La explicación que ha dado Donald Trump a su pedido para que especialistas en medicina investigaran si era posible inyectarse desinfectante para tratar el coronavirus parece salida de un capítulo del “Chapulín Colorado” o del “Superagente 86”.
“Estaba haciendo una pregunta sarcásticamente a periodistas como usted para ver qué pasaría”, ha señalado el presidente de los Estados Unidos, en su enésima demostración de la poca estima que le tiene no solo a la prensa, sino a sus sufridos compatriotas.
Su infeliz declaración se produce justo cuando su país ha superado las 50 mil muertes por el COVID-19 y el número de contagiados está a punto de llegar a los 900 mil. Solo en Nueva York, 16 mil personas han fallecido.
Esta desgracia es producto de su desprecio por los consejos de los científicos, que le pidieron actuar de manera responsable en el control de la pandemia en lugar de privilegiar la economía. El desastre lo ha llevado a buscar responsables fuera de sus fronteras, como China y la Organización Mundial de la Salud.
A estas alturas, sobra decir que al mandatario estadounidense le importa poco meter la pata y que su deporte favorito no es el golf, sino culpar a otros de sus errores, en particular a la prensa, de la que se considera una víctima.
Lo peor, para Estados Unidos y el mundo, es que a pesar de esta inmensa tragedia sanitaria, es probable que Trump sea reelegido en noviembre, lo que ahonda aún más la incertidumbre sobre el rumbo que tomará el mundo cuando la pandemia empiece a diluirse.
Aquí en el Perú no son pocos los admiradores del mandatario norteamericano. Sus posiciones antiinmigrantes e hipernacionalistas, además de sus continuos ataques a las ideas progresistas, son celebradas con inocultable entusiasmo por algunos políticos y analistas cercanos a la extrema derecha.
Sin embargo, esta reciente afición de Trump por los desinfectantes los ha sumido en un repentino mutismo. ¿O es que por fin se han dado cuenta que es el ‘sarcasmo’ de su ídolo el que necesita un buen desinfectante?