“Tras las rejas”, por Gonzalo Torres
“Tras las rejas”, por Gonzalo Torres
Gonzalo Torres

El tema de las calles enrejadas en Lima es un tópico común que de cuando en vez se reanima en el debate público y cuyo uso no se circunscribe a los sectores afluentes de Lima como alguna vez fue, sino que se manifiesta cada vez más en toda la ciudad. De eso se ha escrito mucho y hasta se ha legislado por ser tema de derecho. Las calles enrejadas son un síntoma de una sociedad que se siente ganada por la inseguridad y que no siente el amparo de sus instituciones policiales ni judiciales.

Este es un fenómeno nuevo, pero no tanto como quisiéramos creer. Es simplemente el derramamiento hacia la calle de algo que empezó en las propias casas y departamentos capitalinos en la década de los ochenta, y hasta me atrevería a decir en los años setenta.

El concepto de casas con retiro en Lima nació en el oncenio de Leguía, un concepto importado, quizás bajo el influjo de las ‘garden cities’ de principios del siglo XX, aunque con grandes distancias de este modelo. Las primeras casas así se establecieron en los inicios de la avenida Arequipa y alrededores de ese entorno rural que era Santa Beatriz.

Se hizo patente en los años treinta en los suburbios de Miraflores, Magdalena Nueva y San Miguel, donde pequeños y medianos chalets pasaban a formar parte de la nueva geografía urbana de la ciudad. En los cuarenta y cincuenta, pequeños conjuntos habitacionales como Barboncito se instalaron en algunas zonas, con propuestas de pequeños departamentos pero con espacios públicos de tránsito interno entre bloques.

En los sesenta, el ‘international style’ apareció en algunas casas con ventanales grandes de carpintería de aluminio mirando descaradamente a la calle. Ejemplos en San Borja y Monterrico. A partir de los setenta y ochenta comenzaron a aparecer rejas que por un lado separan el retiro de la vereda, dándoles a estas casas doble puerta e ingreso.

Más adelante, las rejas pasaron a ser muros. Los conjuntos habitacionales establecieron un perímetro de rejas anulando el tránsito libre por dentro. Dentro de ese perímetro, las casas de un solo piso y los departamentos en el primer piso se llenaron de rejas en las ventanas. La arquitectura se tuvo que adaptar a una ciudad cuya inseguridad empezaba a remontar a finales de los años setenta.

Se pasó de una arquitectura de confianza a una arquitectura de recelo. Hoy ni siquiera se piensa en retiros, los departamentos de primer piso no llevan rejas pero sí seguridad extra, los condominios tienen portero y entrada centralizada y grandes paredes que los aíslan: un proyecto habitacional como el de la residencial San Felipe, inclusivo y abierto, sería impensable hoy.

La reja, tan limeña (pero más trujillana), de volutas y adornos, pasó a ser netamente utilitaria: como medida de seguridad. Nuestra arquitectura es capaz de contar una historia política, la historia de cómo la inseguridad construyó a la ciudad. Somos ahora, tras las rejas, prisioneros de la seguridad.

Contenido sugerido

Contenido GEC