Aunque el intento de chantaje a Pedro Cateriano confirma la catadura moral del Congreso, el aún primer ministro cometió errores muy gruesos que no se deben soslayar.
Desde su nombramiento, se mostró como un político de la vieja guardia desconectado de la calle. Su ronda de conversaciones con los partidos políticos -incluyendo su encuentro con Luis Bedoya- parecía una escena de una película estrenada hace diez años. ¿Cuál fue el sentido de reunirse con organizaciones que tienen la misma consistencia de un papel mojado? ¿Alguien sigue creyendo que son la representación de las 'fuerzas vivas' de la sociedad?
La elección del ministro de Trabajo y la patética defensa que hizo del mismo mostraron justamente todo lo que la gente odia de la politica: el amiguismo o, para ir a tono, el 'ahijadismo'. Ese nombramiento y el del ministro de Energía fueron dos actos de soberbia penosos que le abrieron flancos innecesarios al Gobierno.
Luego, minimizar el rebrote de contagios durante su discurso fue, por decir lo menos, insensible en un país donde la gente se muere en la calle por no tener un balón de oxígeno.
Por último, subestimó a un Congreso integrado en su mayoría ya no por barrabravas como el anterior, sino por lobistas descarados que usan el nombre de los partidos como membretes de ocasión.
Pero estos errores no justifican lo que hizo ayer el Parlamento. En medio de la peor crisis sanitaria y económica que se recuerde, han vuelto a actuar como lo que son: una recatafila de irresponsables dispuestos a provocar un incendio para defender sus intereses.
Ni siquiera han intentado elaborar un argumento coherente que justifique su decisión de negarle la confianza al Gabinete. Fue lobismo puro y duro. Lástima que el señor Cateriano careciera de muñeca política para enfrentar a este grupete de inconscientes.