Manuel Merino, presidente del Parlamento. (Foto: Congreso de la República)
Manuel Merino, presidente del Parlamento. (Foto: Congreso de la República)
/ Congreso de la República
Pedro Ortiz Bisso

Hay distintas formas de pasar a la historia. El duelo final de “El bueno, el malo y el feo” no exudaría épica ni suspenso sin la música de Ennio Morricone, compositor descomunal que nos dejara ayer, cuyo hijo fuera responsable de que hace 32 años las salas de cine del mundo se anegaran de lágrimas durante la escena final de “Cinema paradiso”.

También se puede pasar de la peor forma. El congresista Omar Chehade acertó al señalar que la decisión del Congreso de debilitar la figura presidencial, la de los ministros, los magistrados del Tribunal Constitucional y el Defensor del Pueblo era histórica.

Muy pocas veces un Parlamento destruye parte de la institucionalidad de un país en menos de cuatro horas con una rabieta propia de un niño que perdió su pelota nueva. Como presidente de la comisión de Constitución –y, por si alguien no lo recuerda, ex vicepresidente de la República- la responsabilidad de Chehade es mayor. Si no le bastaba haber sido parte del escándalo de las Brujas de Cachiche para tener un lugar en la historia, tras lo ocurrido la noche del domingo no hay quién le haga sombra. Como rostro de este legicidio, será recordado por mucho tiempo en todas las facultades de derecho. Se lo ha ganado con creces.

La irresponsabilidad de este Congreso, no libra de culpa al presidente, cuya persistencia por la confrontación gatilla estas tormentas que colocan al país en vilo, cuando el foco de la atención tendría que estar puesto en la lucha contra la pandemia y la reactivación económica. Conciliar debería ser la palabra clave en estos días. Eso sí sería histórico.

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