan una campaña de demolición de la prensa.

Hace un par de semanas escribí que Lima era una ciudad abandonada, y no pasa un día en que no se multipliquen las pruebas de ello.

Aún resta un año y cinco meses para que acabe esta gestión. ¿Habrá propósito de enmienda? No seamos ingenuos.

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