Así como en el universo Urresti es normal que los perseguidos por la justicia se escapen del país (y en las narices de sus ‘obsesionados’ perseguidores), en el universo de los gobiernos locales es normal que la institucionalidad y el respeto a las formas no valgan nada. Por lo general, el nuevo alcalde trata en el menor tiempo posible de borrar las huellas dejadas por su antecesor. Es lo que está sucediendo en la Municipalidad de Lima.
Porque, vamos, la administración Castañeda tiene derecho de hacer los cambios que resulten necesarios y eso incluye despedir personal. ¿Pero mandar a la calle de un plumazo a 2.500 personas sin importar cuántos servicios de la ciudad se desactiven y, lo que es peor, someterlas al trámite indigno de buscar en la puerta de oficinas y dependencias si aparecen en la lista de los ‘elegidos’ que podrán continuar con sus labores?
De haber habido, al menos, un amago de evaluación o alguna pista sobre el rumbo que tomará la ciudad en los próximos cuatro años, vaya y pase. Pero recurrir al argumento de que el municipio está quebrado –lo cual no es cierto– o que los contratos de estos trabajadores fueron ampliados irregularmente –falso también– dice mucho de cuál va a ser el estilo de este gobierno municipal.
La gestión Villarán fue mala. No funcionaba como un relojito como algunos dolidos ‘susanistas’ quieren hacernos creer por estos días. Y fue por esa deficiente labor que la población la despreció abrumadoramente en las urnas. Sin embargo, dejó algunos avances que deben ser continuados o perfeccionados por su sucesor, como los corredores viales, los contratos de inversión para la ampliación y mejoramiento de vías, la gestión cultural, el mercado de Santa Anita, entre otros.
¿De alguno de estos puntos ha hablado el alcalde Castañeda en los últimos días? O, si quieren, ¿ha hecho alguna referencia que escape de la generalidad?
Su discurso inaugural fue decepcionante. Más allá del anuncio de algunas obras (un paso a desnivel en la avenida Wilson, la ampliación del Metropolitano, más escaleras, etc.) efectistas pero poco trascendentes para el desarrollo de Lima en su conjunto, abundó el diagnóstico de trazo grueso, impreciso, el parchecito que atrae el aplauso fácil, y no la mirada del estadista, que apuesta por la construcción de una ciudad moderna, esa que no solo se levanta con ladrillo y cemento.
¿Alguna mención a los Juegos Panamericanos, el acontecimiento deportivo más importante que organizará la capital en apenas cuatro años? No.
Que el alcalde aparezca solo en ceremonias especiales o inauguraciones y le deje la labor de pararrayos a su teniente alcaldesa, Patricia Juárez, es una cuestión de estilo. Que guste o no, no resulta lo más importante. Sí preocupa que haya iniciado su administración como una aplanadora, arrasando con todo a su paso, como si nada de lo hecho en los últimos cuatro años le sirva siquiera un poquito a la ciudad.
Y lo que se viene no parece ser mejor.