Ciudadanos sin ciudad, por Angus Laurie
Ciudadanos sin ciudad, por Angus Laurie
Gonzalo Torres

Lima criolla y jaranera. Es en parte verdad. En parte, pues esconde y hasta a veces minimiza la presencia del Ande en nuestra ciudad y no me refiero a los eventos modernos que nacen de la migración interna en el siglo XX, sino de una presencia más consistente en el tiempo, pero siempre paralela a las estructuras dominantes.

Lo más evidente es el entramado de huacas que poblaban la ciudad y que los incas acababan de tomar para sí antes de la llegada de los españoles. En ese contexto, el cerro San Cristóbal toma el rol de ser el cerro tutelar, el apu del curacazgo.

Es este cerro, cuyo nombre prehispánico se ha perdido, el que sirve de refugio a las huestes de Manco Inca para preparar la reconquista de la ciudad y el que, hasta el día de hoy, se resiste a dejar de ser el apu, pues varias apachetas se vuelven a colocar al pie de las cruces plantadas en su ruta de ascensión.

También están en el cerro los rastros de canales y calles que no siguen la cuadrícula ortogonal de Pizarro. Pero no es allí donde está la presencia del Ande, sino en el acumulamiento de pobladores indígenas en la zona de Barrios Altos (otra vez, choca con nuestra visión de un barrio criollo por contraposición).

Desde los inicios de la urbanización de la ciudad por parte de Pizarro, se confinó a los indígenas en una especie de gueto que se abría en las mañanas y se cerraba en las noches, en torno a lo que es hoy la Plazuela del Cercado: una miniciudad dentro de otra. Varios indicios delatan la influencia andina de este lugar: la gran acumulación de iglesias y monasterios en una zona tan reducida es peculiar y se explicaría por la presencia de adoratorios (la mal llamada piedra del diablo sería uno de ellos) y la bocatoma del río Huatica.

Van y vienen, desde aquí, caminos prehispánicos que servían y sirvieron en el Virreinato como punto de entrada al comercio desde el sur y desde el este. Una de esas iglesias tiene la advocación a la Virgen de Cocharcas, que viene precisamente del sur del Perú.

Es conocido que, hasta la época republicana, en esta zona se asentaron tambos de arrieros para alojar también a sus recuas de mulas. En ese contexto, la presencia de costumbres y bienes del Ande se hizo patente. Por ejemplo, durante mucho tiempo existieron las chicherías dentro de la ciudad como parte fundamental de su entorno y no solo eran frecuentadas por los viajantes del Ande, sino también por los limeños.

En épocas más recientes, los paseos a Amancaes los 24 de junio fueron reemplazados por la música y el baile andino. El presidente Leguía, políticamente, declaró la fecha como el Día del Indio y comenzaron a hacerse concursos en la zona que se convirtió en la cuna del folclor en Lima hasta los años sesenta más o menos. Es esta tradición andina la que también es parte de Lima y ha sido asimilada dentro de su historia, muchas veces de forma inconexa y en otras ocasiones como un río subterráneo que se ha querido tapar, pero que inevitablemente aflora como un manante milenario.

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