La presidenta del Consejo de Ministros, Violeta Bermúdez, dijo ayer que el señor Cluber Aliaga nunca debió aceptar el cargo de Ministro del Interior.
Un ministro que cinco días después de asumir sus funciones cuestiona en público una decisión capital del Gobierno, como fue el pase al retiro de 18 generales de la policía, definitivamente nunca debió ponerse ese fajín.
Según la señora Bermúdez, el último sábado sostuvo una larga conversación con el entonces ministro. “Le indiqué con claridad la posición del Gobierno de transición, pero al parecer el señor no comprendió y, si no compartía los objetivos, la verdad es que no debió aceptar el cargo porque la posición del Gobierno ha sido clara desde el día que el presidente Sagasti asumió la presidencia”, dijo.
Sin embargo, ese no es el fondo del problema. Lo grave, y desestabilizador, es que le hayan ofrecido el cargo. ¿A quién se le ocurrió que el señor Aliaga podía ser ministro? ¿Le preguntaron, antes de elegirlo, cuál era su opinión sobre el caso que derivó en la dramática salida de su antecesor? ¿Cuáles son los estándares del presidente Sagasti y su primera ministra para seleccionar a los integrantes del gabinete?
En su defensa, el señor Aliaga indica que aceptó el ministerio con el compromiso de buscar una salida a la crisis de la policía y que nunca se allanó a la posición del Gobierno.
Si el presidente y la primera ministra fueron engañados, eso tampoco los releva de este inexcusable acto de irresponsabilidad. Los ministros no solo deben ser personas capaces y diestras en el sector que tienen bajo su mando. Necesitan estar claramente alineados con la política del Gobierno al que se incorporan.
La impericia política del señor Sagasti preocupa. Debilita su presidencia y aumenta la incertidumbre sobre el futuro cercano del país, como si la pandemia, la crisis económica y el Congreso no fueran suficientes impulsores de sus padecimientos.
Contenido sugerido
Contenido GEC