(Foto: Anthony Niño de Guzman \ GEC)
(Foto: Anthony Niño de Guzman \ GEC)
Pedro Ortiz Bisso

Aunque la cuarentena lleva varias semanas levantada de facto, y no solo por quienes necesitan trabajar, lo que ocurra desde el 1 de julio no deja de generar dudas y miedo. Mucho miedo.

La experiencia señala que habrá rebrotes y si estos son graves, será necesario volver a tomar medidas restrictivas, acaso tan duras como al inicio. Y con el sistema de salud colapsado, pese a la narrativa oficial, la crisis puede alcanzar dimensiones inmanejables.

El anuncio de que la cuarentena se mantendría solo en siete regiones fue leído por muchos como la formalización de que la vieja normalidad había vuelto. Y la mejor manera de celebrarlo fue con reuniones sociales de todo tipo, aprovechando el inexistente control policial (el pase vehicular es el primer fósil que puede llevarse en el teléfono) y con la desvergüenza propia de quien se cree libre de hacer lo que le da la gana.

Entramos a una etapa en la que la solidaridad es fundamental. Y el papel protagónico lo van a tener quienes andan entre sus veintes y los cuarentas, los ‘jovencitos’ (y los ‘nuevos jovencitos’). Según la BBC, en Florida (Estados Unidos), donde se han disparado los contagios, el promedio de edad de los infectados ha caído de 65 a 35 años de edad. En Arizona, otro estado azotado por la pandemia, la franja es aún menor: la mitad de los casos tiene entre 20 y 44 años.

Los jóvenes, confiados en su aparente fortaleza física por la falta de síntomas, pueden esparcir la enfermedad y afectar a personas con comorbilidades o a los adultos mayores, los más vulnerables de la cadena. Sería devastador.

Lo que pase de aquí en adelante depende de nosotros. ¿Qué hacer? Si usted tiene el privilegio de tener aún un trabajo y puede teletrabajar, hágalo. Quédese en casa. No haga visitas ni mucho menos organice reuniones (que, por si no lo recuerda, aún están prohibidas). Si debe salir a la calle, use una mascarilla, mantenga la distancia social y lávese mucho las manos.

Mientras no se encuentre una vacuna, sobrevivir –y permitir que otros lo hagan- depende de cada uno de nosotros.

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